Existe la posibilidad de trazar una historia política alternativa a la nuestra a través de la representación ficticia que hacen las películas y las series del presidente de los Estados Unidos. Sin duda, se podrían extraer profundas reflexiones sociológicas acerca del último siglo al estudiar la línea que va desde el volátil Merkin Muffley, de “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú” (Stanley Kubrick, 1963), al Jed Bartlet de “El ala oeste de la Casa Blanca” (Aaron Sorkin, 1999-2006), pasando por supuesto por héroes de acción de la talla de Harrison Ford en “Air Force One” (Wolfgang Petersen, 1997) o el muy desagradable Billy Bob Thornton de “Love Actually” (Richard Curtis, 2003).
En ese gran libro, ocuparía un capítulo imprescindible aquel dedicado a los presidentes sin clara filiación partidista o ideológica. De igual forma que el Papa de Roma es, según el dogma católico, el representante de Dios en la Tierra, estos presidentes de película serían la encarnación viva no de un programa político o unas estrategias partidistas, sino del mismo sentir estadounidense, esa figura paternal, trabajadora y honrada que guía los designios de La Nación Más Grande del Mundo. No es, quizá, el mejor momento para estrenar un producto dedicado a la glorificación acrítica de ese cargo más allá de los rasgos y actos concretos de aquel que lo ejerce, pero es el momento que le ha tocado a “Día cero” (2025), el reciente y exitoso estreno de Netflix.
En “Día cero”, George Mullen, un expresidente querido y respetado, ahora dedicado a descansar lejos del mundanal ruido, ha de dar un paso al frente tras un ciberataque que anula cualquier servicio digital durante un minuto. En ese minuto, te puedes imaginar, se apagan los generadores de los hospitales, se cortan las comunicaciones del transporte aéreo y se lamentan miles de muertos. La presidenta (de partido desconocido, pero al ser mujer y negra por lo pronto podríamos apostar por demócrata) crea una comisión con poderes extraordinarios (y extraconstitucionales) para descubrir qué ha ocurrido y cómo poder evitar que pase otra vez. La persona evidente para tomar el cargo de la peliaguda comisión es este viejo George Mullen, célebre fiscal, veterano de la guerra de Vietnam, el último presidente capaz de unir a los votantes de ambos partidos y que, por cierto, está interpretado por Robert De Niro.
No hay lugar para la duda en cuanto a las buenas intenciones de George Mullen en este thriller político y psicológico creado por Eric Newman, Noah Oppenheim y Michael Schmidt, plagado de conspiraciones, pistas falsas, conflictos internacionales y errores del pasado, pero viendo “Día cero” es difícil apreciar el sentido balance moral de estos buenos presidentes del pasado. El “centrismo” del protagonista sobrepasa al personaje e impregna cada una de las decisiones tomadas por el equipo de producción de la serie: en este universo carente de ideologías en el que todos los políticos “son lo mismo”, todo parece, en fin, dar lo mismo. La bondad y honradez de Mullen a la hora de no aprovecharse de su capacidad de arrestar o allanar viviendas sin orden judicial se desdibuja con facilidad al preguntarnos como espectadores por qué se le han concedido esos poderes y por qué los ha aceptado así de fácilmente.
Sobre esto último: hay una escena de tortura especialmente perversa para aquellos que –como yo, no me escondo– estamos más bien en contra de las tácticas “expandidas” de interrogatorios tras las cuales vemos a los personajes extremadamente preocupados por la posible repercusión mediática de una relación extramatrimonial años antes de los sucesos de la serie. Nadie afronta ninguna consecuencia por esa tortura, nadie se arrepiente profundamente ni cambia la vida de nadie salvo, quizá, la del torturado, que pierde toda relevancia durante el resto de la serie.
Cuando hablo de “centrismo”, entiéndase, no hablo de esa ambigüedad o de esos matices morales que solemos exigirles a las ficciones más o menos realistas que apelan a los adultos, sino más bien todo lo contrario. Hablo de una inercia moral basada en la conservación del statu quo sin demasiadas preguntas. Esta inercia, como digo, se presenta en la incapacidad de posicionarse con casi ninguna opción y la aleja de cualquier posibilidad de tomársela verdaderamente en serio y resonar con nuestra compleja realidad, pero la desidia se manifiesta en las formas más prosaicas y elementales de la experiencia televisiva.
“Día cero” no es cool, pero tampoco desmitificadora. No es una fantasía imaginativa, pero tampoco es especialmente realista. Y no es una producción exactamente prémium pero está claro que se han dejado sus millones. Tiene una incapacidad absoluta para profundizar en casi nada de lo que propone, dejando cierta sensación de vacío en torno a sus personajes secundarios y a su vital labor a la caza de los terroristas, que queda a la imaginación del espectador. Por otro lado, está plagada de pistas falsas y tramposas que se deshacen solas, y la mitad de los giros no lo son apenas, sino simples líneas de diálogo sin ningún tipo de peso.
Nada pesa en esta serie y, aunque a estas alturas parece hacer leña del árbol caído, la puesta en escena no ayuda en este sentido: a la típica manera de las producciones de Netflix, está llena de indecisiones y consigue que los decorados más caros parezcan bien cutres. La sensación de un universo en el que la política es radicalmente distinta que en el nuestro se manifiesta en esas escenas de masas enfurecidas que parecen generadas por una IA que jamás hubiese visto a un grupo de personas cargar contra la policía o entrar a la fuerza en un edificio, y mira que hay archivo videográfico en el que inspirarse.
Quien haya llegado hasta aquí quizá respire aliviado si digo que la serie es perfectamente visible, las estrellas están a la altura de sus respectivas famas y cachés y la historia permite ser disfrutada en un par de sentadas (como he hecho yo mismo) si uno está dispuesto a no pedirle gran cosa. La pregunta aquí es si queremos que las ficciones políticas se construyan basándose en sus propias formas y clichés o si queremos que nos digan algo de las relaciones entre seres humanos en el marco de un Estado. La pregunta, también, es si aún podemos. ∎