Volcando el estado de ánimo del Reino Unido en “Nothing Great About Britain” (2019), slowthai se reveló en plena transición del país hacia la salida de la Unión Europea como el rapero más subversivo del momento. En tiempos convulsos también para el pop, las Islas Británicas habían vuelto a ser trascendentes en el panorama internacional a través de los versos de Little Simz o Stormzy, quizá quien mejor ha unido lo blanco y lo negro desde los tiempos de 2Tone. Pero simultáneamente en la Gran Bretaña del Brexit, más allá del hip hop y el grime, varios grupos de la misma generación han encontrado en las viejas fórmulas guitarreras el método para canalizar el malestar.
“Hijos del Brexit. Nueva escena musical en las Islas Británicas”, escrito a cuatro bandas por Víctor Terrazas, Txema Urdampilleta, Dani Vega y Enrique Zamorano, en forma de ensayo al modo del también recomendable “Bailar hasta morir. Breve historia de la pista de baile” (Antipersona, 2020), se adentra en el contexto político-social en que ha brotado esta nueva escena y repasa la breve pero notoria trayectoria de una quincena de grupos que ha logrado exportar de nuevo –literalmente, a pesar de las trabas burocráticas pos-Brexit– un sonido casi denostado más allá de las ahora férreas fronteras del Reino Unido.
Grupos repartidos por toda la geografía británica, desde la metrópoli londinense (Fat White Family, Goat Girl, Sports Team, Shame, Dry Cleaning, black midi) a su más o menos acomodada área de influencia: Oxford (Foals), Brighton (Squid), Cambridgeshire (Black Country, New Road) y Bristol, capital británica del pop comprometido desde los tiempos de The Wild Bunch (IDLES). También el crudo Yorkshire (Working Men’s Club, Yard Act) y la otra orilla del Mar de Irlanda, la de Dublín y Fontaines D.C., The Murder Capital o Gilla Band. A todos estos ya se podrían sumar tras la edición del libro los dublineses Sprints; LIFE, desde Hull; o The Lounge Society, procedentes de Yorkshire.
Con la profundidad que permiten sus poco más de 120 páginas, el plano musical resalta sobre el análisis social en su entrelazado recorrido por las particularidades y el entorno que ha moldeado a los grupos y sus formas de expresión. Más o menos viscerales o explícitas, más cínicas o más humorísticas, en tiempos de mezcolanza abarcan lo-fi ruidista, post-punk, rock progresivo, free jazz, spoken word, synthpop, la cultura dance o los guitarrazos de toda la vida.
Sobre el terreno quizá no se percibe la sensación clásica de “escena” que se transmite al exterior, puede que por la necesidad o el deseo de recuperar los sonidos y el legado de los grupos que desde las Islas Británicas han documentado tiempos agitados durante las últimas décadas. Aunque uno de los apartados más destacables del libro –“¿Estamos ante una nueva escena musical?”, que aborda la diferenciación entre “escena” y “subcultura”– puede fácilmente echar por tierra esta impresión.
Lo que sí comparten todos estos grupos son conexiones con sellos o con figuras como la del productor Dan Carey, que a sus 53 años ya no es un chaval pero está detrás de discos de Fontaines D.C., black midi, Goat Girl o Squid. También del aclamado debut de Wet Leg. Pero, sobre todo, comparten un momento político y la sensación de estafa generacional. Son portavoces de parte de una generación que reclama su tiempo como propio, que rehúye el discurso de la realización personal a través del éxito laboral y que encara el futuro con el temor a las grandes crisis económicas y transformaciones ecológicas globales. Vemos en “Hijos del Brexit” que lo que unifica a todos estos grupos ya no es tanto su condición de marginados de la clase obrera contra los matones del establishment, ese individualismo heroico tan propio de The Smiths que triunfa sobre la estupidez colectiva, sino la lucha colectiva en tiempos de crisis de lo comunitario.
En una década en que la nostalgia está más que nunca en el punto de mira como conservadora herramienta de control, cuando la cultura trafica más que nunca con lo retro, la propia paradoja nostálgica ha devuelto al viejo punk como forma válida de agitación, condena y reivindicación, recordándonos que esta misma nostalgia también puede hacernos recuperar mecanismos de expresión válidos del pasado. Boris Johnson –uno de los padres del Brexit, claro– y Donald Trump, también Viktor Orbán o Jair Bolsonaro, fomentaron la nostalgia en sus discursos para señalar a la inmigración, a los movimientos de izquierda, a los pobres o a los colectivos LGBTIQ+. El nuevo rock británico, con su respuesta acorde a los tiempos, es menos masculino, abraza el feminismo, el antirracismo y las identidades de género.
En la burbuja británica, en este propio microclima pop de las Islas, las guitarras nunca se fueron y en los años recientes vuelven a formar parte del discurso global. Su último gran regreso coincidiendo con el cambio de siglo fue un mero entretenimiento (bienvenida sea siempre también la simple y pura diversión en el pop, dicho sea de paso). Ahora lo han hecho a través de la rabia. Y la rabia siempre le ha sentado muy bien al pop. Para ubicar a estos nuevos grupos, “Hijos del Brexit” es una estupenda guía. ∎