Douglas Coupland (1961) vuelve a la ficción y lo hace con un atracón de cuentos en primera persona sobre gente que no acaba de adaptarse bien a los tiempos modernos. Son sesenta microrrelatos dominados por el distanciamiento irónico y un sentido del humor cínico, perfecto para la era de la superficialidad. Son cuentos rápidos, ligeros, y están fundamentados en la anécdota curiosa, como lo que domina en los “shorts” de YouTube o los vídeos de TikTok que entretienen, sí, incluso sorprenden a veces, pero que olvidas al instante al leer el siguiente.
En “Atracón” (“Binge”, 2021; Alianza, 2024; traducción de Juan Gabriel López Guix), el autor de “Generación X” (1991) vuelve a mirar al mundo actual con perplejidad y una pregunta constante: ¿por qué? ¿Por qué hemos acabado de este modo? ¿Por qué nos hemos capturado a nosotros mismos en la tela de araña de nuestra propia insatisfacción? ¿No podíamos evitarlo? ¿Nos está devorando nuestros avatares en las redes sociales y pronto no quedará nada del viejo homo sapiens, solo quedará el “homo digitalis”?
Hasta que eso ocurra, Coupland parece decidido a pasárselo bien. Los cuentos van desde mujeres que recuerdan al detalle todo lo que ven, leen o escuchan, hasta niños con fibrosis quística con padres ultrarreligiosos. De traficantes de sangre rara a fiestas con enfermos de cáncer y águilas que devoran polluelos. También hay mascotas de parques de atracciones que se enamoran y tipos que venden veneno. Y drags, hay muchas drags, aunque todas podrían ser la misma.
Algunos personajes secundarios se cuelan en varios cuentos, lo que despierta una sonrisa al lector y ayuda a homogeneizar el mundo irónico y distanciado de Coupland. Ahora todos los autores del mundo aspiran a ser autorreferenciales y crear universos propios. Qué cosas.
Como todos los libros de relatos habidos y por haber, y más si reúnen hasta sesenta, hay tanto picos muy altos de calidad como picos muy bajos. La irregularidad es la tónica. Entre los buenos, tenemos desgarradores retratos de la autodenigración contemporánea como “ComRom” o “Nike”, una feroz crítica al consumismo de “marcas” y la pedantería de los artistas que hablan de ellas con cierto grado de hipocresía. ¿Los peores? Da igual, siempre es mejor hablar de lo bueno.
En uno de los cuentos, llamado “Tanga”, Coupland nos pregunta: “Todavía no sabes quién te está hablando. ¿Soy hombre o mujer? ¿Soy una persona joven o vieja?”. Y ese es el principal problema de estos cuentos, que no lo sabes. A veces son hombres, a veces mujeres, a veces ancianos y a veces jóvenes, pero todos tienen la misma voz, nunca cambia, como si fuesen la misma persona con trajes diferentes. Así que todos los cuentos se convierten en el mismo cuento y lo que sucede queda gregario, anecdótico y sin verdadera relevancia emocional. Es decir, siempre ves a Coupland detrás como maestro titiritero, no como una persona real.
Por supuesto, los relatos están llenos de referencias pop, de calcetines de Lana Del Rey a vídeos de YouTube o citas de Tinder. Después de una década sin escribir, empeñado en ser videoartista, Coupland ha aterrizado en nuestro futuro y se lo ha pasado de fábula hablando de los nuevos gadgets tecnológicos y de los nuevos reyes de la cultura TikTok. Su observación, jocosa y visceral, se centra casi siempre en cómo filtramos el deseo a través de los nuevos objetos tecnológicos. El Eros digital domina la narración como si Coupland hubiese escrito estos cuentos con cierto sonrojo y lo contagiase al lector.
Los cuentos, de tres o cuatro páginas, funcionan como fogonazos de un flash con un estallido final. Parece que Coupland quiera grabar la cara de sorpresa del lector al acabar el relato, que esa sea su intención. Y eso, a veces, no es suficiente para el disfrute del cuento. Según la editorial, estos relatos están construidos para ser devorados de una tacada, como ver ocho capítulos de un tirón en una serie de Netflix. Sin embargo, esto nunca ha sido lo que busca un lector cuando empieza un libro. Mirar pasivo es una cosa, pero leer es otra muy diferente. Siempre necesita un espíritu activo.
En definitiva, es un libro hermosamente superficial. Y algunos de los relatos son realmente sobresalientes, pero un cuento sobresaliente no invita nunca a leer el siguiente; invita a quedarte en él y saborearlo sin prisas. De esta forma, se da la contradicción de que los buenos cuentos del libro van en contra de lo que busca el escritor. Menos mal, porque relatos como “Tinder” o “Alexa” no merecen morir enterrados por la sobreinformación. ∎