El primer volumen de “Lo que más me gusta son los monstruos” apareció como un rayo en 2017, traducido en España al año siguiente por Reservoir Books. Ganó algunos de los premios más importantes de la industria del cómic norteamericano y francobelga, y buena parte de la crítica la señaló como la novela gráfica más importante de su año (en esta casa también: mejor cómic de 2018 según Rockdelux). Tras una larga espera, el libro segundo de la aclamada ópera prima de Emil Ferris (Chicago, 1962) vuelve a llenar escaparates, mesas de librerías y listas de deseos, y lo hace además en nuestro país antes de que se publique la edición estadounidense de Fantagraphics (traducida al castellano por Montse Meneses, también al catalán para Editorial Finestres).
La historia contada en primera persona por la joven adolescente Karen Reyes desde su cuaderno de dibujos, donde se representa con rasgos licántropos –y con gabardina detectivesca desde que decide investigar la muerte de su vecina Anka Silverberg, judía superviviente del Holocausto–, narra la vida en un barrio marginal de Chicago durante los contraculturales años sesenta a través del prisma fantasioso de la protagonista. Los orígenes hispanos y amerindios de Karen, su orientación sexual no normativa, un padre desconocido, la enfermedad de su madre y el aprendizaje artístico propiciado por su hermano Deeze la han convertido en blanco de burlas escolares y en una pequeña artista que comprende el mundo dibujándolo. Y que aprende a dibujar copiando las portadas de revistas pulp y tebeos de terror y los cuadros del Art Institute de Chicago.
En la primera entrega, Karen, poco después de morir su madre, quedaba sumida en un inquietante sueño donde se encontraba con su desconocido hermano Victor, muerto en la infancia, sueño con el que abre este nuevo volumen y da pistas al lector sobre lo que vendrá a continuación. La vida sin su progenitora es como se esperaba, dura y reveladora; su hermano Deeze intenta practicar la honestidad. Entre medias verdades aparece un hombre turbio y familiar que acabará por dar un giro a sus vidas.
Afortunadamente, se puede encontrar otra familia en la amistad. Karen conocerá los orígenes de las cicatrices de su amigo Franklin, su particular Frankenstein afroamericano, y comenzará a sentirse menos sola. Mucho más cuando conoce a otro ser “monstruoso” como ella: Shelley. Una de las tramas principales en este libro gira en torno a la orientación sexual de la protagonista. Con diversas analepsis y la reproducción a bolígrafo Bic o rotulador de obras decisivas de la historia del arte, Karen se desnuda y relata cómo había experimentado sus deseos hasta ese momento. En este sentido, puesto que abunda la representación artística femenina, ya sea en pulp o en cuadros de museos, el ojo avizor de Karen Reyes y su mente ágil formulan una oportuna reflexión sobre lo sexi. Nuevamente las páginas del cuaderno de Karen (de la novela gráfica de Ferris) están inundadas de referentes artísticos, visuales y musicales, destacando las reiteradas versiones pictóricas del episodio bíblico de Judit y Holofernes.
En el cosmos propio que conforma esta comedia humana de freaks no podían faltar las alusiones al poder. Karen llevaba aprendida de casa la diferencia entre monstruos buenos y malos, entre los que dan miedo y los que quieren dar miedo para controlarte; idea que había relacionado con la sórdida historia de su vecina Anka en la Alemania nazi, la cual avanza aunque queda inconclusa. Pero, en el agitado contexto histórico que enmarca la narración, esto no podía quedar así, y Jeffrey Alvarez alias El Cerebro, cuyo cabello es una de las delicias gráficas de Ferris, ilustrará a Karen en las mecánicas de la manipulación, el odio, las teorías eugenésicas, las conspiraciones de las élites o el cuestionamiento del comunismo. El poder puede dar mucho miedo, tanto o más que los monstruos. Y ante el miedo, el arte, manto protector con el que sobrevivir a la crueldad y al miedo. Una intrépida Karen se ha armado de valor y ha salido a defender su tribu y a conquistar un conocimiento superior: su interior. ¿Llevaremos todos un monstruo dentro?
Como en el primer volumen, la exuberancia visual y las sinuosas tramas se suceden de manera vertiginosa, hasta el punto de percibir en este segundo libro (420 generosas páginas, bien adaptadas en un trabajo arduo de rotulación por Sergi Puyol) cierta precipitación en alguna de ellas. Pero su lectura vuelve a ser indispensable. La libertad formal de Ferris, que prescinde a menudo de marcos tradicionales de viñeta buscando una mayor densidad literaria y visual, su penetrante retrato psicológico de personajes y los cambios de registro gráfico –de lo hiperrealista a lo caricaturesco, del boceto al retrato elaborado en cross-hatching minucioso– siguen haciendo de esta obra algo verdaderamente singular. ∎