Película

El mal no existe

Ryūsuke Hamaguchi

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Sabemos que estamos ante la nueva película de Ryūsuke Hamaguchi, “El mal no existe” (2023; estrenada el pasado miércoles), rodada en Japón y con actores japoneses. Pero hay, de entrada, algo americano en esta historia, no solo en su temática, también en la imagen. Durante el primer tramo, cuando Hamaguchi nos muestra el tranquilo día a día de una comunidad rural con los colores llamativos y altamente contrastados de Yoshio Kitagawa –director de fotografía con el que ya había colaborado en el pasado–, podemos tener la impresión de estar congelados en una postal coloreada de la América leñadora de los cincuenta. Y luego está la trama, articulada en torno a la amenaza ecológica que se cierne sobre dicha comunidad –en forma de enclave turístico dedicado al glampin (camping glamuroso, menuda mezcla), cuya fosa séptica podría contaminar la cristalina agua local–: puede incluso parecer caricatura, también propia de una película cualquiera de Sundance o de la infravalorada “Aguas oscuras” (Todd Haynes, 2019).

Pero estamos en una fascinante película de Hamaguchi, maestro nipón (si un director es japonés y no le adjudicamos el rango de maestro parece que sea del montón) con una manera muy personal de entender el ritmo cinematográfico, en clave slow, como quedó patente en su fantástico coup double de 2021, “La ruleta de la fortuna y la fantasía” y “Drive My Car”. Además de planos largos y ritmo contemplativo, aquí también brinda dos trávelin cenitales, que abren y cierran la película, y un no menos inolvidable trávelin lateral en el que vemos tres personajes, con sus ropas de colores, caminando entre los árboles a cierta distancia el uno del otro. Tampoco faltan los viajes en coche que ya son marca de la casa, esta vez para incluir una secuencia de diálogo, en general menos abundante debido al carácter solitario y taciturno de uno de los tres protagonistas, el manitas de la comunidad en cuestión, viudo y padre de una hija de 8 años.

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Dicha comunidad, parece que ficticia, está a tiro de piedra en coche de Tokio y tiene un restaurante de fideos udon regentado por una joven que ha huido de la ciudad. Después del primer tramo más expositivo, el nudo de la película transcurre en la sala donde los lugareños se enfrentan a los representantes de la empresa de glampin, y lo que sigue va de la epifanía humanista a un desenlace más bien críptico, incluso siniestro, que nos servirá para repensar esta fábula ecologista donde el capital de la capital corrompe, de diversas maneras, el paraíso primigenio. Misteriosa en su desenlace narrativo, la película resulta fascinante a nivel visual no solo por esos colores que pueden parecer paradójicamente artificiales, sino por la naturaleza de las imágenes. Hay planos que parecen preciosos salvapantallas que cualquiera quisiera para su portátil: son estampas paisajísticas, con o sin animales, que podrían funcionar individualmente.

Esa particularidad estética de una película acompasada por tableaux vivants viene sin duda de su proyecto paralelo “Gift” (2023), donde Hamaguchi ha puesto en imágenes la música de Eiko Ishibashi, que también firmó la banda sonora de “Drive My Car”, antes de reciclarlas para “El mal no existe”, donde ha añadido metraje. La música de Eiko Ishibashi está en primer plano en “El mal no existe” de una manera que, curiosamente, puede recordar a la excelente y muy distinta música electrónica de Trent Reznor y Atticus Ross en “Rivales” (Luca Guadagnino, 2024). Suena muy puesta en evidencia y de repente se para en seco. En el caso nipón, enlazando con los sonidos y los silencios de la naturaleza. Si la clave del singular planteamiento estético de “El mal no existe” está en “Gift”, para la resolución del acertijo final, que corre a discreción de cada espectador, quizá haya que interrogarse sobre el título de la película, que parece tan ostensiblemente irónico. El filme deja patente hasta qué punto esta aparentemente idílica comunidad y sus habitantes naturales, como los ciervos, viven bajo la amenaza. Quizá el mal deje de existir en otra dimensión. Como cantaba Morrissey en “Death Of A Disco Dancer” (The Smiths): “Very nice, very nice, very nice / But maybe in the next world”. Quién sabe. ∎

La amenaza del mal.
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