Laurent (Tahar Rahim), un actor teatral que está a punto de empezar los ensayos de una representación del “Don Juan” de Molière después de haber sido abandonado por su prometida Julie (Virginie Efira) el mismo día de la boda, le dice a una mujer que encuentra en la barra de un bar: “Puedes ayudarme a olvidar el amor”. Para Laurent, el Don Juan posmoderno urdido por el cineasta Serge Bozon, olvidar el amor reside en acostarse con la mujer en cuestión y olvidarla en un suspiro. Hacen el amor en elipsis y, al amanecer, Laurent deja una simple nota con la palabra adiós escrita en el papel.
En “Don Juan” (2022; hoy se estrena en España), Laurent ve a Julie en todas las mujeres que conoce. Todas aparecen, por supuesto en su imaginación, con el rostro de Efira. Pero Julie es asimismo una prestigiosa intérprete teatral. Cuando no funcionan los ensayos del “Don Juan” que una pedante e insoportable directora moderna (Jehnny Beth) quiere representar en la costa, con el escenario abierto al mar y al sonido de las gaviotas, Julie es requerida para que sustituya a la joven actriz inicialmente prevista para interpretar a Elvira, la esposa del protagonista. El juego de espejos no es precisamente original, pero funciona bien: la relación entre el seductor Laurent y la amada recuperada es idéntica a la de Don Juan y Elvia. Mientras ensayan y después actúan, los dos actores intentan reconquistar mutuamente lo que antaño tuvieron.
Bozon pone en solfa el mito, castigado, del seductor clásico. No hacen falta muchos subtextos feministas para dejar al personaje en la trastienda de la historia. Aunque Laurent parece un tipo vacilante y obsesionado de forma enfermiza con la mujer que le dejó –es decir, nada que ver con el seductor consumado y adicto al sexo, dos formas en las que ha sido mostrado Don Juan en la literatura, el teatro y el cine–, lo que le pierde siempre es el deseo por otras. Un plano, atisbado al inicio del filme, encierra la clave de su forma de ser y del rechazo último que provoca en Julie.
Al final del relato, al director se le va un poco la mano con supuestas transgresiones y digresiones narrativas que hacen demasiado explícito lo que ya estaba implícito. Mejor resultan los intervalos musicales en los que, siguiendo las reglas tradicionales del género, los protagonistas expresan sus miedos, deseos y anhelos cantando en vez de conversando. Otro personaje, el hombre mayor y cansado cuya hija se suicidó después de que Laurent la abandonara, canta también y toca el piano, pero en este caso la música, las canciones son diegéticas y no expresan anhelo, sino dolor y tristeza.
Bozon, que ha reflexionado bien sobre el cine y los cineastas en las páginas de la revista ‘SoFilm’, es un director y actor culto y culterano: la mujer que conoce en el bar está leyendo una entrevista con el pianista de jazz Fred Hersch. La música, y la deconstrucción musical, siempre ha sido importante para él. “La France” (2007), una de sus mejores películas, sobre una joven que se disfraza de hombre y viaja hasta el frente para encontrar a su amado durante la Primera Guerra Mundial, tiene un momento de enigmática poesía en la escena en la que la chica en cuestión topa en el camino con un grupo de desertores que interpretan una canción pop con instrumentos reciclados (violines cuadrados, el mástil de una guitarra adherido a una lata, una improvisada steel guitar colocada entre dos trozos de madera). La situación se repite varias veces, y el patrón de la canción que tocan pertenece a un tema compuesto por John Pantry, también ingeniero de sonido de Small Faces y Bee Gees. Para Bozon, las canciones “permiten multiplicar por diez un cierto tipo de emociones y consiguen que exista la unidad de grupo de forma más emotiva”. La acción de otro de sus filmes, “Mods” (2002), discurre entre temas de música garage, de The Seeds a The Barracudas y The Calico Wall, que los protagonistas de la película bailan frenéticamente. No es de extrañar la fuga de musical clásico de “Don Juan”, aunque, en otra transgresión, lo que canta Laurent no es necesariamente lo que siente. ∎