Nos aproximamos al escritor Carlos Zanón a través de las canciones que ha seleccionado para la lista de reproducción que ilustra esta entrevista. Es una estrategia apetecible, porque hablamos de un melómano de largo recorrido, que a veces encuentra en la música popular hilos de los que tirar a la hora de componer su obra. “Love Song”, su nuevo libro, lo confirma ampliamente.
En cierta forma “Love Song” (Salamandra, 2022), el nuevo libro de Carlos Zanón (Barcelona, 1966), está muy conectado al disco “Steve McQueen” de Prefab Sprout (si bien coge su título de una canción de Simple Minds). No solo porque ese sea, si hay que elegir uno, el álbum favorito del escritor y porque se publicó en 1985, el año al que querrían volver los tres músicos protagonistas de esta novela para quedarse a vivir en él, siempre en él. También porque es un disco que evoca un contexto brillantemente oscuro. Como lo son tantas cosas en la vida de Cowboy, Jim y Eileen, ese triángulo de personajes crepusculares, equilátero e isósceles, que se arrastra sentimentalmente averiado por sus 347 páginas. Un trío inspirado en aquel tan platónico que conformaron Townes Van Zandt, Guy Clark y la esposa de este, Susanna.
Quedamos en el bar de la ubicación provisional del Mercat de l’Abaceria del barcelonés barrio de Gràcia, en el Passeig de Sant Joan. De las cuatro opciones que se le proponen por la zona, Carlos elige esta. Simbólico, pues es el mismo bar que aparece en “Love Song” dando título al capítulo 29, que transcurre todo en él. Es ahí donde quedan dos de los personajes del libro, Cowboy y Tatiana, para hablar de sus cosas, que aquí no se van a desvelar. Porque, tranquilos, este artículo no va de revelaciones incómodas de la trama –eso que ahora se llama spoilers–, salvo lo justo y necesario, como se dice en misa, sino de que Zanón nos cuente los porqués y el cómo de su nueva novela, que viene a sumarse a un listado que, según Wikipedia, cuenta ya con veinte títulos desde que debutó con el poemario “El sabor de tu boca borracha” (Nínfula, 1989).
La pandemia y los campings vacíos…
La pandemia me lo jodió todo. El libro va de tres músicos girando por campings, pero ¿cómo iba a documentarme, si estaban todos vacíos? Me acerqué a alguno y me miraban en plan “¿y este tío aquí?”. Así que eché mano de la memoria, de cómo eran en los que de joven curré de camarero, tiré de Google para buscar campings nudistas... Tuve que hacer una abstracción. Por suerte, ya llevaba dos o tres con el libro; si no lo hubiera empezado antes de la pandemia no sé qué habría hecho.
Un trío a lo Townes Van Zandt con los Clark, no como los Baker Boys.
A mí se me van superponiendo cosas, no tengo nunca “el nuevo proyecto”, sino temas que me interesan y se me van colocando delante y entonces llega un momento en el que tengo que buscar una trama mínima que me sirva para aguantarlos. Una trama que igual luego se te queda en nada, porque al principio quería hacer una historia que pasase en Edimburgo y luego eso me ha dado solo para capítulo y medio. Después quise que el libro fuera sobre músicos, aunque desde el punto de vista del proceso de creación, que fuera algo muy realista. Pero luego me leí un artículo sobre la relación entre Townes Van Zandt, Guy Clark y la mujer de este, Susanna, y pensé “hostia, esta historia me interesa mucho”. Me gustaba mucho la historia esa de un trío de superamigos, pero no como la de la película de los Baker Boys, sino la de una pareja y el mejor amigo de ambos. Me impresionó mucho que Townes Van Zandt telefoneara cada noche a Susanna y que, cuando Townes murió, Susanna se metiese en la cama con depresión y ya no se volviera a levantar. Me pareció que ahí había algo muy chulo.
El soldado y el poeta: ¿mejor pareja Eileen y Cowboy o Eileen y Jim?
Eileen y Cowboy son demasiado parecidos. Aunque hay un momento en el que ella le suelta que con él sí hubiera querido tener un hijo, pero es una de esas cosas locas que se dicen. Me gustaba mucho jugar con la idea del soldado y el poeta. Uno es el que cumple, el serio y tal y cual, y luego está el otro. Por eso una parte de Eileen siempre será de Cowboy y otra siempre será de Jim.
Jules y Jim, Lord Byron y los Shelley.
La idea era hacer como un experimento de laboratorio. La idea es que si no introduces el tema sexual, igual lo del trío se puede aguantar. Lo que más le putea a un tío es que ella se esté follando a tu amigo, no que sea su amiga. Es la historia esta como muy cavernícola nuestra. Luego también estaba la película esa de “Jules y Jim” (François Truffaut, 1962). Me leí el libro, pero lo típico, es un libro superdecepcionante visto con nuestra mirada de ahora. Escribiendo sobre Cowboy, Jim y Eileen, me di cuenta de que también estaba escribiendo sobre otro trío, el de Lord Byron con el poeta Percy Shelley y su esposa, Mary. Me leí un libro de un escritor colombiano, William Ospina, que tiene una teoría muy sugerente: Byron y Shelley cuando se conocen se fascinan, porque son completamente distintos. Pero es su amistad la que les mata, porque Shelley, que era un tío muy idealista y que no sabía nadar ni sabía navegar, se muere porque en plena tormenta coge un barco y dice “ya piloto yo”, y el barco se va a tomar por culo y él se ahoga. Se muere queriendo ser digno de Byron. Y a Byron, que siempre lo único que había hecho había sido perseguir niñas, de pronto le coge el rollo de que quiere defender a Grecia de los turcos y se gasta todo el dinero en una milicia y se muere en Mesolongi de fiebre. Se muere haciendo una cosa que le hubiera gustado a Shelley. En el fondo lo que les mata a los dos es haberse encontrado. Porque uno solo puede ser quien es. Esa idea me gustaba y me la encontré un poco mientras iba escribiendo el libro, me di cuenta de que tenía una pareja protagonista que hacía canciones, tenía a otro tío que también hacía canciones y pensé “esto es un mito que ya me suena”.
De la Guerra de las Malvinas y Dexys Midnight Runners a 1985.
Tienes que encontrar enganches a las novelas para que funcionen. Entonces a Eileen, por ejemplo, le puse ese nombre porque me gusta mucho la canción, “Come On Eileen” de Dexys Midnight Runners, que es de 1982. Yo quería que los protagonistas del libro fueran músicos muy talentosos tocando ante un público muy garrulo, muy de camping. Entonces pensé que “hostia, esto no va a funcionar si se ponen a tocar blues del Delta”, y se me ocurrió que hicieran versiones. Y luego de ahí pasé a que hicieran versiones de un año en concreto. Y en un principio iban a ser de 1982, pero estuve en Argentina y me preguntaron de qué iba a ir esta novela, cómo se iba a llamar, me dio por decir “1982” y la respuesta automática fue “¿el año de las Malvinas?”. Y entonces pensé “pues, bueno, pondré otro año”. Y entonces vi que en 1985 estaba el disco este de Prefab Sprout, que siempre me ha gustado mucho. Pero podría haber elegido perfectamente 1996, o el 2000.
Tenían que ser cincuentones en no-lugares.
Sí, claro, tenía que ser un público de cincuentones si iban a tocar versiones de 1985, no de Pavement. Y luego, con lo de los cincuentones, ya me fue pillando la idea de lo que tú y yo hemos vivido, una conexión muy emocional con la música, de cuando podías asimilarla, cuando ibas a comprar un disco y elegías. Y aunque te compraras un disco malo, te esforzabas para que te gustara, porque lo habías elegido. Por eso hay un momento en que los tres protagonistas del libro deciden que a tomar por culo los móviles y el módem y a vivir en 1985. Y como todo pasa en campings... Que no dejan de ser no-lugares, como la música. Porque si lo piensas bien, tú y yo nos pasamos la mayor parte del tiempo escuchando a gente que está muerta desde hace 40 años. En el fondo, si estoy solo en casa, hasta que hablo con alguien vivo... Entonces, ¿qué es real? Esa idea me gustaba. Y me gustaba esa propuesta de mandar un poco a tomar por culo la tecnología violenta esta de “me gusta este disco, me voy bajar toda la puta discografía de tal o cual”. Algo que hace que la experiencia musical sea otra cosa, como mínimo otra cosa. Ya se sabe hace mucho tiempo que el progreso no siempre es bueno. La gente del Congo Belga cuando llegó el progreso no vivió mucho mejor. Para el melómano, para la gente como nosotros, para quienes era muy importante la música, convertirnos en pollos y cebarnos no es una muy buena idea.
De conejos de campo a gallinas de macrogranja.
Es que la nueva experiencia musical es otra cosa, no tiene nada que ver con lo de antes. Es una mierda. Porque el problema es que nuestra capacidad de asimilar no ha cambiado. Tú puedes resistir lo que puedes resistir. Claro que puedes estar viendo películas durante 24 horas hasta que te duermes, pero tu capacidad de asimilarlas... Aunque en apariencia pudiese molar mucho, es el mismo problema que con el sexo. Tú puedes follar mucho, cuarenta veces al día, vale, pero no te puedes enamorar cuarenta veces al día, porque eso necesita un proceso de conocimiento, de imaginación, de fantasía, de elegir… De maceración.
¿Los libros se salvan porque no puedes leer más rápido?
Lo están intentando con los audiolibros.
Fracasa el libro digital, pero en la música está funcionado.
Ya. A ver, con el DVD claramente sí dices “entre las cintas de vídeo y el DVD, no hay discusión”. Claramente. Pero con la música es un “como podemos, aunque no debamos, lo hacemos”. Si alguien te dice que ha salido una aplicación con la que se puede violar a todas las mujeres del mundo, no lo vas a hacer, ¿verdad?, porque que lo puedas hacer no quiere decir que lo debas hacer. Pues con la música es algo parecido, no se debería hacer, pero se está haciendo.
Tres locos por la música tocan canciones que se creen, pero el público no.
El de Cowboy, Jim y Eileen en los campings es un público para el cual las canciones son inofensivas, no tienen ningún tipo de arista. Es gente para la cual la música es un hilo musical de ascensor y ya está. La música no les pincha. “Ay, que me apetece bailar un poco, ay, que me quiero poner de buen humor”. Yo antes utilizaba mucho Spotify y si me gustaba un disco me lo compraba. Pero me resulta muy difícil que me guste un disco en Spotify, como concepto. Es la mejor manera de que no te guste. Es como “oh, me gusta mucho Eduardo Mendoza, pues voy a leerme todos sus libros en una semana”. Pues mire, oiga, así no le va a gustar.
Un loco por la música que escribe perros de lluvia en su libro “Love Song” sin citar en ningún momento el disco “Rain Dogs” de Tom Waits.
Son guiños que lanzo al melómano. Tampoco quiero convertirlo en un cliché, en mi cliché. Porque el peligro es acabar siendo una copia de una copia de ti mismo. Esos guiños son algo que nos sale a gente como nosotros cuando hablamos, porque es nuestro código, y no quiero cortarlo, me gusta mucho esa complicidad con el lector. Que si lo pillas, bien, y si no lo pillas, no pasa nada. Pero es que yo he conocido muchas cosas así. Me leí “Lolita” (Vladimir Nabokov, 1955) porque salía en una canción de The Police, “Don’t Stand So Close To Me”. Y cuando voy a ver una película y veo que el protagonista está leyendo un libro me quedo con el título. En el fondo son juegos de pistas. Es como antes, y sé que la comparación es idiota, cuando los escritores hablaban de santos y si dejaban caer tal pista el lector sabía que se referían a Santa Eustaquia. Pues ahora si tú dices la fecha de la muerte de John Lennon muchos ya saben que es cuando lo mataron, no hace falta que lo especifiques, es nuestra mitología, el rock’n’roll es nuestra mitología. Pero, repito, lo que no me gustaría es acabar en plan “oh, no, Zanón otra vez vuelve a hacernos un guiño con ese disco de los Undertones”. La tentación está ahí, sí, pero por ejemplo en el libro de Carvalho –se refiere a “Carvalho. Problemas de identidad” (Planeta, 2019)–, que claramente era un personaje que odia la música, solo lo hice fan de Charles Aznavour. Pero sin ninguna referencia a nada, yo estaba ahí medio disimulando.
El azar y “Twin Peaks”: Sharon Van Etten y su “Tarifa”.
En cierta forma, decidí ir hasta Tarifa porque yo nunca había estado en Tarifa cuando pensé eso. Y porque un día estaba viendo “Twin Peaks”, la tercera parte, y en el bar ese sale Sharon Van Etten tocando “Tarifa” y me pareció brutal. Y yo a ella no la conocía, la conocí ahí, por la serie de “Twin Peaks”. Así que si no hubiera visto ese capítulo de “Twin Peaks” ellos no habrían acabado la gira en Tarifa, habría sido en otro sitio. En el fondo, me divierte mucho cómo llegan las ideas a uno, esa puta casualidad del azar. O sea, ves algo y... Me encantó Sharon, me compré todos los discos, me pareció buenísima. Hay un montón de cosas que son puta casualidad. Por ejemplo, a Eileen en un principio la quería hacer enferma, que le habían extirpado los pechos. Pero me leí una novela donde pasaba lo mismo, así que lo tuve que quitar y me dije “bueno, ya se me ocurrirá algo”. Y poco después leí una noticia sobre la líder de The Muffs, Kim Shattuck, que se murió por ELA, y pensé “pues ya está”. De ahí que The Muffs sean importantes para Eileen. Fui tirando de ese hilo y me llevó hasta la violonchelista Jacqueline du Pré, que murió por esclerosis múltiple y se había tenido que retirar al perder la sensibilidad y movilidad en los dedos. Más madera para Eillen. Lo bueno de una novela es que le puedes meter de todo, es como un puchero. ∎