arry Adamson nos recibe en la trastienda de El Genio Equivocado, donde minutos antes ha ofrecido un íntimo acústico como añadido a la firma de libros. Su porte intimidante, con ese aura de estrella del rock de otros tiempos, contrasta con la afabilidad que está a punto de dispensar mediante esa voz de cadencia hipnótica y reconfortante. Sombrero de ala ancha, gafas de sol ahumadas y aparatoso anillo que de vez en cuando hace resonar sobre la mesa. Todo un personaje que podría haberle robado planos al que encarnó Robert De Niro en “El corazón del ángel” (Alan Parker, 1987).
De hecho, sus aires recuerdan al de los músicos que singularizan el paisaje de Crescent City. Pero su origen y ascendencia se sitúa a muchos kilómetros de Luisiana. De madre inglesa y padre jamaicano, Barry Adamson nació en junio de 1958 en el Mánchester posindustrial ajeno a la gentrificación por venir. Y pese a haber hecho algún que otro pinito como actor –el más reciente en “In Fabric” (Peter Strickland, 2018)–, se le reclama por ser uno de los secundarios ilustres del post-punk y el punk.
Su bajo ha quedado registrado en algunos de los hitos discográficos de ese período. Es a partir de 1988 cuando decide emanciparse del ego de Howard Devoto, Nick Cave, Iggy Pop y compañía con una carrera en solitario que este año alcanza su décima conquista con la salida de “Cut To Black” (Autoeditado, 2024). Por si fuera poco bagaje, su pista también es rastreable en las bandas sonoras de algunas cabezas doradas del celuloide como Derek Jarman –“The Last Of England (1987), Oliver Stone –“Asesinos natos” (1994)–, David Lynch –“Carretera perdida” (1997)– o Danny Boyle –“La playa” (2000)–.
El arco vital de Barry Adamson pedía a gritos un tomo extenso, y hasta un biopic. Lo primero se ha concretado con la publicación de “Por encima de la ciudad, por debajo de las estrellas. De Magazine y los Bad Seeds al submundo y más allá” (2024), las memorias del músico aparecidas en 2021 y publicadas en España por Liburuak. En ellas zambulle al lector –de manera intensa y con voz cinematográfica a la par que brutalmente honesta– en las penurias y mieles que han marcado su existencia. Desde un nacimiento marcado por una enfermedad ósea que aún lo mantiene a raya, pasando por ese mestizaje que le complicó la socialización en los estadios primerizos, a la cabrona dependencia con la cuchara y la aguja durante sus días más salvajes o esa epifanía de cuando se encontró con el anuncio de un tal Howard Devoto en una tienda de discos buscando bajista para nueva formación. Sin olvidar, por supuesto, todo ese totum revolutum artístico-musical del que fue partícipe y testigo de excepción. Sabiendo que aún le quedan algunos capítulos por escribir, la publicación de la autobiografía resulta un momento propicio para rememorar los hechos que lo señalan como superviviente de una era bravía y como músico hecho a sí mismo, respetado y admirado.
Leyendo tu autobiografía, parece que tengas una memoria infalible. ¿O tienes una imaginación desbordante? ¿Cuánto hay de cada?
Por el tipo de trabajo que hago y mi vínculo entre música y cine, pensé que lo que funcionaría sería crear como una especie de personaje, que soy yo. Como si observaras a un personaje de una película y las cosas que le suceden. Así que algunos de los hechos parecen inventados, es como si se tratase de la imaginación de un niño. Mi intención era dejar espacio para el arte, para que pudieran emerger juntos. Y creo que por eso son unas memorias diferentes, que es precisamente lo que buscaba.
Y a la vez muy absorbentes…
Bueno, esa era la idea, como si estuvieras viendo una película: “Oh, ¿qué pasará?”.
La música ha sido un leitmotiv en tu vida. En tu autobiografía está presente desde que narras tu experiencia en el útero de tu madre. Otorgas un gran peso a las canciones y a la ligazón de estas con tu experiencia personal. Parece como si cada estadio de tu vida tuviera su propia banda sonora, ¿es así?
La música para mí es como la comida. Algo que te alimenta, como una guía. Y es como dices, cada era tiene su propia banda sonora dependiendo de lo que estuviera atravesando. Incluso mi propia escritura ha cambiado según el tiempo y la música que estuviera escuchando.
En uno de los capítulos, hablas sobre cómo el álbum “Killer” (1971), de Alice Cooper, supuso una inyección de estima en tu adolescencia. ¿Hay alguna otra canción clave? ¿O alguna canción que después de escucharla pensaras “tengo que ser músico”?
Bueno, hubo muchas. Pero, creo que lo comento en el libro, el EP “Spiral Scratch” (1977) de Buzzcocks fue la escucha que me cambió por completo. Después de escucharlo tuve la certeza de que no existía otra cosa que quisiera hacer que no fuese dedicarme a la música. No es solo la energía, es lo extraño también de encontrarse con un cantante punk que casi hacía poesía, como si viniera de otro planeta. Ese disco, más que cualquier otro, me convenció de que no había otra cosa que quisiera hacer en la vida. Lo que es sorprendente, porque no todos tienen esa revelación, pero yo la tuve y estoy muy agradecido.
Tu estilo literario es bastante directo, sin filtros, algunos pasajes incluso son brutalmente honestos. Y todo está encapsulado bajo una voz cinematográfica, incluso a veces incorporas marcas propias del guion cinematográfico. ¿Cuál era tu intención en términos de estilo?
Hay un escritor inglés llamado David Peace que escribió una serie de libros ambientados en el norte de Inglaterra, alrededor del destripador de Yorkshire, un famoso asesino en serie que cometió varios asesinatos. Su estilo literario es de frases muy cortas, en plan staccato. Y yo buscaba un estilo detectivesco porque tenía claro que estaba llevando a cabo una investigación sobre mi persona. Así que pensé que si conseguía hacerlo en plan detective cinematográfico lograría imprimir una atmósfera que atrapase al lector. No quería en ningún momento generar empatía, compasión u otros sentimientos. Simplemente conseguir que el lector me acompañase en el viaje, y enseñarle esto o lo otro. Así que él, más que nadie, fue muy influyente en mi forma de escribir. También está el autor norteamericano Hubert Selby Jr., quien no tenía ninguna formación en letras ni nada parecido y que si quería que algún personaje gritase lo escribía en mayúsculas, lo que me parece brillante. Y decían “oh, es que tiene una gramática horrible”. Pero ni caso. Eso me dio libertad, porque tampoco tengo habilidades gramaticales increíbles, pero tenía un ángulo. Y si puedo usarlo, sabía que conseguiría algo especial. Hubert Selby Jr. es también capaz de dar con una brutalidad muy única, lo que me parece fascinante. Y además tuve la oportunidad de conocerlo en persona, y quería honrarlo de algún modo. También David Peace me envió una vez un correo diciéndome que se ponía “Moss Side Story” (se refiere a su primer álbum, publicado por Mute en 1989) cada vez que escribía. Imagínate cómo me sentí.
Tu último trabajo discográfico, “Cut To Black”, desde el propio título, pero también por la naturaleza de la música o el nombre de las canciones, respira un aire muy cinematográfico, aunque incluyas buenas dosis de soul, funk, rock y blues. ¿Qué idea hay detrás de este disco?
Después de esto (señala sus memorias encima de la mesa) tenía la impresión de estar ante un cambio. La mayoría de veces un álbum no deja de ser un autorretrato, y este es el caso. Pero esta vez creo que es un autorretrato más claro de quién soy realmente, en lugar de llevar una máscara de cine o presentarme enmascarado de algún modo. Es como si me hubiera quitado de encima algunas cosas y ahora pudiera ser más directo, sin filtros. Aunque espero que manteniendo mi firma como Barry Adamson, ya sea con determinados arreglos cinematográficos o lo que sea. Es como si ahora creara música desde un lugar más relajado, uno en el que me puedo mostrar más como realmente soy.
Entonces, ¿se puede decir que el disco funciona como complemento de las memorias?
Sí. De algún modo la escritura me ha ayudado en el proceso de componer canciones, como si asumiera más poderes. Hay un tema, “Waiting For The End Of Time”, cuya inspiración me vino durante la pandemia. Leí sobre una familia que había sido encontrada en el sótano de una casa del sur de Francia. Les preguntaron qué hacían ahí y el padre dijo: “Esperando el fin de los días”. Una frase muy potente. Luego empecé a pensar en un par de amigos que se habían quitado la vida, y quería decir algo sobre aquello, pero sonando un poco poético. Creo que transmite pena y perdida sin decir “estoy de luto”. Sentía que adquiría más habilidades para las descripciones. Y creo que ayudó en eso. Y es curioso, del “Cut To Black” al “Back To Black”, aunque siempre había encontrado el trabajo primerizo de Amy Winehouse confuso. Claro que entendía que ella era grande, que tenía buena voz y podía escribir, pero no acababa de entenderlo. Y luego, con la salida de ese álbum todo cobró un nuevo sentido: ¡Ahí está ella!. Pero, claro, a qué coste. Así que todo esto creo que fue importante para mí, para progresar.
En el disco hay dos temas, “Cut To Black” y “These Would Be Blues”, que remiten mucho a Nick Cave. ¿Hay que entenderlos como un homenaje, velado o no, a su figura artística?
Quizá es fruto de mi experiencia. Pero sí que recuerdo estar en casa de mi novia, a primera hora de la mañana, delante de un micrófono y cantando “I’m A Certain Kind Of Man” y pensar “esto es como Nick Cave, pero la letra es mejor” (risas). No, no, no pongas eso, por favor, que me va a llamar (imitando su voz): “¿Qué quisiste decir?” (risas). Pensé que era muy buena línea, algo que él podría haber imaginado. Pero lo sentí también con la voz, que era como una suerte de imitación, así que decidí seguir por ese camino. Era un extraño tributo en que quería decir “lo entiendo, entiendo desde dónde escribes y lo que haces; incluso aunque probablemente pienses que te odio, entiendo lo que haces”.
Hay otro recuerdo muy vívido en la lectura que es cuando descubres la película “James Bond contra Goldfinger” (1964). ¿Fue tu primera experiencia en el cine o la primera que dejó un poso en ti?
Ambas. Era la primera vez que acudía a una sala de cine. Me abrumó el tamaño de la pantalla, el volumen, el color, la oscuridad. Y, claro, una película de James Bond. Esto era en la década de los sesenta. Estaba sobrepasado, en el buen sentido de la palabra. Y sabía entonces que algún día quería tener algo que ver con todo eso. Fue muy empoderador.
¿Se podría decir que fue el momento iniciático de tu carrera como compositor de bandas sonoras?
Sí, pero casi todo se reducía al “¿cómo lo consigo?”. Porque en tu adolescencia tienes un interés, pero tus amigos te llevan hacia otros lugares. Y luego llegó el punk, que, claro, fue un giro tremendo. Y dejé de prestar atención a las bandas sonoras, aunque en el fondo mi interés siguiese ahí. Luego se estrenó “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976) y recuerdo decirle a mis amigos lo fantástica que era. Pero para ellos lo cool era The Clash. Pero el tema seguía siendo cómo puedo acceder a esto sin tener aprendizaje o una carrera musical. Y el punk me ayudó. Simplemente, hazlo; ve, practica y juega. Eres capaz de hacer cualquier cosa que quieras. Con suerte se concretará en algo.
De hecho, decides acabar las memorias cuando te consideras por primera vez un compositor de bandas sonoras y tu carrera en solitario despega.
Sí, cuando en 1989 recibo una carta de mi admirado Hubert Selby Jr. diciéndome: “He escuchado tu álbum ‘Moss Side Story’ y suena como una peli de gánsteres y tiroteos. Y a mí me encanta eso”.
¿Ese álbum fue una salvación para ti?
Podemos decir eso, sí. Me salvó la vida. Estuve muy cerca, de verdad. Este disco me alejó del YO. En el mundo de la recuperación lo llamamos obsesión por uno mismo. Estás enfocado en ti mismo y en cómo vas a sobrevivir. Te quita eso. Y, como hemos dicho, la música es la comida. Obtienes comida y de ahí ya parten las ideas y la creación.
A lo largo de tu carrera has trabajado con grandes artistas como Nick Cave, Iggy Pop, Howard Devoto, Pete Shelley, también con David Lynch, Oliver Stone y Derek Jarman, entre otros. ¿Con cuál sentiste una conexión más especial?
Trabajar en “Carretera perdida” con David Lynch fue increíble. Entonces, yo estaba en un momento muy bajo en mi vida. Estaba teniendo dificultades físicas con mis caderas hasta el punto de ir en silla de ruedas. Y pensando: ¿qué voy a hacer? Tenía un pequeño estudio en casa y me puse a trabajar en un tema. Al final de ese día recibo una llamada del propio David Lynch: “Tengo una secuencia que nadie ha visto que te voy a enviar” (imitando su voz). Vi la secuencia y resultó que el tema que justo había compuesto encajaba a la perfección. Imagina lo extraño de la situación. Y le dije: “Mira, voy con silla de ruedas”. Y él me dijo que no me preocupara: “Te vamos a poner en un avión para Los Ángeles”. Y ahí me encuentro, volando para trabajar con uno de los grandes maestros. Fue realmente increíble solo por escuchar sus pensamientos, presenciar su proceso creativo, ver cómo sus ideas te influencian. Él era capaz de alabarte cuando era necesario y de gritarte cuando no. Recuerdo una vez que me llamó a la una de la madrugada para decir que habían hecho una proyección no sé dónde y que la gente se había quedado muda cuando sonaba mi tema. Fue una experiencia gratificante. “Serio” no es la palabra, sino que me enseñó a cómo ser realmente despreocupado con respecto a tu arte y aun así tomártelo en serio. Fue una conexión verdadera.
¿Qué ocurrió con ese intento de resucitar a Magazine? ¿Sigues en contacto con ellos?
En ese momento la idea era llevarlo más allá. Pero Howard no estaba interesado. Así que no tenía mucho sentido seguir si nada iba a pasar. Incluso recuerdo que me dijo que estaba dispuesto a involucrarse si yo me comprometía en los próximos cinco años a hacer discos con Magazine. Pero yo ya había empezado mi carrera en solitario y no estaba dispuesto a detenerla o finalizarla por eso. Hicieron un álbum que no sé cómo fue, y ya no hicieron nada más. De vez en cuando me contacta su mánager para preguntarme si haría tal cosa o firmaría tal otra. Así que no creo que hagamos nada más como Magazine.
En el libro utilizas una frase recurrente: “La negación es el amortiguador de impactos del alma”. ¿Eso implica que no has tenido remordimientos a lo largo de tu vida?
No, es más bien que cierta negación es necesaria. De lo contrario quedarías abrumado; ya sabes, demasiado. Si hablamos, por ejemplo, del duelo familiar, la única forma en que puedes sobrellevarlo es tener una especie de “OK” y luego, lentamente, ese proceso, esa negación, desaparece y el alma puede asimilar la información. Es como si eres adicto, necesitas estar en negación. De lo contrario simplemente morirías del shock, en plan "Dios mío, esto es lo que estoy haciendo todos los días”. El capítulo en el que hablo sobre los abusos sexuales es muy duro. Pero es curioso, porque la mayoría de las personas con que hablo evitan mencionar mi infancia. Porque es aterrador hablar de eso y tuve que salir de la negación de que aquello me pasó a mí. Tuve que volcarlo en la página. Pero creo que cuando eres consciente de la negación vas a poder ser capaz de dejarla ir. Es como que la aceptas y entonces quizá la negación pueda desaparecer.
¿Cuál ha sido el momento de mayor gloria en tu vida?
Creo que está por venir, de verdad. Siento que esta podría ser mi edad de oro. Un corte a negro hacia el comienzo de algo nuevo. Porque todo lo demás ha sido un poco como el tío que estaba ahí. Estaba Nick Cave, Howard, Iggy… Y ahora es como si pudiera ver la puerta abriéndose y diciéndome “venga, entra ahora”. ∎