Hacía tiempo que no me reía tanto. Es mi deber como crítico responsable decirlo. No quiero con esta cuña asumir que cualquiera que lea la obra de Davo Castellano (Estepa, 1995) vaya a pasar también por el altar de las carcajadas. Hay tantos sentidos del humor como tipos de torceduras en las bocas. Pero sí reconozco que los relatos de “Madrid es una frase motivacional en un sobre de azúcar” (2024) me han llevado por ahí. Por mi sentido del humor. Por una sonrisa que partía mi boca en dos dejando al descubierto los gibraltares de mis muelas. Una sensación largo gratificante que, sinceramente, solo me había atravesado con tanta virulencia este año a costa de las gansadas genuinas de Tom Sharpe. ¡Qué satisfactorio revelar que la bufonada bien escrita no se ha lijado hasta la coronilla craneal en este país! Y todavía mayor es la satisfacción cuando uno sabe que el autor no es más que un recluta. Un bisoño. Un literato precoz con olfato para la chanza.
Se revela imprescindible para no despistar advertir que este libro es una colección de relatos donde nada es lo que parece y, en todos, se produce un giro, inmenso o ligero, que recala en la sonrisa de quien los lee. Castellano sabe darle la vuelta a la tortilla. Hacer de la provocación, de la ecuación definida por Chaplin para el humor (risa = tiempo + drama), un horizonte hacia el que dirigirse. Basta leer el primer relato. Un japo tatuador desratizando sótanos con un cuñado madrileño. Nada lógico por ningún lado. Y, sin embargo, uno entra. Se deja convencer por una prosa ágil y a ratos ilustre. El autor mantiene al lector dentro de la irrisoria escena de pocas páginas antes de culminar con una chanza chorra, tontorrona, casi infantil, que precisamente por eso, y vista la situación en la que Castellano la clava, resulta tan descacharrante.
El título llevará por bandera Madrid, pero no se dejen engañar. Esto no es una recopilación costumbrista de anécdotas propia de ‘Time Out’. Sí, vale, todas las historias flirtean con la capital. Pero no la convierten en su protagonista. Ahora, si un Papa Noel agotado y deprimido tiene que tener un rifirrafe con un chaval, pues el mozo es de Fuenlabrada. Si una andaluza se va de picos pardos, lo hace por la capital y acaba enganchada en el movimiento de la lengua a la frase: “qué majetes los madrileños”. Y suma y sigue. En fin, que Madrid, lo que es estar, está, pero lo que se impone como un coloso es la genialidad humorística.
Venga, les soy totalmente sincero, de veras y sin que sirva de precedente, compren este jodido libro (por cierto, preciosamente editado) si lo que buscan es pasar un buen rato, o hacérselo pasar a alguien. Es tan difícil ser originalmente cachondo en literatura sin perder el ritmo, ni la sagacidad de las entrelineas. Y Davo Castellano lo consigue. Ya estoy babeando por que se deje de tapitas y aterrice con un gran solomillo. Nada de relatos. Quiero una gran historia descacharrante a la altura de “La versión de Barney” (1997), de Mordecai Richler, o cualquiera de los de Caitlin Moran. Sé que puedes Davo. Venga. ∎