La novela “¿Acaso no matan a los caballos?” (Horace McCoy, 1935) empezó a dejar rastro en la cultura pop tras el estreno de la película “Danzad, danzad malditos” (Sydney Pollack, 1969), adaptación de la misma que obtuvo amplio reconocimiento crítico, dio un Óscar a Gig Young como mejor actor secundario y fue un éxito de taquilla. Ambientada en la California de la Gran Depresión, esta pieza de literatura hard boiled recurría a los maratones de baile –se habían popularizado en los años veinte en Estados Unidos y degeneraron en espectáculo escabroso tras el crack del 29– para retratar la impotencia, el abatimiento y la ruina de un país muerto de hambre en sentido estricto. La banda sonora de la película nos permitía escuchar estándares de la época: números de Broadway, hits foxtrot o canciones que atrapaban el sentir colectivo de aquellos tiempos difíciles como “Brother, Can You Spare A Dime?”.
En 1977, el grupo galés Racing Cars rondó por el top 10 británico con “They Shoot Horses Don’t They?”, medio tiempo soft rock inspirado en la obra de McCoy más allá de su título original. Aquel año, los titanes disco Chic publicaron su estreno homónimo cuya primera canción, “Dance, Dance, Dance (Yowsha, Yowsah, Yowsah)”, incorporaba la interjección en jerga “yowsah”, que era utilizada habitualmente por los MCs de los maratones de baile de los años treinta para animar a los participantes, tal y como reflejaba la película del maestro Pollack. En 1986, Presuntos Implicados publicaron su primer álbum, “Danzad, danzad malditos”, cuyo tema titular traducía de forma literal –bajo una capa de funk albino– el desarrollo de estas inclementes pruebas de resistencia patrocinadas por la miseria.
En “Danzad, malditos”, Emilia, Pardo y Bazán tira de todo este imaginario para actualizarlo en el cotidiano paisaje de precariedades –políticas, sociales, afectivas y económicas: pervive el mal, se impone el capital– que nos rodea. Cómodo con la formulación vocal a dos bandas felizmente acuñada en “La fiesta que me prometiste” (2024) –Sergio Sanguino y la también bajista Paula García dialogan o comparten el unísono a lo largo de estrofas y estribillos–, el cuarteto que completan la batería Ada Martínez y el guitarrista Pepe Sánchez entrega una de esas canciones para bailar llorando que tanto le gustan.
Si los protagonistas del libro de McCoy recurrían al baile como posible salida a la indigencia material impuesta desde la lobera de Wall Street, los antihéroes del grupo talaverano acuden inermes al ritual bajo la bola de espejos, compartiendo sustancias que –como las de “Desde el jergón” de Los Enemigos– han dejado de subir, conscientes de que el próximo lunes tocará fichar de nuevo mientras el mar sigue escupiendo cadáveres y en los muelles continúan atracando cruceros. Aunque dura apenas tres minutos, “Danzad, malditos” transita desde una intro a voz y piano –teclas pulsadas por Diego Perinetti, segundo de a bordo del productor Guille Mostaza en el estudio Alamo Shock, donde ya guapearon su primer álbum– hacia sucesivas explosiones de fluido eléctrico, con estrofas de melodía pletórica que incluyen citas y homenajes al Calamaro de “Flaca”, el Battiato de “Yo quiero verte danzar” y el Dylan de “Blowin’ In The Wind”. ∎