Hong Kong en los años sesenta fue la arcadia particular de Wong Kar-wai en su imaginario cinematográfico. En su primer trabajo para televisión, “Blossoms Shanghai” (estrenada en China a finales de 2023), el director vuelve a Shanghái, ciudad en la que nació en 1958, pero con otro tiempo y otro contexto. Ubicado en la primera mitad de los noventa, el relato tiene como telón de fondo la reforma económica china: el paso de los terratenientes a los capitalistas en el país, las primeras acciones en la naciente bolsa y el mercado de valores. Hay que superar en la serie sus dos primeros episodios, en los que hay un exceso de información para contextualizar el período y la transformación socioeconómica. Después, la narrativa empieza a reposar en una media docena de personajes principales y el fondo se diluye, o deja de tener la misma importancia.
Cuesta mucho ese arranque, sinceramente. Kar-wai debe manejar códigos bien distintos a los de la mayoría de sus largometrajes y además se ve obligado a esa contextualización abusiva y atropellada. Hay que tener muchas ganas de seguirla –más por respeto a Kar-wai que por el interés intrínseco que deparan esos primeros capítulos– teniendo en cuenta que, como si se tratara de una serie de la edad de oro de la televisión estadounidense, consta de… ¡30 episodios de 45 minutos de duración cada uno! Filmin presenta ahora los 15 primeros, divididos en tres partes de cinco capítulos, y en octubre llegarán los otros 15. No podemos hablar de película larga, como en algunas series contemporáneas occidentales –por metraje y por estructura–, sino de un “culebrón de los de antes”. Y ateniéndose a las reglas de la cultura popular china, no asimilada del todo, o en nada, entre nosotros. De ahí las disonancias y discrepancias que puede provocar “Blossoms Shanghai” en relación con la fascinación que en Occidente ejercieron “Chungking Express” (1994) y, sobre todo, “Deseando amar. In The Mood For Love” (2000), uno de los grandes iconos cinematográficos de este siglo.
Tras un prólogo de apenas una escena, el primer episodio arranca en diciembre de 1990. La voz en off comenta que hay que mirar hacia atrás y hacia delante, y esa será la estructura narrativa de la serie: desde 1993, donde acontece el grueso de la acción, el relato viaja constantemente hacia el pasado para contarnos aspectos determinantes, o a veces anecdóticos, de sus protagonistas. En cualquier caso, los títulos de crédito en sepia nos transportan a un tiempo algo más lejano, pero los insertos de imagen documental nos devuelven a la realidad evocada de esos años noventa en los que Shanghái cambió su fisonomía y su estilo de vida.
Es una historia sobre el mundo de los negocios –atropellado: muchas maniobras que realizan los personajes son difíciles de seguir y entender– avivado por la fascinación del capitalismo occidental –muy pertinente dada la actual realidad china– y conducida por Ah Bao, un hombre hecho a sí mismo que ya ha sido definido como el Jay Gatsby oriental por su carisma y capacidad para dotar a su vida de un misterio permanente: cierto espíritu de la era del charlestón, el jazz y el champán de los años veinte que definió Francis Scott Fitzgerald en sus obras también viaja por el tiempo hasta el Shanghái de los noventa. Los negocios son estilo, teatro y acceso, nos dicen. La suite de un hotel es la teatral sala de operaciones de los negocios de compra y venta de acciones, y esa habitación, que otorga esplendor y seguridad, es lo que mejor define a un personaje de vital importancia, el veterano tío Ye, mentor de Bao. La expresión de nostalgia y de cierto dolor por el tiempo que ha pasado inclemente cuando Ye contempla el cambio de Bao, bien trajeado y peinado, puro estilo, es uno de los mejores momentos de toda la serie: sabemos al instante que se acuerda de sí mismo cuando era joven y triunfador.
Tras esos convulsos (y confusos) dos primeros episodios de presentación y exceso de información, ideales para que muchos espectadores abandonen la serie, llega en el tercero la inauguración del restaurante Gran Lisboa. Aquí la trama principal se va aposentando. Al ser una serie tan larga –repito, 30 episodios– puede entenderse la lentitud con la que entra en materia, pero a los primeros capítulos les falta un mayor dinamismo entre el contexto y la particularidad de las figuras principales del drama. Algunas, como el comerciante de camisetas hechas de algodón ignífugo, Mr. Fan, resultan especialmente molestos en su estridencia, aunque poco a poco adquieren entidad. Como lo hace a partir de ese tercer episodio la calle Huanghe, una arteria de negocios real, de 775 metros de longitud, repleta de restaurantes y locales donde se realizan los negocios más importantes en la ciudad. Un paraíso de luces de neón que se convierte, con su paisajística particular y las luchas intestinas provocadas entre las “madames” –la propietarias de cada uno de los restaurantes–, en protagonista de excepción. Un paisaje urbano ocupado por unas cuantas figuras humanas.
La mayoría de las interpretaciones son exageradas a conciencia, especialmente la de Yili Ma, la actriz que encarna a Ling Zi, propietaria de un restaurante más intimista, el Tokyo Nights, situado en otra calle de la ciudad. Ling Zi es una de las tres mujeres en la vida de Bao. Tienen entidad por sí mismas y en su relación con el protagonista masculino, ya que le procuran conceptos como amor, aventura y una cierta inocencia. Las otras dos son Miss Wang, una hábil y agitada agente del mercado de valores, aunque su personalidad sea más naíf, y Li Li, la glamurosa propietaria del Gran Lisboa, quien tiene que pactar con Bao para luchar contra el resto de “madames”. Kar-wai hace un uso abusivo de la música –pero ese es el estilo de los culebrones televisivos, occidentales u orientales–, recurre a un tipo de ralentís distintos a los que definieron sus películas y a los saltos temporales hacia atrás. A veces son muy breves, como un recuerdo que se evapora rápido. En otros casos –explicar cómo Bao conoció a Ling Zi y a Wang– pueden llegar a ocupar un episodio entero. En aislados momentos, esa sensualidad de la cámara lenta que caracterizó “Deseando amar” se recupera en la serie: el paseo bajo la lluvia de Bao y Ling Zi en uno de los primeros episodios. Puestos a buscar relaciones y similitudes, otra escena bajo la lluvia, la de la misma Ling Zi en el capítulo trece caminando también bajo un aguacero, ahora sola, tienen la estilización de “Deseando amar”, así como la atmósfera en el local Tokyo Nights es parecida a la de la pensión en la que se conocían Tony Leung y Maggie Cheung en el opus cinematográfico de Kar-wai. La gastronomía adquiere un valor estratégico en la serie: la importancia del estilo de comida de Hong Kong, por ejemplo, elemento esencial en los episodios nueve y diez; la “oposición ética” entre el sofisticado pudin de cebolla con pepino de mar, la especialidad del Gran Lisboa, y una sencilla cola de pescado estofada que sirven en el Tokyo Nights; o la brillante secuencia gastronómica en los fogones del Gran Lisboa en el sexto capítulo, convertida en otro de los grandes momentos “estratégicos” de Bao para ejecutar sus complejos planes. Por el contrario, frente a la sugerencia y estilización de estos momentos, los elementos de comedia no funcionan, o no funcionan para los occidentales, caso de la chirriante secuencia de la venta de camisetas en unos grandes almacenes donde actúa un cantante de moda. Muy dialogada, la serie suelta algunas perlas sobre las relaciones de poder. “La información es poder. Si quieres dinero usa la cabeza, no el escote”, le dice Li Li a una de sus camareras. “Tengo una historia que contar, pero no es adecuada porque es mi secreto”, puede leerse en un rótulo intercalado al estilo del cine mudo en el episodio once, cuando se empieza a contar algo del pasado de Li Li antes de llegar a Shanghái. Li Li es el personaje más interesante junto a Wang y tío Ye. Todo en ella es misterioso, algo occidentalizado en plan femme fatale. Su relación con Bao es muy visual, de lo mejor de la serie: miradas oblicuas o insinuantes, siendo filmados ambos en ligeros contrapicados que no los hacen más poderosos, pero sí dramáticamente más significativos.
Se ha dicho que “Blossoms Shanghai” completa trilogía con “Deseando amar” y “2046” (2004). No acabo de verlo más allá de unos elementos temáticos comunes en cuanto al paso del tiempo y las relaciones –románticas, esquivas o de tensión sexual no resuelta– que afloran a lo largo de la serie, y las referidas similitudes puntuales en unos cuantos planos. En todo caso, “Blossoms Shanghai” es una serie pensada para el público de su país mientras que “Deseando amar” y, en menor medida, “2046” fueron largometrajes muy conscientes del poder que podían ejercer en las plateas occidentales. ∎