La “historieta pintada” es una vertiente gráfica con querencia por las acuarelas, acrílicos, collage… y logros francamente poco notables, ya que al fin y al cabo rescataban propuestas de pintores como los expresionistas, los fauves o el tachismo. Vanguardias, sí, pero anteriores a 1950. Es verdad, sin embargo, que algo aportaron al cómic: la evidencia de que para llegar a un fin narrativo cualquier solución puede servir. Demostrar al lector de superhéroes que los caminos menos trillados pueden valer perfectamente. Ese público literalmente alucinó con artefactos como “Elektra asesina” (Frank Miller y Bill Sienkiewicz, 1986-87) o “Kaos y Lobezno. Fusión” (Walter y Louise Simonson, Kent Williams y John J. Muth, 1988). Otro tótem de esa ola fue “Arkham Asylum. Un lugar sensato en una tierra sensata”, escrito por Grant Morrison y “pintado” por Dave McKean en 1989 (se editó en España un año después de la mano de Zinco).
McKean se hizo un nombre por el impacto de esta obra, si bien ya era reconocido por sus colaboraciones con Neil Gaiman y, con Jaime Delano o el mismo Gaiman, como portadista para las series más “mature readers” de DC. El ilustrador dio el salto a autor completo con “Cages” (1990-1996; Norma, 1998), una obra poliédrica y muy personal, autoral. Desde entonces ha vuelto al cómic unas cuantas veces, siempre desde la premisa de lo personal. Su último trabajo es “Raptor. Una novela gráfica de Sokól” (ECC, 2021), un cómic que vuelve a mostrar todo su potencial visual elaborando el retrato de un escritor decimonónico que, destrozado por la pérdida de su amada, se abandona a lo esotérico. Y al tiempo, como en un impreciso juego de espejos, las viñetas nos revelan la novela en la que está trabajando, sobre un cazador de monstruos medieval.
Aprovechamos este estreno editorial para entrevistar telemáticamente a McKean, un creador a quien podemos aplicar el cliché de “renacentista”: ilustrador, diseñador gráfico, músico, director de cine… y autor de cómics (incluso de, sí, “cómics pictóricos”).
Me gustaría empezar preguntándote por la génesis de tus cómics. Estos tienen evidentemente una inmensa fuerza en su componente gráfico, pero me consta que para hacer un cómic en tu caso la historia es fundamental. Incluso en un sentido emocional.
Sí. Si voy a dedicar un par de años o más a un proyecto, realmente necesito sentir que es esencial de alguna manera, más allá de ser un simple entretenimiento, o un producto más en la estantería. Así que tomo notas constantemente en mi cuaderno: observaciones sobre el comportamiento humano, comentarios sobre lo que ocurre en el mundo, ideas que realmente me fascinan o que me hacen enfadar o reír… Poco a poco, estos elementos parecen acumularse en torno a una idea para una historia, y si me sigue dando la lata durante un tiempo, dedicaré algo de tiempo a desarrollarla. He escrito relatos breves, y creo que he mejorado en ello, pero mis libros más largos son casi siempre muy personales.
En ese sentido, creo que en tus obras hay algunos temas que, con variaciones, vuelven. Es curioso, pero cuando leí “Raptor” encontré similitudes con “Cages”, como la presencia de protagonistas desorientados, llenos de dudas y sufrimiento.
La mayoría de mis historias tratan sobre individuos que atraviesan momentos difíciles y de cambio en sus vidas. El artista de “Cages” lucha contra una crisis de confianza, se cuestiona sus decisiones vitales y se enamora. La mujer de “The Coast Road” –incluida en el álbum recopilatorio “Pictures That Tick 2. Exhibition” (2014)– necesita saber qué le ha pasado a su marido desaparecido y persigue su fantasma a través del arte de otras personas. O Paul Nash en “Black Dog. Los sueños de Paul Nash” (2016; ECC, 2018), yendo a la guerra como un joven ingenuo, enfrentándose cara a cara con la guerra y la muerte, encontrando su voz, tanto política como de pintor, y convirtiéndose en un poderoso artista de guerra y revolucionario. En “Luna”, la pareja que llora la muerte de su hijo, y en “Raptor”, Arthur, que llora la muerte de su joven esposa y, en su estado alterado, intenta seguirla a otro reino.
Así que sí, me gusta intentar ver estos cambios de perspectiva en la vida a través de los ojos de mis protagonistas. Creo que esto es lo que el arte hace mejor, permite un sentido de empatía entre el creador y el público. Y todos son esencialmente ritos de paso a los que todos nos enfrentamos, crecer, convertirse en padre, encontrar un propósito, enamorarse, enfrentarse a la pérdida, a la muerte, al dolor.
Otra constante en las obras que escribes y dibujas es la presencia de animales... desde los gatos en “Cages” hasta las aves de presa en “Raptor”.
Sí, hasta hace poco siempre he tenido un gato en casa, así que son espíritus muy presentes en mi vida. Si miras a la cara de un gato, esperas que te hable, hay una inteligencia detrás de esos ojos. ¡No es algo que haya notado con los perros!
Desde hace unos años cogí la costumbre de caminar, por lo que los pájaros se han convertido en algo muy importante para mí. Los fotografío casi todas las mañanas, y he disfrutado conociendo su naturaleza, sus patrones de vuelo, su comportamiento migratorio y sus colores cambiantes.
“Raptor” deslumbra gráficamente. ¿Qué técnicas utilizas en ella? Es difícil adivinar dónde acaba el trabajo “manual” y empieza la infografía.
Todo se dibujó primero con tinta o lápiz. Algunas secuencias se pintaron con acrílico. Pero para este libro, acabé dibujando todos los paneles por separado, y luego compuse las páginas y añadí color en Photoshop. Las planchas de segundo color se dibujan en el reverso de las páginas de las ilustraciones, así que siguen siendo predominantemente hechas a mano. Me gusta el control de todos los aspectos de la imagen que ofrece el ordenador.
A finales de los años 80 te convertiste en uno de los principales nombres del llamado “cómic pictórico”. Con la perspectiva de las décadas, ¿cómo ves esa “ola”?
Tengo sentimientos encontrados al respecto. Creo que se crearon muchos libros muy pesados y excesivamente ilustrativos, incluido alguno de los míos. Pero sigo pensando que se pueden crear cómics en cualquier estilo y medio, y me alegro de que se hayan ampliado los límites y se hayan planteado preguntas sobre los clichés establecidos en el imaginario del cómic. Sigo pensando que hay un enorme recurso sin explotar en las posibilidades de la narración visual en los cómics, y como resultado de los logros alcanzados en los años 80, estamos empezando a ver una verdadera edad de oro para la forma, ya que una nueva generación de creadores descubre el medio y lo ve simplemente como una poderosa forma de hacer oír su voz.
Era algo que llamaba la atención en el mercado anglosajón pero con una larga tradición en Europa (Lorenzo Mattotti...) e incluso en Latinoamérica (Alberto Breccia).
Sí, el Reino Unido y Estados Unidos estaban metidos en un callejón sin salida nostálgico desde los años 40. Así que, aunque los cómics se inventaron en gran medida en América, ha correspondido a otros creadores de todo el mundo empujarlos hacia nuevas y emocionantes formas.
Creo que en tu caso no caes en la tentación de “olvidar el cómic”, tus obras pueden ser generosas en recursos pictóricos, pero nunca olvidan que son cómics, gráficos pero narrativos.
Eso espero. El guion sigue siendo la clave para mí, y el problema esencial es siempre el mismo: cómo expresar las ideas, las emociones, las atmósferas y las cualidades humanas de los personajes de la historia de la manera más poderosa y conmovedora, con el tono de voz adecuado. En cuanto las imágenes se vuelven demasiado conscientes de su importancia, el libro fracasa.
Otro aspecto destacable de “Raptor” es el peso de la palabra escrita, muy cuidada. ¿Cuáles fueron las referencias en este aspecto?
Me inspiré mucho en la corriente de escritura sobre la naturaleza de científicos, senderistas, naturalistas y poetas. La lista de lecturas se remonta a Patrick Leigh Fermor y Paul Theroux y probablemente más allá, pero ahora se centra en Robert Macfarlane y en la estela de J. A. Baker, Nan Shepherd y Roger Deakin. Su prosa es un jolgorio de lenguaje redescubierto que expresa las sutilezas del mundo natural y sus procesos. Pero también es un acto político al insistir en que los bosques y los matorrales son mucho más que eso, es un ecosistema complejo y es esencial para nuestra salud mental y nuestra conexión con la naturaleza, no solo un terreno baldío y gris destinado a la excavadora y a la reurbanización.
El diálogo también es muy importante para mí, y me esfuerzo por escribir como si los actores tuvieran que dar vida a esas palabras. He tenido la suerte de dirigir un par de películas a partir de mis guiones –“La máscara de cristal” (2005) y “Luna” (2014); también dirigió “La pasión de Port Talbot” (2015), adaptación/filmación de la obra teatral de Owen Sheers–, así que he aprendido dolorosas lecciones sobre la diferencia entre un diálogo que parece bonito e inteligente sobre el papel, y cómo suena en boca de los actores.
Esta entrevista es para Rockdelux, un medio musical. Tu relación con esta disciplina es intensa (eres músico de jazz, responsable del diseño de imagen de los álbumes de varios grupos...). ¿Tus cómics están influidos por esta pasión?
Sí, mucho. Siempre trabajo al ritmo de la música, y trato de encontrar uno o dos álbumes que evocan el estado de ánimo del proyecto en el que estoy. En cuanto me meto en ese mundo sonoro, también me transporto a esa historia. Intento que mis cómics fluyan como una pieza de música en desarrollo. Me encantan los pasajes de silencio, solo imágenes, y me gusta dejar que estas se desarrollen en densidad y simplicidad del mismo modo que una obra orquestal fluye y refluye. ∎

Dave McKean, ilustrador reconocido a finales de la década de los 80 por sus filigranas de corte expresionista en portadas y cómics para DC, ilustrador de historias de Batman y otros personajes de la editorial, hace años que ha encontrado su voz personal como autor completo alejado del mainstream. En “Raptor. Una novela gráfica de Sokól” encontramos uno de sus temas fetiche, el retrato de personas enfrentando dudas y sufrimientos como buenamente pueden: a través del ejercicio del arte –la creación como vehículo sanador– o intentando las vías esotéricas.
“Raptor” acumula capas en la narración (desdoblada: por un lado se cuenta la historia de un escritor que encara la pérdida de su mujer; por otro, detalla el desarrollo de su nueva obra literaria… y las intersecciones entre ambos mundos) y en el estilo visual, cambiando el dibujo para adaptarlo al relato, jugando con texturas cromáticas y composiciones de página a veces pragmáticas y otras epatantes. Pero no hay equilibrio: McKean crea un relato donde pesa más su potencia visual que la propia historia. Quizá no nos cale el sufrimiento de sus personajes ni la filigrana literaria, pero gracias a un apartado gráfico que no abandona el tono expresionista, más estilizado y atmosférico que nunca en McKean, el cómic casi no necesita sumergirnos en la narración de los abismos emo de sus protagonistas para hacernos sentir una desazón gélida. Cada página consigue, en ese sentido, impregnarnos. ∎