Paco de Lucía (1947-2014), el hijo de Luzia la Portuguesa, ha sido observado desde diferentes ópticas y en distintos momentos por analistas varios, a menudo contrapuestos, y no ha sido desentrañado todavía. En unas semanas –el 25 de febrero– se cumplirá el décimo aniversario del fallecimiento del guitarrista en Playa del Carmen (México), a los 66 años. Para conmemorar dicha efeméride se esperan actividades, conciertos, discos, homenajes varios, etc.
Entre los actos conmemorativos –a celebrar en Nueva York bajo el nombre de Paco de Lucía Legacy y entre el 20 y el 24 de febrero próximos– destacan el concierto inaugural del ciclo en el Carnegie Hall, la presentación del espectáculo “Puro flamenco” con Carmen Linares, Pepe Habichuela y Rafael Riqueni o un concierto de Afro-Latin Jazz Orchestra. En el programa del ciclo también encontramos músicos del calibre de Rubén Blades, Salif Keita o Al Di Meola, entre otros muchos, bajo la supervisión de la Fundación Paco de Lucía.
César Suárez (Madrid, 1975), que descubrió el flamenco escuchando las viejas grabaciones de su abuelo, a quien no le gustaba Paco de Lucía, es un rendido admirador del autor de “Entre dos aguas”. El periodista cultural procura internarse por vericuetos difíciles de transitar, en especial los que hacen referencia a la mente y los sentimientos. Es altamente especulativo e intrincado pretender entrar en la cabeza de alguien sin tan siquiera haberlo tratado, como reconoce el autor, apelando a teorías de la ciencia y la filosofía. Y más si se trata de un músico que cambió los parámetros de la música que amaba.
El texto se adorna tanto que el relato se vuelve churrigueresco por la cantidad de detalles, algunos inocuos, que contiene. La lectura se lentifica cuando lo accesorio desplaza lo esencial. Además, establece conexiones con las que aquellos que no estén familiarizados con el músico y otras músicas –caso del jazz– no se sentirán cómodos. Y, sin olvidar el eterno dilema de “es o no es flamenco”, es fácil entender que este ensayo es una lectura para convencidos, pues transita por lugares y situaciones ya conocidos.
Cierto es que con Paco de Lucía existe un antes y un después en el legado flamenco. Desde su alianza con Camarón de la Isla, iniciada con “Al verte las flores lloran” (1969) –calificada como “mítica” por el autor–, hasta su noveno álbum en comandita, “Castillo de arena” (1977). Luego llegaron otras colaboraciones, como el indispensable “Calle Real” (1983) con los arreglos de cuerda de Joan Albert Amargós, el bajo de Carles Benavent y la dirección musical de Paco de Lucía. El guitarrista ya llevaba años en el circuito internacional del jazz con su sexteto, que cambió varias veces de formación y que incluía a sus hermanos mayores: Ramón de Algeciras como segunda guitarra y Pepe de Lucía al cante. Más sus celebradas colaboraciones y producciones con los guitarristas John MacLaughlin, Larry Coryell y Al Di Meola, con el pianista Chick Corea y con el trompetista Jerry González, entre otros. En 2014 publicó su último disco, “Canción andaluza”, dedicado a la copla, que obtuvo el Latin Grammy al mejor álbum de música flamenca. En el recuerdo del músico sin fronteras también encontramos “Almoraima” (1976), “Siroco” (1987), “Live In America” (1993), “Luzia” (1998) o “Cositas buenas” (2004).
A pesar de que la narrativa es un tanto deslavazada, para el autor es una realidad incontestable el impacto del guitarrista y compositor en aquellos que dispongan de una mirada contemporánea del flamenco. Pero para los tradicionalistas es un buen concertista de guitarra, notable incluso, que alcanzó el cielo, pero no un tocaor de renombre. Más allá de calificativos admirativos, parece que no deja de ser casi un intruso.
Paco de Lucía padeció el debate en sus carnes, ya que su padre era un convencido del canon flamenco que no entendía para qué había que estudiar y saber leer música. A Paquito, el niño que practicaba y practicaba durante horas, le costó volar por su cuenta; sin embargo, se sabía capaz de abrirse al mundo y aportar su visión de la música. Sin etiquetas: “Quieras que no, yo he tenido que inventarme mis propios patrones; eso me ha costado muchísimo esfuerzo, pero el resultado es que sueno a mí, no sueno a nadie más”.
Niño Ricardo, Sabicas o Antonio Sánchez, su padre, se lo habían dicho de otra manera: “Toca tus cosicas, no copies”. Lo segundo era fácil de entender, ya que sabía hacer sus falsetas –espacio entre letra y letra del cante durante el que solo suena la guitarra–, pero nadie le habló de improvisar. El compositor e intérprete de Algeciras era un guitarrista largo, ya que era capaz de ejecutar muchas falsetas diferentes en un mismo palo. Cuando fue consciente de todo ello y supo asimilarlo, el maestro se convirtió en un músico universal. En 2010 fue investido doctor honoris causa por el reputado centro universitario Berklee College of Music, de Boston.
En buena parte de sus capítulos, “El enigma Paco de Lucía” es una interesante compilación de circunstancias, encuentros y grabaciones de personalidades que explican los últimos cien años del flamenco. En ese amplísimo arco temporal, Paco de Lucía pasa de actor principal a secundario con una facilidad pasmosa. Desde esa visión historicista, el texto funciona más como relato coral que como una biografía. Tampoco ayuda la falta de un prólogo que explique el objetivo del ensayo. El libro incluye una notable cronología y una interesante selección discográfica. Pero se echa en falta un índice analítico, en función de los abundantes nombres, lugares, hechos y datos que se citan. ∎