Norman ha quedado con Brunilda para cenar en La Plata. Feliz, pasea por los inabarcables bastidores de un teatro en el que el público parece exhausto ante una función interminable. Pronto descubre que, para llegar a su cita, debe pasar inevitablemente por el escenario. Pero ¿cuándo acabará la obra? Podría tardar días, y su cita es esa misma noche.
Con esta premisa, inspirada en un sueño del autor, la primera novela gráfica de
Genís Rigol (Barcelona, 1982) ya se intuye especial, pero su lectura completa revela un cómic extraordinario. Una celebración de la historieta en todas sus dimensiones, una exploración visual y conceptual del teatro, el arte y la vida. Con ecos de los pioneros del cómic de la primera mitad del siglo XX (Winsor McCay, Herriman, Frank King, Milt Gross, George McManus), las vanguardias y el teatro de Beckett y Brecht, Rigol construye un universo donde la representación y lo representado se confunden, donde la ilusión de la vida y la ilusión del arte se funden.
En
“Brunilda en La Plata” todo es escenografía: los bastidores se alargan como pasillos de un sueño, los personajes deambulan entre decorados sin estrenar y un dramaturgo bloqueado intenta escribir el final perfecto para una obra que nunca termina.
“El arte de la representación, si quiere ser arte, requiere de la perfección”, sentencia uno de los personajes, en los múltiples diálogos sobre la creación y su difícil culminación. El teatro se convierte en un espacio infinito donde Rigol convierte el absurdo y lo banal en materia poética, como una liturgia sin solemnidad ni tragedia, donde la comedia humana se revela en toda su fragilidad.