Como un paseo nocturno en un coche patrulla por las calles de Belfast, la segunda temporada de “Blue Lights” (2024) te agarra por el cuello y no te suelta. La serie creada por Declan Lawn y Adam Patterson retorna con la misma intensidad, pero con una madurez palpable apta incluso para los menos fanáticos de las series policíacas. Un año después de la caída de los McIntyre, su dominio del tráfico de drogas en Belfast ha sido remplazado. Después de que dos policías reciban un aviso a través de la radio, se dirigen a una casa en la que parece haberse producido un altercado.
“Blue Lights” es, en ocasiones, una historia optimista sobre lo ingenioso y comprensivo que es el cuerpo de policía y desentona, por tanto, con un clima cultural marcado, en los últimos años, por la violencia contra George Floyd, los movimientos de Defund The Police o la crítica al exceso en el ejercicio de la violencia: prácticamente todos en esta fuerza ficticia son idealistas que luchan por las personas vulnerables. Lo que la serie nos ofrece: la redención de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, más apta para una audiencia (y solo una parte de ella) con ganas de apreciarlos que para cualquier país donde esté autorizado el uso de pelotas de goma o leyes mordaza.
Grace, la madre soltera, interpretada por Siân Brooke, se convierte en esta temporada en la heroína inesperada. Su vulnerabilidad, antes un punto débil, ahora es su mejor arma. Stevie, interpretado por Martin McCann, viudo melancólico, continúa siendo un pilar emocional en la historia. Su relación con Grace, que había comenzado con una chispa de coqueteo en la primera temporada, se desarrolla en una conexión más profunda y significativa.
Mientras que esa primera temporada era un aluvión de adrenalina con novatos que corrían sin saber a dónde iban, esta vez hay una tensión más soterrada: la ternura hacia el cuerpo policial proviene de sus conexiones emocionales y no de su falta de experiencia. Es un contraste brutal con aquello a lo que nos tienen acostumbrados producciones nacionales como “Antidisturbios” de Rodrigo Sorogoyen, con un discurso marcadamente crítico; está más cerca en su vocación de los casi mil capítulos de “Servir y proteger”, por más que el tono serio y la forma documental la alejen de esta. No es deshonesta en su retrato del cuerpo policial, con dobleces y dilemas morales, pero sí lo muestra de forma empática y con algo de misericordia, más aún teniendo en cuenta su particular contexto irlandés.
Pese a todo, sigue siendo la mejor serie policíaca del momento. Las historias de todos los personajes concluyen con eficacia, el tono está logrado y sigue logrando enganchar. La trama central de la pandilla en esta temporada, que gira en torno a los personajes interpretados por Seamus O’Hara y Seana Kerslake, es casi más cautivadora que la de la anterior y demuestra la capacidad de la serie –original de BBC One– para darle un nuevo giro a los viejos clichés y reinventarse tras el final de la historia de la familia McIntyre al final de la primera entrega. ∎