Cómic

E. M. Carroll

Una invitada en casaSapristi, 2025

Desde su niñez, la historietista e ilustradora canadiense E. M. Carroll (1983) sintió una fascinación enfermiza por los cuentos infantiles tradicionales, cuya crueldad y oscuridad inherentes se obsesionó por deconstruir con sensibilidad contemporánea ya desde sus inicios como autora de webcómics. Antes de que las grandes corporaciones las convirtieran en inofensivos fetiches pop, estas narraciones moralizantes servían de termómetro de las ansiedades y temores colectivos; un poder metafórico que Carroll recuperó en su antología de relatos cortos “Cruzando el bosque” (2014; Sapristi, 2015), novela gráfica de formas muy libres, entre el libro ilustrado y el cómic, donde los tropos asociados al folclore tradicional se alternaban con reflexiones sobre la identidad, las relaciones familiares y, especialmente, la feminidad.

En “Una invitada en casa” (2023; Sapristi, 2025, traducción de Inga Pellisa), su obra más extensa hasta la fecha, mantiene intacta su pasión por el terror gótico y el misterio telúrico de los bosques canadienses donde suele ubicar sus relatos, aunque amplía su scope expresivo. El cómic se inspira a partes iguales en la novela “Rebeca” (1938), de Daphne du Maurier, y en “Una burla de Dios” (1966), de Margaret Laurence, tanto a nivel argumental como en su calidad de estudio de personajes imperfectos, reprimidos e insatisfechos. En “Una invitada en casa” se nos presenta a Abby, una mujer de mediana edad que se ha mudado recientemente a una casa cerca de un lago junto a su marido David, que acaba de enviudar, y su hija Crystal. Abby no tarda en detectar una siniestra presencia en el lugar, a la que pronto identifica como el espectro de la primera mujer de David.

Bajo la apariencia de historia de fantasmas canónica, Carroll firma una obra de fuerte componente simbólico y emocional. Uno de los relatos de su mencionada antología de terror de 2014, “El nido”, ya anticipaba el giro estilístico que ha experimentado la autora en los últimos años, desde el gótico canónico al terreno del body horror. En su producción más reciente, la amenaza ya no se esconde en tenebrosos bosques. Se arrastra bajo tu piel para devorarte desde dentro. En la tradición del terror gótico, el monstruo suponía una poderosa fuerza contranatural que emergía desde el exterior y que debía ser reprimida o exterminada para restablecer el orden. La autora canadiense reformula el concepto de monstruosidad para adaptarlo al angst de los tiempos. En “Una invitada en casa”, dicha monstruosidad, lejos de resultar ajena, se presenta bajo la forma pesadillesca de la feminidad normativa. Abby confiesa sentirse atrapada en un cuerpo sudoroso y amorfo con el que no se identifica y que siente gotear “como si le removiera una mano cósmica”. Carroll entiende aquí la piel como una prisión corporal que es imposible combatir o evitar, como demuestran esas viñetas oníricas en las que la protagonista introduce la mano bajo su piel en búsqueda de su verdadera identidad. La disociación entre lo que Abby es y lo que proyecta la lleva a caer presa de ensoñaciones en las que su piel se transmuta en reluciente armadura de caballero medieval, que se enfunda para bañarse en la sangre de dragones y seducir etéreas princesas, adoptando así un papel narrativo activo que compensa su fobia social, su sexualidad reprimida y su pánico al contacto físico.

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En la obra conviven permanentemente dos planos de representación: realista y onírico. En el primero, Carroll apuesta por un blanco y negro que enmarca las anodinas rutinas autoimpuestas con las que Abby pretende mantener a raya el monstruo interior. Ilustraciones minimalistas que solo se ven perturbadas por líneas de pensamiento interno que rompen las masas de blanco y negro de la página para transmitir desapego y desconexión emocional. Cuando la protagonista se entrega a sus habituales ensoñaciones, Carroll opta por texturas digitales en forma de acuarelas, violentos contrastes cromáticos de colores como el rosa, el morado y el verde, atrevidos juegos con la perspectiva y el diseño de página y un imaginario que se nutre de los grabados medievales, los escorzos expresionistas y cierta estética heredada de cómics emblemáticos de Vértigo. A medida que la historia avanza y Abby comienza a pasar más tiempo con los muertos que con los vivos, ambos planos acaban por contaminarse: las ensoñaciones viscerales invaden el mundo real, en explosiones de rojo sanguinolento y repulsivo, y las fronteras entre realidad y fantasía comienzan a desdibujarse, lo que añade capas de lectura al relato y hace tambalear la fiabilidad de la narración de su protagonista.

En “Una invitada en casa” el terror no habita tanto en lo sobrenatural como en lo cotidiano: una piel que no encaja, una casa que no protege, un amor que no consuela, y en esa incomodidad que se filtra entre viñetas como una humedad ominosa, encuentra Emily Carroll la fórmula perfecta para dialogar con las raíces más profundas del género al tiempo que le devuelve su vigencia. A la autora canadiense no le basta con revivir el gótico. Lo reescribe desde las entrañas. ∎

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