Hace ya veinte años, Craig Thompson (Traverse City, Michigan, 1975) sorprendía gratamente a medio mundo con su segunda novela gráfica, “Blankets” (2003; Astiberri, 2004). En ella el autor norteamericano nos contaba su infancia y adolescencia, su primer amor, su pasión por el dibujo y su renuncia a la fe cristiana en un conmovedor, tierno y catártico volumen de casi 600 páginas influenciado tanto por Will Eisner como por la nouvelle BD francesa.
Tras la reciente reedición que celebra el 20º aniversario de “Blankets”, con extras que desmenuzan su proceso creativo, llega su sexto gran trabajo: “Raíces de ginseng” (2024; traducción de Óscar Palmer). Aunque se presenta como un retorno al universo autobiográfico de “Blankets”, Thompson –con la intención de no repetirse– deja claro sus intenciones reales en el propio cómic: “Este libro debería leerse como un ensayo, una obra de no ficción… Una colección de entrevistas semiperiodísticas… Quiero hablar de la brecha social en Estados Unidos… Cómo la agricultura corporativa ha sustituido a las granjas familiares… La curación basada en plantas”.
El libro comienza mostrando cómo a los 10 años Thompson comenzó a trabajar durante los veranos en el cultivo de ginseng de Wisconsin junto a sus hermanos, Phil y Sarah, arrancando hierbajos, retirando piedras, recogiendo frutos y cosechando raíces. Durante una década renunció a la vida placentera de los chicos de su edad a cambio de conseguir unos dólares tras largas y duras jornadas de trabajo. El sueldo se repartía entre la donación a la iglesia evangélica, ahorrar algo en el banco y la adquisición de cómics, su gran afición. Pero la historia rápidamente se adentra en el ginseng, su cultivo y su comercio. Para ello el autor se ha documentado exhaustivamente, entrando en un terreno didáctico y ensayístico, dando voz a variados personajes relacionados con la cultura de la valiosa raíz, según confiesa siguiendo la estela de su amigo Joe Sacco, el autor de “Notas al pie de Gaza” (2009).
Cuando anunció este proyecto recibió críticas por apropiacionismo cultural, como ya le pasó por el influjo islámico en “Habibi” (2011; Astiberri, 2011), algo que le hizo perder relaciones con su editorial habitual e incluso recibir amenazas de muerte. Por todo ello Thompson pasó seis meses sin poder dibujar. En “Raíces de ginseng”, la autobiografía entra y sale esporádicamente del tema principal, permitiéndonos descubrir aspectos curiosos de la vida del artista, sin duda la parte más interesante del libro. Entre ellos, sus inseguridades –incrementadas tras el diagnóstico de fibromatosis en sus manos y el síndrome del impostor propio de la clase obrera–, la relación con sus padres y hermanos o esa escena en la que un productor de Hollywood le propone convertir su historia en un thriller de ciencia ficción, donde China pretende emplear el ginseng americano para crear un gigantesco monstruo kaiju.
El registro gráfico de Thompson es el más barroco de su carrera hasta el momento. Su reconocido talento con el pincel deriva hacia dibujos muy detallados, páginas llenas de información, recursos narrativos, expresivas metáforas visuales y una suerte de hábil juego cromático entre el negro y el rojo. Las culturas, como los colores, se solapan a lo largo del relato: “Tiene gracia que mi doctora de medicina occidental sea oriental y que mi doctor de medicina china sea caucásico”, observa Thompson en una de sus viñetas. ∎