No es una canción. Es un sortilegio. El sonido de las cajitas de música, la delicada arpa de Zeena Parkins, las voces dobladas, la coproducción detallista de Marius De Vries, el magmático estribillo que bordea lo turgente en su plasmación del amor y el deseo: más violentamente feliz de lo que se había mostrado en casi una década. Es un canto a la entrega incondicional de pareja. A la poesía pagana que emana de la unión de dos personas que son prácticamente una, cuando lo corporal y lo espiritual son indiferenciables. Un romanticismo reescrito y reformulado como solo
Björk sabía hacerlo.
El videoclip, dirigido por Nick Knight –responsable de la foto de portada de
“Homogenic” (1998)– y censurado –cómo no– de buenas a primeras en la MTV por su explicitud, mostraba esa obsesión carnal, con aquel vestido diseñado por Alexander McQueen. Al menos dos interpretaciones en vivo fascinan:
la del 4 de septiembre de 2001 en el show de David Letterman, con Matmos, Zeena Parkins y un coro formado por catorce mujeres groenlandesas, y
la del 16 de diciembre del mismo año en el Opera House londinense con la misma formación. El final de su letra apuntalaba su gozosa obnubilación amorosa, esta vez más precavida porque los precedentes invitaban a ello:
“Lo amo, lo amo (lo ama, lo ama), pero esta vez voy a guardarlo para mí”. ∎