Serie

Enjambre

Janine Nabers y Donald Glover(miniserie, Prime Video)
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¿Quién es tu artista favorito? Esa pregunta, aparentemente lúdica, incluso inocente, no lo es tanto en boca de Dre, la protagonista de “Enjambre” (2023). La premisa de la nueva serie de Donald Glover tras “Atlanta” (2016-2022) –creada junto a Janine Nabers, también guionista de aquella– es retorcida pero sencilla en esencia: una fan de la mayor estrella del pop mundial deviene en serial killer con tal de defender el nombre de su objeto de veneración. Un retrato de una stan de manual, con extra de monomanía.

El nivel de enajenación del personaje es de traca, y la interpretación de Dominique Fishback cumple con creces las expectativas de Glover, quien buscaba para Dre a una actriz capaz de alcanzar las cotas de riesgo actoral de Isabelle Huppert en “La pianista” (Michael Haneke, 2001). La pretensión se entiende al contemplar la represión corporal en ambas actrices, esa mirada indescifrable pero siempre al borde del arrebato. Eso sí, “Enjambre” es infinitamente menos sutil que el filme de Haneke: es un relato que no deja de estar anclado en los tropos de las ficciones de asesinos en serie, y al que tanto su pátina de humor negro y desenfreno como su pegajosa fotografía en analógico dotan de cierto aire pulp.

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Pero ¿es esto una ficción? Sí y no, y ahí está lo realmente perturbador. Más allá de la descarada y provocativa evidencia de que Ni’Jah, la estrella adorada por Dre, está basada en Beyoncé –empezando por el título de la serie, una alusión a los fans de la diva de Houston: “Ella es la Abeja Reina, y nosotros somos su colmena de seguidores entregados”, dice un personaje–, Nabers ha confesado que muchas de las situaciones de “Enjambre” están inspiradas en crímenes reales y rumorología de internet, amalgamando todo en el personaje de Dre. Un germen oscuro continuamente subrayado con el mensaje de que “Esta no es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales, es intencionado”, y un episodio, el sexto, que es un juego de metaficción marca de la casa, un falso documental sobre una asesina en serie “real” que termina con la inserción en los créditos de una entrevista con el propio Glover hablando del desarrollo de una serie sobre los crímenes de esta asesina. Es decir, la ficción que hemos estado viendo durante cinco episodios, “Enjambre”. La dramatización de una dramatización (inspirada en sucesos aparentemente reales). En cualquier caso, da escalofríos.

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Un juego de espejos también replicado en la trama con la relación de Dre y su hermana Marissa, a quien da vida Chloe Bailey, del dúo R&B Chloe x Halle; un gran casting. El suyo es un vínculo tan fuerte (y viciado) como el que Dre siente por Ni’Jah, hasta el punto de verlas como el mismo ser de luz idealizado al que aferrarse. Una proyección que toma cuerpo de forma literal en el delirio final de Dre. En varios momentos la serie emprende el camino de la ensoñación y se acerca a los territorios del thriller psicológico, con claras resonancias a “Perfect Blue” (Satoshi Kon, 1997). Es un siniestro cuento de hadas contado por una narradora poco fiable: por ejemplo, hay ecos del Tyler Durden de “El club de la lucha” (Chuck Palahniuk, 1996) en la relación que Dre establece con su teléfono móvil después de cierta muerte. El uso de los mensajes de texto es incluso fantasmagórico, recordando al que hacía Olivier Assayas en “Personal Shopper” (2016).

Mencionando a Palahniuk, su crudeza sardónica impregna el fondo de la serie, pero, a diferencia de los personajes del escritor, Dre no lucha contra la cultura de masas, sino que la abraza en su vertiente pop, cual american psycho de la generación Z, y le pega un bocado tras otro. El impulso de la joven por comer tras los asesinatos parece un rasgo de carácter que simboliza, delata, la compulsividad con que consume, ya sea comida basura o cualquier contenido relacionado con Ni’Jah; sin mesura, de forma insana. Tanto, que su primer encuentro con la diva se resuelve con un gesto vampírico, un mordisco a la fruta prohibida. Quizá es la escena que mejor muestra el modo en que “Enjambre” retrata cómo nos relacionamos con aquello que consumimos. El éxtasis religioso de Dre al ver a Ni’Jah no dista tanto de una celebración deportiva vivida al borde del infarto o de un mitin político lleno de militantes polarizados; demasiados ámbitos hoy en día susceptibles de caer en las garras del culto a la personalidad, para lucro del ídolo de turno.

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Nabers y Glover señalan los peligros de la idolatría y de las devociones sectarias –ahí está el episodio en el que Billie Eilish se revela como actriz formidable en el rol de líder de un grupo de empoderamiento femenino-secta de mujeres blancas hippies de clase alta– dejando entrever la relación de interés y afecto entre artistas y fans, en el límite entre lo puro y lo patológico, sobre todo en redes sociales. Pero, en última instancia, cargando todo el peso y responsabilidad en el comportamiento fundamentalista de Dre. ¿Problemático? Para nada. “Enjambre” no deja de ser una sátira, y para poner el foco en la otra cara de la moneda, la de las miserias de los famosos, parece que el egotrip de The Weeknd con “The Idol” será suficiente.

Otra cosa, y ya como breve apunte final que quizá no lo debería ser tanto, es el tratamiento que hace la serie de la sexualidad de Dre. Ambigua al inicio, poco a poco, muerte a muerte, su personaje va revelándose como queer. Su retrato sería una buena adición al ensayo de Francina Ribes Pericàs, “Ausencia y exceso. Lesbianas y bisexuales asesinas en el cine de Hollywood” (2022). ¿Cae “Enjambre” en (no tan) viejos arquetipos por los que las sexualidades disidentes se relacionaban con el hecho criminal? ¿O es una capa más para indagar en la figura de la fan obsesiva y subvertirla? Una no quitaría a la otra, así que mastiquemos despacio. ∎

¿Cuál es tu artista favorito? Piensa bien la respuesta...
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