La historia de la literatura universal está llena de héroes, pero estos acabaron dejando paso a las personas corrientes, individuos sin ninguna cualidad especial cuya hazaña era sobrevivir al día a día. De ellos al relato antiépico de los perdedores, los marginados y los explotados por el sistema solo había un paso, que es el que nos lleva a los protagonistas de los relatos de Franz Kafka, el Ignatius J. Reilly de “La conjura de los necios” (John Kennedy Toole, 1980) y tantos otros. El cómic, desde el advenimiento del underground en los años sesenta, ha sido un campo especialmente rico en personajes de esta estirpe, hasta el punto de que autores como Daniel Clowes parecen haber construido su obra en torno a su estudio. Cuesta, hay que admitirlo, encontrar variaciones de este motivo que no parezcan repeticiones mecánicas, puro manierismo que no bebe ya de la realidad, sino de la fórmula.
Andrés Magán (Vigo, 1989), sin embargo, lo ha logrado por la vía de la experimentación formal y la inclusión de ciertas disonancias. Así, “El buen ciudadano” está protagonizado por un outsider inadaptado de manual, pero sus peripecias trascienden la crítica al sistema o al individuo que suelen encerrar este tipo de obras. Juan Magán –doble juego con el apellido del autor y con el nombre artístico del, según Wikipedia, “rey del electrolatino”– es un librero de viejo cuyo negocio se mueve en el terreno puramente virtual, que solo sale de casa para llevar los envíos a la oficina de Correos y que se relaciona con el mundo a través de páginas, ya sean las de la web o las de los libros. En la primera parte del relato, lo vemos en su vida cotidiana, conocemos a sus vecinos, personajes ilógicos con los que parece incapaz de comunicarse con naturalidad, y mediante los cuales Andrés Magán construye un universo alterado, con toques de surrealismo. En la segunda, la más interesante, su protagonista se ve envuelto en su propio y posmoderno viaje del héroe, y sufre en sus propias carnes la crueldad del mundo y del ser humano.
Magán comenzó su carrera adscrito a un movimiento artístico centrado en Vigo, del que también han formado parte Begoña García-Alén, Óscar Raña o Cynthia Alfonso, en una esfera experimental, rayana en la abstracción, y de influencias artísticas contemporáneas. Resulta evidente en su producción fanzinera, así como en su primer libro, “Fragmentos seleccionados” (Apa-Apa, 2017). Sin embargo, con el paso de los años, ha virado a un estilo mucho más cartoon y cercano a la tradición de cierto cómic antirrealista. Los juegos con el color y con las formas han dejado paso a una figuración aferrada a la línea de tinta y un blanco y negro que enriquece con recursos que replican al viejo cómic industrial: tramas mecánicas que construyen grises, pero también espacios simbólicos y emocionales. Algunos de los rasgos de “El buen ciudadano” pudieron verse ya en “Las aventuras de Passer P. Malta” (Mamut, 2022), un cómic infantil plenamente disfrutable por adultos: el gusto por los personajes extraños, el tono entre alucinación y sueño y el sutil sentido del humor –resistiremos la tentación de hablar de retranca gallega– teñido de cierta hondura metafísica.
Pero, como decíamos, es el aparato formal el que lleva la obra a un nivel notable. Magán parece haber asimilado las lecciones de Chris Ware y, sobre todo, Olivier Schrauwen, pero a partir de ellas construye un modelo de representación muy coherente, alejado del realismo. Los personajes varían de tamaño y forma, e incluso pueden estar esbozados en registros gráficos distintos. Los espacios no resultan proporcionados y no se respeta ningún rácord, porque esto, parece celebrar Magán en cada página, no es una película: es superficie dibujada, y el dibujo tiene sus propias reglas. El relato ofrece una sorpresa tras otra, fruto de un autor que evita siempre poner el automático, y que nos lleva con nervio y ritmo bien estudiado de la seguridad de las cuatro paredes en las que vive el librero Juan Magán a la exótica tierra de Segovia, entre diálogos propios del teatro del absurdo, pájaros parlantes e incluso una cita al Krazy Kat de George Herriman. ∎