La conjunción de firmas tan consolidadas como las de Antonio Altarriba, Sergio García y Lola Moral hizo del lanzamiento de “El cielo en la cabeza” una obra, por así decirlo, con foco encima. Brilló en el jardín de novedades de finales de 2023.
Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) es uno de los guionistas más notorios de España, de los pocos galardonados con el Premio Nacional del Cómic –en 2010, por “El arte de volar” (2009), con dibujos de Kim–. El granadino Sergio García (Guadix, 1967) es un ilustrador de reputación internacional –asimismo galardonado con el Premio Nacional de Ilustración en 2022– y su nombre resuena entre los más memoriosos como una firma notable en el cómic francobelga de los años noventa; también como teórico con su libro “Sinfonía gráfica” (2000). Y Lola Moral (Montalbán de Córdoba, 1964) es artista multifacética, estrecha colaboradora de García, que aquí aporta un coloreado vívido e irreal que destaca con fortuna. Moral asimila las necesidades de la obra con un color narrativo que se vuelve imprescindible.
“El cielo en la cabeza” responde a esta atención inicial con todos los artificios posibles. No lo digo en tono peyorativo: el tema es importante e impactante: nos narra la odisea del africano Nivek desde un Congo que lo convierte en soldado despiadado hasta una Europa/España nada gratas, pasando por selvas y desiertos y enfrentándose a un bestiario humano mayormente terrible. Y lo hace con un formato casi solemne, gran álbum de dimensiones notables.
A partir de aquí nos resta leer, y la lectura ofrece una curiosa mezcla de tonos, del docudrama a un aire de cuento ancestral. Los capítulos de apertura, “Congo”, y cierre, “Mediterráneo” y “España”, pertenecen al primer grupo, abundan en crudezas expuestas a bocajarro. La travesía (“La selva”, “La sabana”, “El desierto”, “Libia”) se rige más bien por cierta poética del cuento oral, sin desprenderse del tono tremendista. Me recuerda, incluso, a ciertos relatos autoconclusivos escritos por Neil Gaiman, aquellos para su cabecera más mimada –“The Sandman” (1989-2015), con el concurso de numerosos dibujantes–, que buceaban en tradiciones ajenas y lejanas.
Pero pese a esta mixtura tonal, en todo el cómic sobrevuela una intención didáctica que nos plantea enfrentarnos a nuestra propia mirada ante la emigración que busca en Europa una salida vital. Se reconoce el compromiso político de Altarriba en ello, aunque quizá en exceso: la abundancia de diálogos explicativos puede ser redundante o en ocasiones incluso innecesaria. Con todo, la idea del contraste África/Europa –lo que se quiere superar, lo que se busca y lo que se encuentra– pide quizá más equilibrio, como ahondar en las penurias del primer mundo para Nivek.
El papel de García como responsable gráfico se beneficia de la parte más cuentista, del tono casi oral de los viajes y encuentros en la selva y los desiertos. Su dibujo es bello, abunda en su idea reconstruida de lo que puede ser el cómic como narración gráfica a partir de intrincados diseños de página y desde una personalidad bien forjada que enlaza obras pretéritas con esta propuesta. En ocasiones nos recuerda aquí a maestros como Miguel Calatayud, en otras a las composiciones del Frank Miller más experimental y siempre a las formas del último Javier Olivares. Se diría que hay hermandad entre dos dibujantes, Olivares y García, acostumbrados a navegar tanto las aguas del cómic como las de la ilustración, desde sensibilidades distintas pero paralelas.
Con luces y alguna sombra, la gran virtud de “El cielo en la cabeza” es finalmente su pertinencia: nos brinda una oportunidad para pensarnos a nosotros mismos como primer mundo. ∎