Película

Grand Tour

Miguel Gomes

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La producción de “Grand Tour” (2024; se estrena hoy) ha supuesto una aventura tan grande como la que narra la película. A inicios de 2020, Miguel Gomes emprendió una travesía por el sudeste asiático tras escribir un guion inspirado en el grand tour de dicho continente, una ruta popular entre los turistas europeos de principios del siglo XX. Después de que la pandemia del COVID truncara su viaje, filmó en su lugar la íntima “Diários de Otsoga” (2021) junto a su esposa, Maureen Fazendeiro. No fue hasta pasados dos años cuando el proyecto se reanudó, distribuyendo su rodaje entre un estudio en Italia y localizaciones en múltiples países asiáticos (incluida China, donde Gomes tuvo que dirigir remotamente a causa de las restricciones sanitarias). Finalmente, los esfuerzos fueron recompensados cuando la cinta se alzó con el premio a mejor director en su estreno en el pasado Festival de Cannes.

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El largometraje se sitúa inicialmente en Birmania, en el año 1918. Seguimos a Edward (Gonçalo Waddington), un funcionario británico, conforme huye de un compromiso nupcial de siete años con su prometida, Molly (Crista Alfaiate), a lo largo del mencionado grand tour. Lejos de un domesticado retiro vacacional, Edward encuentra un camino lleno de obstáculos, y pronto comienza a sentir el acecho de una presencia siniestra: ¿serán los poderes agazapados en los restos del declinante imperio británico los que lo persiguen, o su propia conciencia culpable?

Si la sugerente premisa evoca tanto la comedia clásica de Preston Sturges como los exóticos melodramas de Marlene Dietrich con Josef von Sternberg, el estilo también remite a un pretérito cinematográfico: rodada en 16mm, en un blanco y negro lleno de textura, “Grand Tour” cuenta con una prodigiosa dirección de fotografía a seis manos –las de Rui Poça, colaborador habitual, Gui Liang y Sayombhu Mukdeeprom; este último conocido por su trabajo con Apichatpong Weerasethakul– que puebla los decorados visiblemente artificiales en los que se desarrolla parte de la acción con claroscuros y efectos atmosféricos, deudores del citado Sternberg, pero también de Kenji Mizoguchi.

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A diferencia de los directores que homenajea visualmente, Gomes violenta alegremente los límites de la narración convencional, jugando en su lugar con las posibilidades que su universo estético le brinda. Si el filme comienza como un ejercicio de academicismo casi nostálgico, rápidamente se revela más cercano al pastiche; “Grand Tour” es una obra camaleónica, capaz de cambiar de género y de formato en cualquier momento. En este sentido, uno de los experimentos más satisfactorios del filme es su hibridación de ficción y documental: en ocasiones vemos metraje filmado por Gomes durante su viaje inicial, el cual es hilvanado con la trama principal mediante una narración en off, en una suerte de palimpsesto audiovisual cuyo máximo referente es el “Sans soleil” (1983) de Chris Marker, pero que a la vez recuerda a la notable “La última vez que vi Macao” (2012), de los también portugueses João Rui Guerra da Mata y João Pedro Rodrigues.

Pasado el ecuador de la película, y coincidiendo con un cambio de perspectiva en la narración, la forma se estabiliza en unos códigos más familiares. Es una lástima, pues, que para ese punto el argumento se reduzca a un desfile de clichés folletinescos –autoconscientes, sí, pero no por ello más sustanciosos– revestidos por una reflexión sobre el colonialismo europeo más bien dispersa. Una vez terminado el viaje, conforme el asombro producido por los trucos de Gomes se disipa, se hace patente la escasa profundidad con que el cineasta ha abordado esta historia de aventuras sobre la muerte de la aventura. ∎

Siento Asia llamando.
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