ocos músicos en nuestro país gozan de un consenso tan generalizado en torno a la calidad literaria de sus canciones. Se me ocurren, muy a bote pronto, José Ignacio Lapido, Josele Santiago y Nacho Vegas. No muchos más. Fernando Alfaro (Albacete, 1963) debuta en el ámbito de la novela con “Mundo Turbio” (Contra, 2024), la historia de un personaje ficticio, Ángel Turbio, en cuya peripecia vital se cruza gran parte de la fauna –real o imaginada, lo mismo da– que ha poblado las canciones de Surfin’ Bichos, Chucho o a nombre del propio Fernando Alfaro desde 1989 hasta 2023.
Si te suenan personajes como Hamorambre, Alicia Rompecuellos, Ricardo Ardiendo o El Ángel Inseminador, este es tu libro. Un magnético relato de adicciones, muertes, depresiones y soledad, pero también de creatividad intermitente y crecimiento personal (todo un bildungsroman, lo llaman en su editorial), que plantea un peculiar juego de conexiones, pasadizos temáticos y reflejos retroalimentados con los textos de sus canciones, que aparecen íntegramente reproducidos en el segundo tramo del libro. Todas, desde 1989 hasta 2023. En cualquier caso, hay en sus cuatrocientas páginas una entidad literaria que los trasciende.
Dice Carlos Zanón en el prólogo –y dice bien– que esta es la novela de un escritor que también es músico, y no al revés. Pero hasta ahora solo te habías prodigado literariamente en “Pere y María”, que era un conjunto de relatos publicado en 2020 por Muzikalia. ¿Por qué ha tardado tanto en llegar una novela?
Aquello empezó siendo un relato muy relacionado con el disco “Corazón roto y brillante” (2020), que se utilizó de forma promocional porque fuimos sacando capítulos en su web antes del lanzamiento del disco. Obedecía a un deseo de ampliar su historia. Tenía carga de autobiografía, pero luego me he dado cuenta de que siempre es así. No puede ser de otra forma, aunque lo que cuentes no siempre sea real. Llevaba mucho tiempo queriendo escribir una novela, que es lo que siempre me ha gustado leer. Había escrito más relatos que se habían publicado de forma desperdigada, pero siempre me había escudado, no sé si por descreimiento, timidez o falsa modestia, en que eran encargos. Los escribía porque me pagaban. Recurriendo al tópico de la creación literaria como un parto doloroso, este lo ha sido. Es un lugar común, pero es real. Y lo releo ahora para poder hablar de él y me resulta bastante doloroso, sinceramente. Tengo la sensación de que todos los años que llevaba el libro dentro de mí era como una mujer, embarazada de alguien, que no quisiera parir nunca. Hasta llegar incluso a poner en peligro su propia vida. Siempre lo retrasaba con excusas: que me ha dejado mi novia, que me cambio de ciudad, que he entrado en una depresión, que ha venido una pandemia… todo para retrasar el momento del parto. Hay algo placentero luego, en dar vida a algo. Es a la vez difícil, traumático y curativo. Ya ves, una paradoja.
¿Cuándo empezaste a trabajar en él?
La idea bullía en mi cabeza hace mucho. Tomando notas que luego, en su mayoría, acabas tirando. Era como el protagonista de “El silenciero” (1964), el libro de Antonio Di Benedetto, que tiene una novela a punto de escribir y nunca lo hace, con los personajes ya creados dentro de su cabeza. Solo le faltaba el hilo del que tirar para que empezaran a funcionar. Nunca llega a escribir nada, como le ocurre a Ángel Turbio, mi protagonista, que nunca llega a terminar ninguna de sus historias dibujadas, que podrían haber sido novelas gráficas, porque uno de sus impulsos es dejar huella. Igual que hablo de Ciudad del Mar como lo que podría ser una mezcla entre Valencia y Barcelona, de Ciudad Capital, que es Madrid, y de Ciudad Natal, que es Albacete. Cuando por fin me puse a escribirla, fue rápido. Le cogí el gusto. Lo tenía que haber hecho antes. Creo recordar que la empecé a escribir a finales de 2022 y la terminé el año pasado.
¿Tuviste algún referente literario o algún consejo de parte de alguien de ese ámbito?
No, y me hubiera gustado. No he estudiado literatura, más allá de mi propia ansia autodidacta. Ni he ido nunca a un taller literario. Esto es fruto de las cosas que he leído y el impulso de contar la historia. Hubiera estado bien tener a alguien más experto como guía. Más allá de Dídac Aparicio, mi editor, o de gente muy allegada, no he tenido más feedback. Y el trabajo de edición ha sido muy somero, apenas han tenido que cambiar nada. Solo algunos excesos por mi parte, aunque han quedado muchos, como has podido comprobar (risas). Y el método de trabajo que he seguido ha sido híbrido, entre la planificación y la improvisación. Tengo ganas de dejarme llevar por la escritura, porque siempre me pongo retos del tipo de que cada relato hable de un disco determinado y esas cosas, sobre una estructura prestablecida. La inmensa mayoría de los personajes estaban antes en mis canciones, y eso te marca mucho el camino. Es como escribir sobre una mitología previa. Hay una relación entre lo que van viviendo los personajes y el carácter de mis discos, su contexto y mi propia biografía.
Cuando un músico, o incluso un periodista musical, debuta en el ámbito de la novela, se le suele acoger con cierta suspicacia en el ámbito literario, como si no pudiera valerse sin la música como muleta. Tú has decidido incluir las letras de las canciones de toda tu carrera, en el segundo tramo del libro, dando la opción de que el lector establezca conexiones con la novela, tal cual aparece en su primera mitad. ¿Pero no crees que al mismo tiempo es como asumir que sin las canciones, sin la música, no hay novela?
Sí, pero el mundo de la música apenas se menciona a lo largo de la novela. Solo de forma muy tangencial. Uno de sus personajes, Juan Bautista, tiene un grupo, pero ni siquiera se nombra. Mateo es un personaje que procede de un libro que publicó precisamente la editorial Contra con relatos de músicos sobre discos, en este caso sobre “Kicking Against The Pricks” (1986), de Nick Cave & The Bad Seeds. Aparecen Pere y María de forma fugaz. Aparecen Killing Joke al final porque me interesaba mucho plasmar que el vinilo de “Revelations” (1982) tenía las huellas de Ricardo, porque esto es real. Pero no me apoyo en la cultura musical. De esto se ha hablado mucho en la literatura. Desde Bandini, de John Fante, hay mil ejemplos. El Padre Ubu, que menciono también en la novela, y aparece en distintas obras de diversos autores… Hago referencia a personajes de relatos previos míos, pero no a grupos de música. No estoy excusándome, solo explicando el planteamiento. “Lobo en la camioneta blanca” (2014), de John Darnielle, es un ejemplo de novela que no tiene nada que ver con las propias canciones de quien la escribe. Mi primera tentación fue esa. Y podría no haber incluido las letras de mis canciones. Yo ya estoy harto de mí (risas). Pero luego vi que había una historia que merecía ser contada y ampliada. Y crear ese juego, que para mí ha sido, más que una muleta, una dificultad máxima. Era un reto bastante monumental, en realidad. El reto máximo es lo que has dicho: yo quería que la novela la pudiera leer alguien que no conoce mis canciones de nada, que fuera totalmente autónoma, pasando de leer las canciones. Pero si quien las conoce se preocupa de leerlas y ver cómo se comunican a través de pasadizos, obtiene una experiencia mayor.
Ciudad Natal, Central, del Norte, del Mar…. Solo recuerdo un nombre real de ciudad: Requena.
Es que es verídico. En el pueblo de mis veranos, el pueblo de mi padre, se llama “la reque” al autobús. Por La Requenense, que era la única empresa que operaba por esa zona. La gente decía que iba a coger “la reque”. Le doy la vuelta y convierto a Requena en una ciudad imaginaria, cuando es la única que es real. También nombro Saint-Malo. Pero poco más. Se alude a un apellido gallego, hay una brisa mediterránea en el rostro de Alicia Rompecuellos, el Reino Unido es la Gran Isla, Francia tampoco existe como tal… Es todo turbio, porque buscaba el contraste entre esa indeterminación, que es la extrañeza que siente el protagonista con la vida en general, y la realidad. Luego hay descripciones muy prolijas, sobre cómo construir un arco que funcione de verdad, con una rama de retama, o sobre cómo se construye una pipa para fumar crack, con una botella de plástico, todo extremadamente preciso, como los documentales de insectos. Buscaba ese contraste entre la visión turbia y miope y la visión microscópica de asuntos que empezaron siendo juegos de guerra y terminaron siendo juegos de guerra pero en otro sentido.
Pese a la dificultad del parto, ¿te has sentido liberado como para plantearte otro libro en el futuro?
He descubierto que me siento muy a gusto con esta ocupación. Ha sido una buena experiencia. Con los relatos, mi tendencia era la del mal estudiante, escribiendo el último día de plazo, trasnochando hasta las mil, pero el trabajo más disciplinado y ordenado, sostenido además en el tiempo, me ha gustado. Y logré tener una disciplina. No tengo una idea concreta, lo que sí que tengo claro es que debería ser algo sin tantos condicionantes como en esta. Sin tener que ceñirme a una estructura. Sin saber lo que va a pasar ni cómo va a acabar. Luego igual me da por todo lo contrario, por revivir a estos personajes. Bueno, no, porque están casi todos muertos ya: creo que no hay posibilidad de segunda parte (risas). ∎

Uno de los aspectos más positivos de esta novela, al margen de poseer un estilo seco, punzante, abruptamente manchego, innegablemente conectado con el de sus canciones y tan solo atribuible a su propio artífice, es la concisión. Confiesa Fernando Alfaro que su primera novela le ha obligado a disciplinarse, a ceñirse a un método, a desbrozar entre la maleza para dotar el texto de una jerarquía. Se nota y se agradece, a diferencia de lo que le ocurrió a Javier Corcobado, cuyo –también– extraordinario “La música prohibida” (Liburuak, 2023), que sí fue deliberadamente autobiográfico aunque se guardaba sus licencias, solo requería de una ligera poda, mayor aún que la que ya le infringió antes de publicarse.
El reverso negativo de tal sobriedad es que algunos de los muchos personajes que pueblan el relato de Alfaro pasan por él de un modo tan fugaz que les cuesta arraigar. Quizá mi retentiva también haya mermado y algunas neuronas se hayan podido quedar por el camino, pero me quedé con la sensación de que no todos ellos anidaban en mi recuerdo con el mismo vigor. Dicho esto, aquí hay un lenguaje propio que no necesita de las canciones, y puede que el ejercicio de diálogo cruzado al que el albaceteño se ha sometido sea excesivo.
Porque “Mundo Turbio” –con su protagonista de una historia de tinte fatalista (las adicciones en las que siempre vuelve a caer, la creatividad aplazada sine die, la vida siempre en el margen de la sociedad) que me recuerda mucho al de “Serotonina” (Michel Houellebecq, 2019) por lo que tiene de asomarse perpetuamente al abismo, incluso cuando tiene las necesidades materiales más que resueltas– se sostiene por sí sola como una magnética novela que expone un código literario enteramente propio, sin deudas flagrantes, a veces hiriente en su violento grafismo y que engancha desde la primera hasta la última página. ∎