La muerte de Catherine Ribeiro (1941-2024) en la madrugada del 22 al 23 de agosto, a los 82 años, ha sido uno de los asuntos recurrentes en los medios franceses estos últimos días. Para hacerse a la idea del impacto de su obra podría bastar un somero repaso a los calificativos de la prensa gala en la despedida: “Libertaria de la chanson” para ‘Libération’, “Una huella única en el rock francés” según ‘Paris Match’, “Catalina La Grande” en palabras de ‘Le Monde’.
Nacida en Lyon, hija de inmigrantes portugueses de extracción muy humilde, Ribeiro trabajó en el cine antes que en la música, estrenándose a las órdenes de Jean-Luc Godard en “Los carabineros” (1963), aunque su trayectoria fílmica no dio mucho de sí y el pop no tardó en cruzarse en su camino. Durante la segunda mitad de los sesenta grabó varios sencillos y EPs para el omnipresente sello Barclay. Además, coprotagonizó la llamada “Foto del siglo” que Jean-Marie Périer realizó en 1966 para la portada de ‘Salut les copains’, compartiendo honores con Sylvie Vartan, Johnny Hallyday, Serge Gainsbourg, France Gall o Françoise Hardy, entre otros. Pero aquella aparente buena racha no duró y en 1968 –traumatizada por el maltrato materno, con el orgullo herido y sin un céntimo en la cartera– decidió quitarse de en medio con una generosa dosis de antiepilépticos que no llegó a ser mortal gracias a la intervención de su amigo Patrice Moullet, a quien había conocido durante aquel rodaje con Godard.
La recuperación fue ardua, Ribeiro tuvo que reaprender a hablar, caminar y escribir, pero cuando se restableció inició junto a Moullet un nuevo camino musical en el que confluían folk, psicodelia, vanguardia y prog-rock acompañada por el grupo 2 Bis. Tras la publicación de “Catherine Ribeiro + 2 bis” (1969), la banda –Moullet se encargaba de la música y ella de los textos– cambió su nombre al de Alpes. El grupo no tuvo el apoyo de los medios mayoritarios, pero la presencia escénica y la voz de Ribeiro –imponente en canciones como “Les fées Carabosse” o “La solitude”– terminarían estableciendo un culto que trabajos como “Paix” (1972) –su álbum más reivindicado a posteriori– contribuyeron a consolidar.
Poco dada a hacer concesiones, Ribeiro nunca rehuyó su ideario: “Pasionaria rouge”, así la llamaron, aunque siempre fue por libre, tanto en lo político como en lo artístico, cautivando a un público fiel que la acompañó durante decenios. De hecho, afirmaba que esa mezcla de marginalidad y combatividad no le impidió ganarse muy bien la vida. Su vínculo artístico con Alpes y sentimental con Moullet terminó a principios de los años ochenta, después de que iniciara camino por cuenta propia revisando a su manera el legado Édith Piaf en “Le blues de Piaf” (1977) y el poemario de Jacques Prévert en “Jacqueries” (1979), aunque el dúo se reencontró en álbumes como “Percuphonante” (1986) o “Fenetre Ardente” (1993) e incluso hubo una reunión de Alpes que nunca cristalizó en nuevo material de estudio pero sí dejó un último registro en el directo “Ribeiro Alpes Live Integral” (2008).
Retirada de la vida pública desde la década pasada, Catherine Ribeiro se estableció en Alemania y limitó su contacto con el mundo exterior, prensa incluida: solo atendía por teléfono en contadas ocasiones. Con todo, su trabajo no dejó de ganar merecido reconocimiento y prestigio también lejos de Francia, en parte gracias a las reediciones en 2018 –vía Anthology Recordings, subsello de Mexican Summer– de los tres primeros discos que “la catedral del orgullo” –así se refería a sí misma– grabó junto a Alpes. ∎