Que personajes tan dispares como Harold Bloom, Kurt Wagner o Brad Pitt coincidan al orientar sus elogios hacia el estadounidense
Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) da que pensar, y
“Suttree”, novela publicada originalmente en 1979, anterior a la mayoritariamente considerada su opus magna
“Meridiano de sangre” (1985), habla por sí sola.
McCarthy es un revolucionario. Renueva el lenguaje, reinventa las normas gramaticales a su antojo: fuerza al lector a aminorar el paso con numerosos puntos, relegando la coma a un segundo plano; cruza diálogos a cinco bandas, sin mencionar qué personaje está hablando; elide sujetos, e incluso verbos, o los introduce sin conjugar; intercala parráfos en un llano presente de indicativo que caen a plomo, como sólidas rocas.
A pesar de estos aparentes obstáculos, la prosa de McCarthy, como las aguas del río Tennessee, presente a lo largo de todo el relato, nunca deja de fluir. A menudo desborda los cauces léxicos, inundando el texto con giros arcaizantes y vocabulario en desuso o rebuscado. Las descripciones de ambientes anegan páginas y páginas donde McCarthy fondea con pereza y deleite, bañando en lirismo lo mundano, lo abominable, lo ridículo, lo atroz. Otras veces arroja al lector a las aguas rápidas de diálogos desenfrenados, situaciones hilarantes, delirios de alcohol.
“Suttree” es zambullirse, con William Faulkner y Mark Twain viniéndole a una inevitablemente a la cabeza, en el aire abotargado del sur de Estados Unidos, el hedor de las aguas del Tennessee pegado a las fosas nasales. El río se revela como pila bautismal de fervorosos creyentes, fosa común de cadáveres molestos, fuente única de subsistencia, escondite tácito de amantes secretos, vertedero de toda la basura física, ética y mental de quienes se nutren de sus aguas pestilentes.
Cornelius Suttree es el Caronte que guía al lector por este sórdido panorama. Vive solo, trabaja solo, la mayoría de las noches duerme solo... y aunque confluya con un sinfín de personajes, al final siempre está solo. En su devenir por los aledaños del sistema, se codea con toda clase de individuos de baja estopa: putas alcoholizadas, borrachos empedernidos, maleantes de poca monta, travestidos estridentes, predicadores enardecidos, expresidiarios reincidentes... Todos ellos, seres tan solitarios como él mismo. Aunque con buen talante los ayude desisteresado, se emborrache con ellos hasta perder la conciencia, se acueste con ellas sin compromiso, al final del día Suttree solo hay uno, y el individuo es lo único que cuenta. Y frecuentando estas compañías, Suttree es capaz de encontrar un significado a su existencia de automarginado.
“Suttree” no es una lectura fácil. La extravagancia gramatical y la complejidad léxica pueden echar atrás a más de uno. Aunque quizá sea precisamente eso lo que la convierta en una lectura colmada de satisfacción y de momentos gratificantes. No recomendada a lectores perezosos. ∎