Serie

Bosch: Legacy

Tom Bernardo, Eric Overmeyer y Michael Connelly(T2, Prime Video)
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Este (falso) spin-off de “Bosch” (Eric Overmeyer, 2014-2021) sigue siendo tan confortable como lo era la serie matriz. La adenda en el título sirvió para ahorrar costes –a nuevo nombre, reseteo de una estructura salarial que va aumentando cada año en virtud de los convenios acordados por los distintos gremios–, pero, esencialmente, esta continuación se adhiere a los patrones del original como los tatuajes a la piel de Hieronymus “Harry” Bosch. Cada temporada se nutre de la bibliografía de Michael Connelly –aquí, principalmente, “Del otro lado” (2015)– y sigue cartografiando el Los Ángeles menos amable. Los arquetipos del noir más canónicos se reactualizan convenientemente sin perder sus señas de identidad (honorabilidad, dureza, laconismo). Ahora bien, la adenda que conduce con pulso firme el guionista y showrunner Tom Bernardo introduce algunas variaciones estructurales –muy probablemente debidas a que en Estados Unidos se emite a través de Freevee, el servicio de streaming gratuito de Amazon que incluye publicidad– además de una composición más coral que su predecesora.

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Sin ir más lejos, esta segunda entrega arranca con una suerte de epílogo de la temporada anterior compuesto por los dos episodios iniciales que han de suturar el cliffhanger con el que aquella terminaba. Harry Bosch (Titus Welliver) debía dar con el paradero de su hija, agente novata del departamento de policía de L.A., secuestrada por un violador de ancianas de cuya investigación se encargaba. En ese inicio concentrado, híbrido entre actioner rocoso y procedimental acelerado que por momentos recuerda al “Peligro sepulcral” (2005) que Quentin Tarantino firmó para “CSI” (Anthony E. Zuiker, 2000-2015), se detectan con facilidad esos recursos dramáticos empleados para estimular en el espectador sus deseos de continuidad.

Superado ese principio, “Bosch: Legacy” (2022-) nos ofrece una organización acumulativa –que no renuncia a los citados golpes de efecto, como se observa en el cierre de la temporada– que establece una conexión directa con la serie original. Aquí siguen palpitando las consecuencias del asesinato de Carl Rogers (Michael Rose), sus conexiones con la Bratva y la implicación de Bosch y la abogada Honey Chandler en todo aquel asunto, hechos que ocupaban la temporada final de “Bosch” y que ahora son investigados por el FBI. A ello hay que sumar las secuelas psicológicas que sufre Maddie (Madison Lindzt) tras el secuestro, más las indagaciones a propósito del homicidio de Lexi Parks que Chandler le encarga a Bosch con tal de exonerar al presunto culpable que le ha tocado defender.

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Hay un entreverado de situaciones que contribuyen al aumento del peso de la importancia de personajes otrora secundarios. Ahora son (casi) tan importantes como Bosch su hija Maddie (la legataria del título, una Madison Lindzt a la que le cuesta alcanzar la sequedad de Welliver), Honey Chandler (Mimi Rogers en uno de los mejores papeles de su carrera) o Maurice “Mo” Bassi (Stephen A. Chang), el jáquer ayudante de Harry, un Watson afable al que se le dedica toda una chispeante subtrama siempre conectada con los acontecimientos principales (los guiones siguen siendo de hierro).

Con todo, el punto álgido de esta segunda temporada lo encontramos en la cesión del testigo vital entre padre e hija, una herencia profesional y espiritual lacrada por una mirada de identificación entre un Harry que sabe que, al igual que él, Maddie será capaz de apretar el gatillo cuando sea necesario, revelándose así como depositaria de los traumas y dilemas de su padre. En esta serie familiar a todos los niveles –Welliver escribe el guion del capítulo noveno y su hija Cora interpreta a Sam, la paseante del perro Coltrane–, el motor emocional que supone la ambivalente relación entre Harry e hija sigue funcionando con la misma fiabilidad que el de un viejo Jeep Cherokee. ∎

Family affair.
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