El canibalismo está de moda. Tenemos los casos de “Yellowjackets” (2021-), la serie de televisión en la que, tras un accidente de avión, unas adolescentes acaban comiéndose las unas a las otras; “Hasta los huesos. Bones And All” (2022), el coming of age caníbal de Luca Guadagnino y Timothée Chalamet; las escabrosas acusaciones contra Armie Hammer que acabaron siendo objeto de docuserie… Por no hablar del último filme de Juan Antonio Bayona. Sin hacer mucho ruido también se ha colado en este selecto club “Un hambre insaciable” (“A Certain Hunger”, 2020; Alpha Decay, 2024; traducción de Alberto Gª Marcos), el debut literario de Chelsea G. Summers, que ya se ha convertido, con todos los honores, en la gran novela americana sobre asesinos en serie femeninos.
“Un hambre insaciable” coge un poco del verborreico y vanidoso protagonista de “American Psycho” (Bret Easton Ellis, 1991), el sentido del humor macabro de la obra de Chuck Palahniuk, la intersección entre comida, sexo y asesinato de “Hannibal” (2013-2015), y el formato de memoria epistolar de “Lolita” (Vladimir Nabokov, 1955). Pero, en lugar de buscar excusas como Humbert Humbert, aquí la protagonista se siente culpable sin complejos y duerme como un tronco por las noches desde la cárcel en la que cumple cadena perpetua por sus crímenes. Dorothy Daniels es una escritora de gastronomía de mediana edad y de una belleza sobrenatural que, entre rejas, narra la historia de su vida, desde su aparentemente idílica infancia en el campo hasta la fatídica noche que clavó un picahielos en la yugular de su amante. Es imposible no acabar enamorado hasta las trancas de ella cuando no tarda en soltarte una frase de una bravuconería como esta: “En mi condición de mujer psicópata, soy el tigre blanco de los trastornos psicológicos humanos, soy un prodigio y disfruto deslumbrándote”.
Summers sabe de lo que escribe, y aunque a veces lo hace de una manera un tanto recargada, con demasiada palabrería, su debut literario levanta acta sobre multitud de temas: la industria cárnica, el canibalismo, las normativas alimentarias de la USDA, la carnicería kosher, la invención de los cócteles durante la Ley Seca y, en definitiva, “la transformación de los animales muertos en apetitosas tajadas de carne requiere de un gran esfuerzo humano”. A caballo entre Nueva York y una Italia de postal, Summers se aprovecha, además, de su perfil periodístico para hacer un repaso de los cambios que ha experimentado el oficio entre los dorados años noventa y la crisis de internet. No le falta espacio tampoco para ahondar en las brechas de género, y lo hace con una sorna tal que así: “El feminismo llega a todas partes, según parece, pero el reconocimiento de la rabia homicida llega más despacio”.
Dorothy consume la comida y el sexo con igual fervor y Chelsea presenta la primera como una metáfora del deseo. “Un hambre insaciable” tiene capítulos titulados “Trufa”, “Tarta Alaska” o “Asado de cadera” construidos como set pieces foodies en las que el suspense por ver cómo acabará ejecutando cada receta es portentoso. Hay algo, en fin, exuberantemente camp en el festín gore de sus asesinatos. La novela presenta la comida como una metáfora del deseo, y la destreza culinaria de la protagonista refleja su, ejem, hambre insaciable de ejercer el control y subvertir las dinámicas de poder mediante la expresión artística. “Una no puede ser mujer sin protegerse. Los condones fallan. El espray de pimienta puede ser utilizado en tu contra. La información, casi nunca”. ¡Brava! ∎