Serie

Cuando nadie nos ve

Daniel Corpas Hansen(miniserie, Max)
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Semana Santa de 2024. Morón de la Frontera. La ciudad andaluza, en la que las fuerzas armadas estadounidenses tienen una importante base militar, celebra festejos y procesiones. No es “Twin Peaks” (1990-1991), pero gracias a la música de fondo y a los giros en las distintas tramas, evoca la serie de David Lynch y Mark Frost, que representa un eco nada lejano, una influencia sosegada. El malagueño Daniel Corpas Hansen (Conpenhague, 1976), creador y guionista de “Cuando nadie nos ve” (2025), y Enrique Urbizu (Bilbao, 1962), director de sus ocho episodios y productor ejecutivo, respiran su propio aire teniendo en cuenta aquellas renovaciones y transgresiones que llegaron a la televisión estadounidense de los primeros noventa.

El primer episodio empieza, en formato cuadrado, con un hombre blanco, occidental, practicándose el harakiri en el jardín de su casa. La imagen encadena con música de Semana Santa y pasa al formato panorámico con una procesión convertida en una digresión alucinatoria: un tamborilero se vuelve loco, a uno de los costaleros que llevan la estatua de la virgen le empiezan a sangrar los ojos y los nazarenos levitan. Según el forense, personaje que durante toda la serie aporta, a pesar de su trabajo, ciertas notas de distensión, como alguno de los forenses de “C.S.I. Las Vegas” (Anthony E. Zuiker, 2000-2015), ha sido un harakiri de manual, aunque confiesa haber visto el ritual japonés solo en las películas.

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Tenemos aquí una de las tramas. Hay más, todas convergentes. La teniente del ejército estadounidense Magaly Castillo (Mariela Garriga) llega a Morón para investigar la desaparición de un piloto. Puede tratarse de un caso grave de ciberseguridad. La sargento Lucía Gutiérrez (Maribel Verdú), de la rama judicial de la Guardia Civil, se hace cargo del hombre desventrado con su espada. El cabo Martín (Dani Rovira) se obsesiona con descubrir la procedencia de la droga que han tomado el tamborilero y el costalero psicóticos. Sin más conocimiento de que se trata de un producto nuevo y muy peligroso, lo bautizan como la droga nazarena y descubren que está cortada con fertilizante e incienso. Religión, alucinación y éxtasis siempre han ido de la mano. Sumemos los problemas de Lucía con su hija adolescente (el padre, también Guardia Civil, se suicidó), la tensión sexual que en algún momento se resolverá entre la sargento y el propietario de un bar, la desaparición de un chico que frecuentaba al suicida y un trasfondo de corrupción inmobiliaria de la que son instigadores altos cargos políticos y el coronel de la base estadounidense. En algunos momentos, tantas tramas, tantos intereses, se les escurren un poco entre los dedos a los creadores de la serie. Solo un poco.

En esta reactualización de las buddy movies policiales, pero con personajes femeninos, Urbizu y Hansen tiran de simetrías para que tengamos claro la buena entente que se establece entre la teniente norteamericana de origen cubano y la sargento de los picoletos: ambas dejan de vestir de uniforme al mismo tiempo –lo que las hace más cercanas, menos envaradas y castrenses– y ninguna de las dos ha sabido ganarse el aprecio de la gente. Las respetan, pero no las quieren. Entre ellas, se entienden bien.

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El primer episodio se titula “Domingo de Ramos”En progresión cronológica, el segundo, tercero y cuarto acontecen en Lunes, Martes y Miércoles Santo. Urbizu, que ha encontrado en la televisión un canal expresivo que quizá no acierta a tener ya en el cine –“Gigantes” (2018-2019), “Libertad” (2021)–, acata con criterio algunas normas de la serialidad. El final del segundo episodio acude a algo tan clásico y efectivo –cuando de hecho aún nos estamos situando con los personajes, espacios, trama y subtramas– como mostrar de noche a todos los personajes relevantes solos en sus respectivas casas u hoteles, encadenarlos unos con otros y abrir una nueva grieta en el relato con el encuentro entre la hija de Lucía y el hermano del chico desaparecido. Es una secuencia con moto que, ay, vuelve a recordar, sea consciente o no por parte de los autores de “Cuando nadie nos ve”, a la serie de Lynch y Frost; a James, el chico de la moto, y las relaciones amorosas adolescentes y clandestinas.

“Cuando nadie nos ve pensamos que estamos seguros”, pero resulta que es cuando somos más vulnerables. Lo dice uno de los personajes en el quinto episodio, el medular. Pero luego volveremos a él. La historia teje incógnitas y propone vericuetos dramáticos. Antonio Jiménez, el suicida, daba clases de defensa personal y de refuerzo escolar a jóvenes de la zona. Los chicos lo adoraban. Todo el mundo empieza a pensar en un concepto temible que también puede ser un equívoco, la pedofilia. La mayoría de los protagonistas son pragmáticos. “La esperanza no existe. En este trabajo se funciona con certezas”, le suelta Lucía a su joven ayudante, María, el personaje curioso que quiere aprender y con el que puede identificarse el espectador en esa curiosidad innata.

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Y llegamos al capítulo cinco, que no tiene título de día sacro de la semana. Ese cambio ya es una inmersión narrativa, un giro profundo concebido también con criterio. “Sargento Andrew Taylor” es el título de este capítulo central. Empieza en otro lugar y tiempo, en Montana, en 1982, para descubrir todo lo que le pasó –y es mucho, y volcánico– al sargento Taylor cuando era un niño. La acción se desplaza después hasta diciembre de 2023, cuatro meses antes de los hechos relatados en el presente. Taylor está en la base de Morón y se le asigna la función de acompañante de la teniente Castillo durante su investigación. Ya hemos dicho que los distintos casos criminales (suicidio, doble desaparición, narcotráfico) convergen. Es la ley de la serialidad. El fondo sonoro en la secuencia del ejercicio de kendo entre Taylor y Jiménez es muy muy Badalamenti.

Este quinto capítulo establece un juego con el espectador: a partir de este momento sabemos mucho más que las dos protagonistas, vamos dos o tres pasos por delante de ellas. Pura ironía dramática, un factor cinematográfico siempre estimulante. Alguno de los espectadores, con todo, puede preguntarse: ¿y ahora qué? Quedan aún otros tres episodios, el sexto ubicado en Jueves Santo y los otros dos en Viernes Santo. En el sexto vemos cómo las pesquisas de Lucía son erróneas. Existe un curioso placer por nuestra parte en esta situación, el de comprenderlo todo cuando ella no entiende nada. Los círculos se van cerrando. Hay que atar cabos, aunque la subtrama de las drogas, asociada a otro de los motivos argumentales de la serie, no acaba de casar bien. En el último episodio, Urbizu y Hansen vuelven a tirar del (buen) manual televisivo satisfaciendo los deseos del espectador con dos secuencias esperadas, una persecución en plena procesión por las calles de la ciudad y, quizá, la resolución de la tensión sexual entre la sargento y el barman. ∎

Reactualización de las “buddy movies” policiales, pero con personajes femeninos.
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