Película

Beau tiene miedo

Ari Aster

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¿Qué hacemos con Ari Aster (Nueva York, 1986)? Todavía estábamos discutiendo, a veces de manera apasionada, si el director de “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2019) merece un espacio destacado en el panorama del cine de terror contemporáneo o si es un intruso que instrumentaliza los códigos del género. El debate estaba sin resolver, pero Aster ha subido su apuesta autoral con un objeto audiovisual no identificado que ha definido como un “El señor de los anillos judío”: “Beau tiene miedo” (2023), una comedia negra con forma (y duración) de aventura épica, aunque atienda básicamente a cotidianidades enrarecidas.

Aster construye un mundo distorsionado, visto a través de los ojos (angustiados) del personaje. Pero va más allá de este expresionismo al incorporar elementos abiertamente fantásticos y delirantes. A la vez, el relato tiene algo de ejercicio de psicoterapia de un personaje. Eso sí: a diferencia de lo que habíamos visto en clásicos como “Fellini 8 y ½” (Federico Fellini, 1963) o “Recuerdos” (Woody Allen, 1980), “Beau tiene miedo” no es una película autobiográfica. O eso dice su realizador, que ha intentado no explicar gran cosa sobre ella, pero sí ha tenido que hacer algunas declaraciones en entrevistas promocionales, como que ama al personaje protagonista. Nadie lo diría, porque le ha preparado un auténtico vía crucis que remite a esas odiseas-vapuleo, más bien crueles, que los hermanos Coen han reservado a algunos de sus personajes.

“Beau tiene miedo” es, en buena medida, un chiste largo y raro. El protagonista es un hombre de mediana edad a quien las cosas le fueron mal desde su mismo nacimiento, dominado por la ansiedad y laminado por la figura castradora de su madre. Ahora Beau tiene que viajar a la casa familiar. El camino debería ser fácil, pero aparecen diversos obstáculos y demoras. Más y más personajes inquietantes, espacios inquietantes, situaciones inquietantes, retrasan el regreso al hogar de este Ulises amenazado. Su trayecto acaba remitiendo a esa escalada aparentemente irracionalista de situaciones violentas que mostraba “Madre!” (Darren Aronofsky, 2017).

Coachella 2023
Aster cuida la imagen, en equipo con su director de fotografía habitual, Pawel Pogorzelski. Nos habla del mundo entero como un lugar extraño y amenazante. Trata (otra vez) sobre las relaciones sentimentales destructivas que vertebraban “Hereditary” o “Midsommar”. Y nos presenta a un personaje que teme morir y que también teme vivir, un individuo doliente que Aster debe considerar representativo de algún aspecto de nuestras vidas y de nuestro presente, quizá de nuestras inseguridades, de nuestra inmadurez, de nuestra debilidad. Aunque no sepamos exactamente qué nos dice sobre todo ello.

En esta ocasión, los partidarios y los detractores de Aster tendrán consenso en un punto: su tercer largo no es una película de miedo, aunque sea una película con miedo. El primer tramo de la obra está marcado por las pesadillas de inseguridad ciudadana: Beau camina, corre, huye por las calles de una jungla del asfalto densa y caótica donde abundan los delitos (asesinatos incluidos) a plena luz del día. Hay algo de lynchiano en algunos rostros de esta turba malvada que parece emanar de las pesadillas de un niño rico: son caras sucias que, a veces, proyectan esa maldad que se presupone infinita del BOB de “Twin Peaks” (David Lynch y Mark Frost, 1990-1992).

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La road movie se derrama y desvía. Comienza con elementos de thriller perturbador con estallidos de acción ansiosa, se reubica como observación perpleja de la vida en los espacios de la clase media y continúa como fantasía, como neo-noir y como lo que haga falta. Las diferentes viñetas de este viaje alucinado al fondo de una mente parecen adaptarse a diferentes géneros cinematográficos de manera sucesiva. Lo que no sabemos es si todo este juego nos dice algo sobre la experiencia humana. ¿Se asemeja más al Fellini que habla de la vida, de su vida, de sus amores, o al Zack Snyder que construía el artificio de “Sucker Punch” (2011) a golpe de metarreferencias de la cultura geek y freak?

El empeño de Aster puede verse como otra constatación de que las narrativas de género, asociadas a la idea del entretenimiento fabricado en serie, han colonizado nuestra manera de explicar la realidad o la experiencia subjetiva que tenemos de esta. Incluso una película como “Beau tiene miedo”, que intenta expandir (¿o socavar?) la idea del cine como arte principalmente orientado al entretenimiento, se apoya en estas convenciones. Aun así, la apuesta es un poco temeraria. Y quizá es eso lo que puede resultar más simpático de “Beau tiene miedo”, incluso con su acidez y sus excesos posibles: que sea una propuesta alejada del confort de lo derivativo, de la reproducción de lo que se ha comprobado como comercialmente viable, a riesgo de lanzarse al terreno de la autocomplacencia. O de resultar kitsch cuando pretendía ser irónica. ∎

¿Socavar la idea del cine como arte principalmente orientado al entretenimiento?
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