Uno de los rasgos que acompañan siempre a la madurez de un medio es el respeto por sus clásicos. En España, el auge que vive el cómic en los últimos años se ha visto acompañado por un número creciente de reediciones de obras fundamentales que ya no estaban disponibles, o primeras ediciones de cómics inexplicablemente inéditos en nuestro país. Quedan aún muchos huecos por cubrir, pero vamos por buen camino. Sin embargo, la reedición de un clásico no es tarea sencilla: implica tomar una serie de decisiones que afectan directamente al resultado final. Y, aunque cada vez hay mayor sensibilidad artística hacia estas cuestiones, todavía se observan decisiones discutibles o, al menos, abiertas a debate.
En cierta forma, la recuperación de un cómic clásico suscita dudas similares a las que surgen ante la reedición de un disco: ¿respetamos el sonido de la primera edición tanto como sea posible? ¿O lo remasterizamos para aprovechar los sistemas de reproducción más recientes? ¿O mejor remezclamos sus temas para aportar algo nuevo con respecto al original? El problema con el cómic es que recuperar la “versión original” puede ser muy complicado. Para empezar, porque lo que convencionalmente llamamos “original” no es la obra tal y como se publicó, sino el producto del trabajo artesanal de un dibujante, que luego debía pasar por toda una serie de procesos técnicos: el cómic es un medio industrial y, por tanto, no puede considerarse “acabado” hasta que tengamos en nuestras manos la obra salida de la imprenta. Por la propia degradación de los materiales, generalmente mal conservados debido a la escasa consideración que el cómic ha tenido, es bastante posible que no existan ya ni los fotolitos ni, incluso, las planchas dibujadas por los autores. Es entonces cuando llegan los problemas y la necesidad de tomar decisiones.
De todo ello da buena cuenta Javier Mesón en un texto de la reedición de la tira de prensa “Friday Foster” (1970-1974; Norma Editorial, 2021), de Jim Lawrence y Jordi Longarón. Cuando sus responsables se plantearon la recuperación de estas historias sobre una fotógrafa afroamericana de Harlem, se encontraron con que todo el material original estaba perdido o en manos de coleccionistas. Así, decidieron buscar los periódicos en los que se publicó la tira para realizar escaneados de alta calidad. Sin embargo, el pésimo estado de conservación y las diferencias de calidad de impresión entre los diarios que encontraron hicieron necesaria una restauración digital del color, un proceso delicado en el que, inevitablemente, algo se pierde. El característico “color de puntitos” de la cuatricomía, con todas sus limitaciones, es parte inherente de la obra publicada, del producto final. Incluso en los casos en los que se aleja de la intención original del autor, por eso aquí entramos en un terreno ambiguo en el que caben diferentes estrategias. El color de esta edición de “Friday Foster” es respetuoso con el original e incluso ha contado con la aprobación de Longarón, aunque los colores planos no evoquen el mismo “sabor” que aquella cuatricomía precaria.
El mismo dilema se encuentra en las reediciones de cómics de los 60 y 70 de la editorial Marvel. Ante la ausencia de los fotolitos originales, en muchas de las reediciones se optaba por aplicar un color plano que empastaba en el inadecuado papel satinado que se escogía. Reediciones posteriores han recuperado el color con mayor acierto, pero también abundan los recoloreados digitales que pasan por encima de efectos narrativos, sombreados y contrastes que se lograban con las técnicas de la época, y que eran parte de la obra: el colorista también es un autor. Por eso mi técnica favorita, cuando es posible, es el escaneado de alta calidad o la fotografía de las páginas tal cual fueron publicadas. Es así como Fantagraphics ha recuperado gran parte de los comic-books publicados en los años 50 por diversas editoriales, y que Diábolo ha reproducido en sus ediciones españolas impecablemente, por ejemplo en “Four Color Fear” (2011) o en “Zombis” (2019), de varios autores. Sin embargo, en su reciente y ambiciosa reedición de los cómics de EC ha tenido que recurrir a la reconstrucción del color, aunque con buenos resultados.
Ahora bien: ¿qué hacemos cuando son los autores originales los que llevan a cabo una “remasterización” que cambia sustancialmente el color? Es el caso de “The Sandman” (1989-1996) de Neil Gaiman y varios dibujantes, que fue recoloreado recientemente con todo tipo de efectos digitales, o el aún más llamativo de “From Hell” (1989) de Alan Moore y Eddie Campbell, una obra de asfixiante blanco y negro aplicado con tinta violenta que Campbell ha coloreado con resultados discutibles (esta versión se publicará en España el próximo septiembre de la mano de Planeta). Mal que nos pese, en estos casos creo que debe primar la voluntad de los artistas, sea cual sea su intención.
En los casos en los que se tiene acceso a las páginas originales de los artistas, se abre otro campo de posibilidades. Existe la opción de la restauración meticulosa, “de autor”, como suele hacer La Cúpula con su material clásico de ‘El Víbora’ –la edición completa que sacaron en 2017 del “Anarcoma” (1979-1986) de Nazario es magistral–, pero también la de la reproducción directa de esos originales mediante fotografías de alta calidad. Es lo que sucede en las denominadas “artist’s edition” de la editorial estadounidense IDW, cuyas ediciones para coleccionista en gran formato permiten descubrir la “cocina” del trabajo del dibujante, al observar sus planchas originales directamente, con todas sus manchas, enmiendas e imperfecciones. Algo parecido encontramos en las recientes reediciones de clásicos del cómic argentino por parte de Astiberri, como “El último recreo” (1982-1983; reeditada en 2017) o “Las puertitas del señor López” (1979-1980; reeditada en 2021) del tándem formado por Carlos Trillo y Horacio Altuna. En estos casos, los pulcros originales de Altuna son reproducidos directamente, de forma que podemos apreciar toda la textura de la tinta y los restos del lápiz bajo ella. Se tratan de ediciones ideales para aficionados “sibaritas” que se deleitan con todos los detalles del proceso artesanal, pero, en los casos en los que no existe otra edición que reproduzca el acabado de la edición original impresa, suele generar controversia.