Paul Kalkbrenner

Al berlinés Paul Kalkbrenner se le suele situar mentalmente en ese slot intempestivo de festivales y clubes de horario continuado. Siendo una figura reconocida del techno europeo, sus lanzamientos no suscitan demasiado interés entre la crítica especializada de estos lares. Tampoco sus visuales han logrado nunca un consenso. Sin embargo, con su último lanzamiento, “Kabelmann”, pretende revertir ese prejuicio hacia su obra.

Especialmente gracias a la cobertura visual que dispone el realizador Björn Rühmann. Un díptico de videoclips que adquiere resonancias de cortometraje. En ambas partes se sigue el recorrido de “Kabelmann” en su búsqueda de una pertenencia. Una suerte de hombre-máquina a lo “Tetsuo” (Shinya Tsukamoto, 1969) agarrado a unos cables infinitos y que se desplaza desde el bosque hasta la ciudad. Es en el entorno urbano donde emprende una búsqueda de estima en animales, humanos esquivos y hostiles y hasta en el mobiliario urbano (una cabina telefónica). En el asfalto descubre la violencia, pero también el amor. Se despide con una perturbadora instantánea final propia de una promo de lo último de Ryan Murphy e Ian Brennan para la saga “Monstruo”.

Una mezcla de descubrimiento, amor y violencia en un relato que se inspira en el propio proceso creativo del DJ y productor de Leipzig. De hecho, es él quien aparece en una especie de laboratorio-estudio claustrofóbico desde donde salen esos cables que arrastra el personaje central durante todo su periplo. La misma guarida de científico loco que queda saboteada cuando el grupo de alborotadores a los que se enfrenta “Kabelmann” corta los conductos.

Lo más interesante, más allá de sus simbolismos y el diálogo con la propia creatividad de Kalkbrenner, es una factura cinematográfica que mantiene la atención. De entrada acercándose al “Stalker” (1979) de Andréi Tarkovski, pero también con reflejos que parecen evocar, por instantes, la fotografía de Nan Goldin o el cine de Aki Kaurismäki. ∎