Libro

Claudio Simonetti con Giovanni Rossi

De Goblin a Argento. Una vida dedicada a la música y el cineApplehead Team, 2023

Por fin sale en castellano la autobiografía de Claudio Simonetti. Escrita con la participación del periodista musical Giovanni Rossi y originalmente publicada en 2017 por la editorial Tsunami Edizioni con el título de “Il ragazzo d’argento” –“El chico de plata”– en referencia al director de cine de terror y suspense Dario Argento a quien la música de Simonetti se encuentra indisolublemente asociada, la edición española evita el juego de palabras pero conserva el prólogo que Ruggero Deodato (1939-2022), realizador de “Holocausto caníbal” (1980), dedicó al compositor de la música de cinco de sus películas. El tomo se anunció en marzo del año pasado en SOMBRA, el Festival de Cine Fantástico Europeo de Murcia, por lo que se publica con bastante retraso y añadidos de última hora (como una entrevista exclusiva concedida por su protagonista al traductor de la edición, Santiago Alonso) que compensan tanta espera.

Con muy pocas excepciones, la música de Claudio Simonetti se conoce fuera de Italia gracias a sus trabajos para Dario Argento. En solitario y con la banda Goblin, escribió las músicas completas o parciales en once de sus películas y en otras producciones del cineasta romano, como su montaje de “Zombi. El regreso de los muertos vivientes” (1978), original de George A. Romero, o “Demons” (1985), dirigida por Lamberto Bava. Junto a Massimo Morante –guitarrista, fallecido en 2022–, Fabio Pignatelli –bajista– y Agostino Marangolo –batería–, formación clásica de Goblin a la que podría añadirse el teclista Maurizio Guarini, escribió la música de alguna de las mejores obras de Argento, como “Rojo oscuro” (1975) y “Suspiria” (1977; en el número ocho en la lista de mejores bandas sonoras de la historia según Rockdelux). Empleando un lenguaje llano y natural, incluso ingenuo y moralizante, Simonetti dedica en “De Goblin a Argento. Una vida dedicada a la música y el cine” casi doscientas páginas a rememorar una vida centrada en la música sin sortear su intensa relación con los agentes aludidos, parejas sentimentales y el propio negocio.

Nacido en São Paulo, el teclista se inició tempranamente en la música y en los vampiros, por los que siente fascinación. Hijo del famoso músico transalpino Enrico Simonetti –llegó a ficharlo la multinacional RCA–, su padre se encuentra en la misma concepción de Goblin por sus conexiones con Cinevox, sello que propuso el mismo nombre del grupo y con el que firmaron en 1974. Curiosamente, cuando “Rojo oscuro” llegó al número uno en las listas de su país, la banda con el logo del diablillo –procede de una litografía dibujada por Louis-Lèopold Bolly en 1842– desbancó de aquel puesto de honor al líder de Henry Simonetti & His Orchestra. Pero todo quedaba en familia, institución a la que Claudio Simonetti dedica muchos párrafos. A partir de entonces, el retoño comenzó a revelarse como figura clave en la música popular de su país de adopción –salió de Brasil siendo un niño– gracias a su lectura lateral del rock progresivo italiano con Goblin, como pionero del italo disco –Easy Going, Kasso o Capricorn en su sello Banana Records, donde también escribe para otros artistas y adopta seudónimos como Claude King o Roger Ferguson– y el gótico metalero –Simonetti Horror Project y Daemonia–. Su itinerario artístico entre finales de los años setenta y principios de los noventa raya la extravagancia con la creación de proyectos como The Mask, el robot David Zed –una especie de Klaus Nomi a la carbonara– o grupos ficticios tipo Locomía como Crazy Gang.

Simonetti hace hincapié en el carácter transversal y constante evolución de su música. También de su personaje, aunque los programas de televisión, las colaboraciones con Raffaella Carrà o sus breves cameos para el cine solo colorean en realidad una vida enfocada a la composición y a los conciertos, en los últimos años inteligentemente reubicados en el nicho de la música en vivo con proyección de película –es interesante descubrir cómo sincroniza música e imágenes en directo–. Despliega mucho sentido del humor –su paso por el Auditorio Franklin de Los Ángeles en la época de Simonetti Horror Project II– con una lógica profusión de nombres locales y generosas dosis de autobombo justo e innecesario –se compara con el Bernard Herrmann de “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960) y considera haber influido decisivamente en la música de John Carpenter–, aprovechando para ajustar tornillos con algunos compañeros de viaje –Argento y Morante son los peor parados, aunque también tiene palabras buenas hacia ellos–, la industria discográfica –el paso de la era analógica a la digital lo obligó a desmantelar su mítico estudio Acquario de Roma– y el cine –el abaratamiento de las producciones y su consiguiente desinterés por seguir escribiendo bandas sonoras–, aspectos que analiza sin tapujos, con la perspectiva del dinosaurio experto, entrañable y perspicaz, en las líneas más enjundiosas del libro.

En la actualidad, Claudio Simonetti disfruta ampliamente de la herencia de Goblin, de cuyo capital estético es principal custodio por méritos propios aunque Cinevox todavía posea los derechos del catálogo. Una banda insólita zarandeada por la permanente disputa entre sus componentes, él incluido, a quienes Simonetti llega a calificar de megalómanos incapaces de aprovechar en su día la oportunidad de convertirse en los nuevos Pink Floyd. Back To The Goblin –sin Simonetti–, New Goblin –con Simonetti, Morante y Guarini, pero sin Pignatelli y Marangolo–, Goblin Rebirth –casi todos, de nuevo sin Claudio– o, finalmente, Claudio Simonetti’s Goblin han configurado alguna de sus laberínticas idas y venidas. El autor lo llama “la maldición de Goblin”. Otra ocasión perdida, seguramente menor, puede haber sido la elaboración de una discografía detallada del músico ítalo-brasileño y sus diferentes proyectos, tarea cercana a lo imposible considerando la ingente cantidad de material producido por su amnésico responsable –seguramente con los discos más alimenticios y lejanos en el tiempo–, creador a la vez de una música cinematográfica original, rica, expresiva y todavía fresca que, sin lugar a dudas, se sitúa junto a los grandes clásicos del thriller y el cine de terror. Respeto y larga vida al genio. ∎

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