Libro

Andrés Pérez Perruca

Vida de un pollo blanquecino de piel finaJekyll & Jill, 2024

Más que un grupo, El Niño Gusano fue una filigrana. Y suma y sigue más de veinticinco años después del más triste final del cuento, porque ahora tienen quien les escriba: Andrés Pérez Perruca (Zaragoza, 1971), el que fuera el batería de los mañicos y su pop psicodélico juguetón en la escena indie patria de los noventa. Solo tres discos y las letras sin par de Sergio Algora (1969-2008), que elevaron la apuesta a otra categoría sin competidores porque fueron un tratado ecuménico de la particularidad.

Ahora, sin verlo venir, como un rayo que cae, su fideicomisario del hi-hat sube aún más el envite y se marca una broma infinita de ochocientas y pico páginas maquetada sibilinamente, ya que son, en realidad, más de mil para crear un universo propio a partir de la banda, sus andanzas por España y Francia, la ciudad de Zaragoza, su bar El Fantasma de los Ojos Azules y la parroquia insigne de secundarios para sonreír un montón y también llorar, pues Perruca cuenta las muertes en crescendos de intensa emoción.

“Vida de un pollo blanquecino de piel fina” es “otra cosa” de “otra cosa”, en su sentido coloquial de diferencial, un prodigio sobre un prodigio, porque la calidad del libro va por libre respecto al conjunto musical que lo vehicula, pues hay, reitero, bastante más: es una carta de amor a un poeta, es una sucesión de anecdotario gozoso porque no hay nada mejor en el mundo que una buena anécdota, es un candil filosófico de hedonismo y contiene multitudes de salidas libertarias por un estilo casi joyceano en desparrame de ingenio y traviesa creatividad.

A la par, precisa su tiempo y se antoja recomendable el picoteo para no desesperar: 67 capítulos por las 67 canciones que grabaron, y a partir de ahí te cuenta cositas de cada una y el mundo se despliega coleante. Le ha llevado 20 años escribirlo y prendió fuego con una cerilla digital a dos mil páginas más. Es una locura maravillosa que abruma. Ojalá todos los grupos del mundo tuvieran a un Perruca (los muy aburridos no) para que construya un Burj Khalifa literario que atraviese las nubes de la desmemoria y el olvido para hacer una obra de arte a partir de sus habitantes: muchos pisos, muchas habitaciones hopperianas y alguna gente sonámbula meando sobre otra pensando que es un cañaveral.

Ojalá escriba más. Y a riesgo de que sea café para cafeteros gusanos, esto no son dos tazas, sino Colombia entera y anexionando Júpiter. Mega-super-ultra-uber a por todas y me quedo corto, avisados quedan. El ángel guardia ha hecho el truco definitivo, y da literalmente para un año sin parar de reír. ¡Qué bien sabe(n) existir! ∎

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