Hasta hace escasas décadas, el hecho de que la homosexualidad fuera un tabú social implicó que la literatura se acercara a ella por dos vías muy diferentes. Por un lado, la estirpe clásica de autores como E. M. Forster o André Gide, con resonancias actuales en Alan Hollinghurst o David Leavitt, impuso el subtexto y la delicadeza como herramientas de subversión dentro de las letras más clásicas. La segunda vía, que es la que iría de Jean Genet a Dennis Cooper, siempre ha preferido tomar las armas y llamar a la revolución para poner en la cara de la sociedad todo aquello que no quiere ver. Y hacerlo en su versión cuanto más extrema mejor.
Por temática, el Adam Mars-Jones (Londres, 1954) de “Box Hill” (2020; Temas de Hoy, 2021) debería situarse en la segunda vía. Pero su espíritu está mucho más cerca de aquel Forster que dejara por escrito que su “Maurice”, escrita en 1914 y publicada en 1971, no vería la luz hasta después de su propia muerte, para evitar así la vergüenza que se desprendía de su texto más abiertamente gay. De hecho, no resulta para nada extraño que Mars-Jones abandonara este manuscrito en un cajón durante dos largas décadas hasta que decidió desempolvarlo, publicarlo y, de paso, hacerse con el Premio Fitzcarraldo de Novela en 2019.
“Box Hill” narra una historia de amor homosexual en la que ambas partes asumen con naturalidad los roles de amo y esclavo. “Ray tenía derecho a usarme cuando quisiera y como más le complaciera, y si decidía no jugar aquella mano y quería que le chupara la polla hasta que se repartiera la siguiente, así sería, pues era su privilegio”, reconoce Colin, el joven que celebra su 18 cumpleaños paseando por Box Hill, punto de encuentro habitual de motoristas, cuando tropieza con las piernas de Ray, sentado bajo un árbol, y cae al suelo. “¿Qué voy a hacer contigo?”, pregunta Ray justo después de sacar su miembro y enseñar a Colin cómo realizar su primera felación. Pero sabe perfectamente qué hacer con él: convertirlo en su esclavo.
Mars-Jones plasma este complejo amor de forma transparente y natural, sin sordideces innecesarias ni traumas ocasionados por relaciones de poder desparejo. Los dos hombres habitan una relación que han construido según sus propias normas y, de hecho, todo “Box Hill” es un verdadero canto de amor de Colin a Ray varias décadas después de su relación de siete años. Tal y como puede esperarse de la devoción que un esclavo debe a su amo, en el libro solo hay espacio para ese motero que parece salido de una fantasía de Tom Of Finland. La familia del protagonista aparece en contadas ocasiones. Su propia historia es menospreciada por el mismo narrador.
Pero, incluso en las descripciones más serviles, incluso en la mecánica de limpiar las botas de motorista con su propia lengua, el autor impone una delicadeza dulce y una floritura del lenguaje que inmediatamente eleva lo narrado al territorio de la luz. Ray ama a Colin como quien marca a su ganado con un hierro a fuego vivo… Y es por eso que, incluso años después, Colin sigue lamiendo la herida de esa marca con fervor y dedicación. Pero, sobre todo, con una naturalidad pasmosa que tiene mucho que ver con esa normalización que hace décadas que reclama la comunidad LGTBIQ+. Una normalidad capaz desmantelar y desactivar un tabú social como el sadomasoquismo y demostrar que, donde muchos siempre han creído que hay dolor, en verdad lo único que hay es amor. Amor en sus propios términos. ∎