Es una pena que nos hayamos perdido a Aline Kominsky-Crumb (1948-2022) de promo por España para presentar sus obras completas (murió el pasado 29 de noviembre). Una obra en su mayor parte inédita en castellano y que ahora publica Reservoir Books bajo el título de “Querido Callo”, volumen recopilatorio con material desde los setenta hasta 2018. A juzgar por cómo hablaba de su madre en “Crumb” (1994), el documental de Terry Zwigoff sobre su compañero de vida, Robert Crumb, las entrevistas podían llegar a ser la monda. Pero nos quedan las historietas de Callo, el mote que se puso para reírse de quienes le habían afeado su físico alguna vez. Kominsky-Crumb no solamente no sucumbió a la falta de autoestima, a su crianza disfuncional y al autoodio inculcado por sus progenitores… al contrario. Utilizó ese material biográfico como magma incendiario e hilarante para elaborar unos cómics atravesados de judenwitze, es decir, del mejor humor judío contra uno mismo. La manera más inteligente de afrontar la miseria individual.
“Mi soñada casa” (2018), por ejemplo, es una historieta que recorre la vida de Aline a través de las residencias por donde pasa, desde su atribulada juventud en Long Island hasta la madurez exultante en el sur de Francia. Kominsky-Crumb afronta ahí su obra, autobiográfica, como un desafío hacia la sociedad de su tiempo e incluso hacia el feminismo contemporáneo. Recaló en la antología de autoras “Wimmen’s Comix” (1972-1992), pero ahí fue una misfit: se inspiraba en su autodesprecio y el colectivo la criticaba por eso. Su estilo gráfico, calificado por ella misma de “tosco” y “primitivo”, representa en su imperfección el cómix underground en esencia, con la gracia de situar a un personaje femenino en el lugar de una transgresión de género desobediente a cualquier mandato. Su formación artística sin duda le proporcionó un background en el que se vislumbran asimilaciones que van de George Grosz a Frida Kahlo, como apunta con tino la scholar Hillary Chute en un epílogo que rescata la portada del primer “Twisted Sisters” (1976), proyecto que realizó en comandita con Diane Noomin y perfecto resumen de su estética y temas. El destino quiso que Noomin (1947-2022) despegara apenas un par de meses antes que Kominsky-Crumb.
Parafraseando el célebre dardo literario de Christina Crawford contra su madre, Joan, en “Queridísima mamá Callo” (1984) Aline plantea cuestiones serias como su preocupación por no mimetizarse con la madre en la crianza de su hija Sof (Sophie Crumb). Por otro lado, la memoria de los Goldsmith, su familia de origen, ocupa muchas viñetas –y no para ser honrada precisamente– en historietas como “Lorito y Arnie” (1976) o “Rinoplastia” (1989); ahí abandona sus páginas de seis viñetas, multiplicándolas para contar el horror que supone no gustarse de adolescente. Lo mejor de todo es que para Aline no hubo cuestión tabú a la hora de reírse: hasta cuando rompe la cuarta pared para dirigirse al crío que dio en adopción siendo muy joven. En una época en la que ser mujer era un tema demasiado serio –lo sigue siendo en demasiados lugares– vino a decirnos que como ser humano podía y debía reírse como la que más. Empezando y terminando por ella misma.
Comida, sexo, muerte, felicidad, amor, dolor. La portada de este tomo no engaña ni exagera, pese a que la vida de Aline haya sido una feliz exageración. Pero si alguien representa el binomio felicidad-amor, ese es Robert Crumb. La relación abierta entre ambos da pie a situaciones estrambóticas en la ya de por sí heterodoxa existencia de nuestra protagonista. Y queda para la posteridad del cómic lo colado que Crumb estuvo por las rodillas del Callo. ∎