El grafiti fue clave para la posterior introducción del hip hop –posiblemente el género musical más importante de las últimas décadas– en España. Y su historia no se entiende sin la labor de los que pintaron las primeras paredes, cierres y chapas de tren. Para iluminar este asunto, el Museo Nacional de Antropología ha puesto en marcha la exposición “Todo empezó en el ochenta y cuatro. Orígenes del graffiti en España”, que rinde homenaje a los pioneros y a las pioneras de esta disciplina y cierra el círculo documental de sus primeros años de explosión.
Como la de otros movimientos contraculturales, la historia del grafiti en España se ha contado siempre de forma fragmentaria, visual, experiencial, oral y, sobre todo, oficiosa. Tiene lógica, ya que nadie quiere comerse un buen marrón por arriesgarse a documentar en papel, con nombre y apellidos, sus misiones, ya sean estas reventar cocheras, cierres metálicos o paredes en la M-30. Por supuesto, la información ha fluido, pero tenías que estar dentro del juego: tiendas, fanzines, jams, intercambio de negativos o conocer gente esperando el rulo de los trenes, a lo que luego se sumarían revistas y marcas. Luego llegaron los vídeos. Antes, Fotolog; ahora, Instagram.
Por ese mismo motivo, la historia del grafiti es también injusta. Hablar solo de ‘Game Over’, la primera gran revista de grafiti, supone dejar de mencionar decenas de fanzines que hacían que la información circulase de mano en mano y de ciudad en ciudad. Lo mismo sucede con los grandes hitos de la escena. ¿Por qué se empezaron a pintar vagones de cercanías? ¿Por qué perdió preeminencia el estilo flechero de Madrid? Son hechos que forman parte ya de la leyenda que circuló de boca en boca: o lo viviste o te lo han contado los que lo vivieron.
Quizá por todo eso la exposición “Todo empezó en el ochenta y cuatro. Orígenes del graffiti en España” tiene un valor difícil de cuestionar. Inaugurada en el Museo Nacional de Antropología de Madrid el pasado 24 de junio, y abierta hasta el 13 de noviembre, el Ministerio de Cultura y Deporte afirma que es “la primera exposición sobre la cultura” del grafiti y el hip hop que tiene lugar “en un museo nacional”. Está comisariada por Francisco Reyes, figura del academicismo ligada al hip hop –si es que existe tal cosa–, y sin duda representa una polaroid interesante a la hora de ilustrar una época que se antoja bastante difícil de retratar.
La muestra abarca el arco temporal que discurre desde 1984 –como reza el propio título– hasta 1992, momento en el que se produce el primer gran giro en la escena del grafiti en España debido al cambio generacional. Y es un relato que se ancla en varios niveles: documental, por el esfuerzo que se ha llevado a cabo en cuanto a la recopilación de material gráfico o de comunicación; narrativo, ya que recupera testimonios de la época de nombres destacados que sí estuvieron allí; pero también artístico, estético y cultural.
Lo estético y lo cultural merecen párrafo aparte. Es de agradecer la dirección artística de la propia exposición, que ha huido del imaginario tradicional del museo. Las paredes están tomadas por takeos y throw-ups y la información que se muestra se ha escrito con letterings de hip hop firmados por nombres como Kapy, Zeta, Suso33, Remebe o Randy. En lo cultural, también destaca por el intento de unir los puntos que separan el breakdance –caballo de Troya que propició la llegada del hip hop a nuestro país– de otros elementos vinculados al fenómeno, como la explosión del rap. El grafiti seguramente haya sido la bisagra que conectó todo, el vehículo que más visibilizó esto que muchos llaman cultura (urbana): en unos años en los que la información no tenía medios para fluir como hoy en día, una pieza o firma en una pared o en un tren circulando era la mejor publicidad para constatar que algo diferente estaba pasando.
En ese sentido, la expo también dedica su espacio al papel que la música rap jugó a finales de los 80 y principios de los 90, con la aparición de recopilatorios como “Rap’in Madrid” (Ariola, 1989), o “Rap de aquí” (Ariola, 1990) y nombres como Sweet, Sony & Mony –con Sonia Cuevas, luego directora del imprescindible sello Zona Bruta–, DNI, Sindicato del Crimen, Jungle Kings, Hermano L, el ya mencionado Randy, El Maese KDS o Rango. Además, se destaca el papel de las pioneras en la escena o el que jugaron ciudades ajenas al eje Madrid-Barcelona, como Alicante o Valencia. La exposición también rinde homenaje a uno de los mayores iconos del grafiti, o de los más conocidos, como es el caso de Muelle. Y hace un guiño al público no especializado al revelar, para los pocos que todavía no lo sepan, que el actor Daniel Guzmán fue el escritor conocido como Tifón. A todo ello se suma también un fanzine conmemorativo.
La cuestión del grafiti se ha intentado abordar desde varias puntos de vista a lo largo de estas décadas. Desde la conversación más obvia –que gira alrededor de si hablamos de arte o no y que se ancla en argumentos anquilosados, como su valor pictórico– hasta ópticas sociológicas: como vehículo de expresión de minorías, como constructo social o desde su rol respecto a la creación de identidades en los barrios (ahí está la obra de académicos como Fernando Figueroa-Saavedra).
Curiosamente, quienes mejor han expresado lo que es el grafiti son aquellos que lo han mamado en primera persona. Writers que también han rapeado –podríamos citar aquí “Escribe tu nombre” de El Sicario, los temas de los catalanes Rosa Rosario o de los asturianos The Louk, especialmente Víctor Rutty, o la más reciente “24 7” del ingobernable Cecilio G– y documentales como “La vida de un artista” (2013-2018), producida por Writers Madrid. Ahora, a toda esta tradición, se suma también esta iniciativa. ∎