“Halston”: luces y sombras de las producciones de Ryan Murphy.
“Halston”: luces y sombras de las producciones de Ryan Murphy.

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“Halston” o nuestros problemas con Ryan Murphy

“Halston” es la prueba definitiva de que existen todo un conjunto de problemáticas alrededor de Ryan Murphy que no podemos seguir eludiendo… ¿Hasta qué punto podemos considerarlo “autor” de todas las ficciones que se le asocian? Y, sobre todo, ¿se están convirtiendo sus logros iniciales en un peligro potencial para su futuro artístico?

Juguemos a un juego. A ver si sois capaces de resolver este interrogante: de todas las ficciones audiovisuales que han aterrizado en el imaginario colectivo con la etiqueta de “lo nuevo de Ryan Murphy”, ¿de cuántas es realmente autor este hombre? Un, dos, tres… ¡Responda otra vez! “Glee” (2009-2015) es una serie creada por Ryan Murphy junto con Brad Falchuk e Ian Brennan, con quienes también comparte la autoría de “The Politician” (2019-). En “American Horror Story” (2011-), Murphy vuelve a compartir créditos con Brad Falchuk, mientras que en “Hollywood” (2020) los comparte con Brennan. “American Crime Story” fue creada por Scott Alexander y Larry Karaszewki y, en un inicio, Murphy se limitó a la producción. “Feud” (2017) es una cocreación de Murphy, Jaffe Cohen y Michael Zam. En “Pose” (2018-2020), vuelve a repetir con Falchuk y suma a Steven Canals. “Ratched” es directamente de Evan Romansky, aunque Murphy acaparase el foco como responsable de “desarrollar” el proyecto…

Y, finalmente, “Halston” (Netflix, 2021), que no es “lo nuevo de Ryan Murphy”, sino una miniserie creada por Sharr Whitte en la que Murphy interviene en la producción y en la escritura del guion. Sin entrar aquí en el eterno debate “cahierista” de la política de los autores y qué significa (y qué no) ser un “autor”, jugar a este juego resulta más elocuente todavía ahora que “Halston” nos explica la historia de un diseñador de moda que, fundamentalmente, vio cómo la industria le arrebataba la propiedad de su nombre.

Roy Halston

En un alarde de valentía narrativa (muy “murphyniana”, todo sea dicho), la serie ventila en sus primeros cinco minutos el ascenso y caída de Roy Halston, encarnado por Ewan McGregor. O, por lo menos, su primer ciclo de auge y decadencia. Y es que el diseñador vivió su ascensión a la fama cuando, en 1961, Jackie Kennedy lució su icónico sombrero pillbox y las mujeres americanas se lanzaron en bandada a comprar este accesorio. Haber rozado la gloria y la eternidad con la punta de los dedos hizo que Halston afinara su visión comercial y se adaptara a las necesidades de la época: su intención era afianzar una alta costura norteamericana capaz de sostenerle la mirada a la haute couture francesa. Su éxito en este empeño quedó especialmente claro en la mítica Batalla de Versalles de 1973: una velada que enfrentó a cinco diseñadores franceses –Pierre Cardin, Hubert de Givenchy, Emanuel Ungaro, Marc Bohan (como director creativo de Dior), Yves Saint Laurent– contra cinco diseñadores yanquis (Halston, Bill Blass, Stephen Burrows, Anne Klein, Oscar de la Renta)… y que los americanos ganaron por goleada.

También en 1973, el diseñador firmó un contrató con Norton Simon Industries y arrancó a andar por la dificultosa senda de un modelo de negocio que acabaría imponiéndose como canon en el mundo de la moda. Este modelo, que otros diseñadores también estaban explorando internacionalmente (Cardin, por ejemplo), combinaba la producción en masa y la estampación de la firma de la marca sobre productos de consumo a priori ajenos a la esfera “fashionista”. Halston produjo lencería, ropa para hombre, maletas, sábanas e incluso uniformes para la Policía de Nueva York y para compañías de aviación. También una línea de ropa asequible para JCPenney, que sería el equivalente estadounidense a Carrefour. Era, en definitiva, una jugarreta comercial en la que un precepto artístico (la aspiracionalidad etérea de la moda) lubricaba la venta de productos fabricados a escala masiva.

Halston y Liza Minnelli, interpretados en la ficción por Ewan McGregor y Krysta Rodriguez.
Halston y Liza Minnelli, interpretados en la ficción por Ewan McGregor y Krysta Rodriguez.

La relación de Halston y Norton Simon, sin embargo, acabó siendo insostenible. El diseñador se negó a ceder ante las presiones de su socio para que estampara su firma en diseños que no eran suyos (lo que debería haber acelerado los procesos de producción). E, incapaz de cumplir con los objetivos draconianos de Simon, Halston acabó estampando su firma en algo muy diferente: un contrato en el que, fundamentalmente, perdía el control sobre su nombre. A partir de entonces, Norton Simon era poseedor de la firma de Halston y podía lanzar lo que quisiera con ella, mientras que el diseñador no estaba habilitado para producir nada sin el consentimiento de su socio (un consentimiento que ya estaba blindado en el “no” más tajante).

Ahí está el corazón de la historia que narra “Halston”: la lucha del David artístico contra el Goliat industrial. La serie, sin embargo, nunca acaba de centrarse en este tema y planea por encima de él a la vez que picotea en otras temáticas potenciales que, sorprendentemente, tampoco acaban de afinarse. La biografía del diseñador daría perfectamente para un relato posmoderno sobre la construcción de la identidad artística en unos tiempos en los que el ego se ve fragmentado tanto por la industria como por los cantos de sirena de la fama (tras el beneplácito de Jackie Kennedy, Halston se rodeó de personalidades bigger than life, como la de Liza Minnelli, y fue parte intrínseca de la revolución hedonista que supuso Studio 54). De nuevo, sin embargo, “lo nuevo de Ryan Murphy” se queda en las migajas de lo que en otras manos habría sido un festín magistral.

Las posibles temáticas siguen y siguen amontonándose unas encima de otras. “Halston” podría ser un relato sobre cómo el sida se llevó por delante a toda una generación gay, pero la puerta hacia esta posibilidad se cierra con la propia actitud del diseñador (“Halston no puede tener sida. Diremos que es cáncer”, murmura abstraído cuando la doctora deja caer el diagnóstico). Podría ser una exploración sobre la fijación edípica del artista con su madre, a la que regalaba sombreros para evadirse de la presencia de un padre maltratador; pero el personaje materno aparece tan solo en dos ocasiones: en el primer episodio y cuando Roy se derrumba ante la noticia de su muerte. Podría ser un descenso a los infiernos de las adicciones al sexo y las drogas, pero está rodado con un embelesamiento que aniquila cualquier tipo de autocrítica. Incluso podría seguir la estela de su versión de “Los chicos de la banda” (2020), que también se vendió como “lo nuevo de Ryan Murphy” cuando en realidad era una película dirigida por Joe Mantello, y dibujar un retrato de la peculiar concepción homosexual de la amistad, pero incluso ahí se queda a medio gas.

El problema de Ryan Murphy

Dicho de otra forma: “Halston” toca muchos palos… pero los toca de forma superficial. La serie acaba embarrándose en una fascinación por la superficie, el sexo, las drogas, la fama, la fiesta, el cancaneo, los cuerpos bellos, el estatus social, las relaciones tormentosas, el triunfo y la autodestrucción. Y todo esto explicado de forma esquemática y vaga, es precisamente el esqueleto de una imagen contra la que la comunidad gay lleva luchando desde hace varias décadas. Algo que resulta más preocupante todavía si tenemos en cuenta que Ryan Murphy se ha convertido en una de las voces más poderosas y (presuntamente) legítimas de la comunidad LGTBIQ+ actual.

“Pose”, una reescritura en tecnicolor de la era del sida.
“Pose”, una reescritura en tecnicolor de la era del sida.

Es normal: hasta hace poco, todos lo que venía firmado con el sello de Murphy ostentaba, efectivamente, una voluntad rupturista: “Glee” glorificó al outsider, “Feud” visibilizó varios referentes ocultos de la comunidad gay… Y, sobre todo, “Pose” y “Hollywood” supusieron una acción interventiva de justicia histórica: ambas ficciones ignoran la historia oficial para ofrecer la historia soñada que le fue escamoteada a la comunidad LGTBIQ+. La primera reescribe la era del sida en tecnicolor y la vacía de suciedad y sufrimiento, mientras que la segunda extirpa al Hollywood clásico de su componente homófobo y racista para ofrecer una realidad paralela particularmente placentera. Si le permitimos a Tarantino asesinar a Hitler, ¿por qué no íbamos a permitirle estos desbarres a Murphy?

El problema viene cuando las ficciones “murphynianas” empiezan a celebrar más la superficie que el fondo. “Pose”, con todos sus logros, no deja de perturbar por su capacidad para seguir esquivando la realidad a la hora de poblar la pandemia del sida con historias de triunfalismo físico (todo el mundo es guapo y luce sanísimo) y socioeconómico (incluso las mujeres trans lo petan con negocios a gran escala a principios de los años 90). “Hollywood” rompe una lanza a favor de la inclusividad étnica, pero lo hace dejando claro que está bien que seas de cualquier etnia siempre que tengas un cuerpo cañón y una sonrisa hollywoodiense. Y lo de “Halston” ya ha sido ampliamente analizado en este texto…

Todo esto coincide con un momento en el que “lo nuevo de Ryan Murphy” empieza a ser una firma tan dudosa como la de “el nuevo diseño de Halston”. ¿Hasta dónde cala su implicación en todas estas ficciones? ¿Hasta qué punto es responsable de sus problemáticas? La conquista inicial de Murphy, que no es otra que dar una visibilidad masiva al colectivo queer, puede convertirse en el principal peligro de su futuro artístico si no se esfuerza en traspasar la superficie y mostrar una visión más vertical que horizontal. Pero Ryan tiene algo a su favor: que se sepa, todavía no ha perdido el control sobre su nombre. A partir de este momento, se despliegan dos caminos posibles: seguir en su fiesta egotista particular o abandonar la producción en masa, replegarse y centrarse en sus logros. Que no son pocos. Y que eran, son y serán necesarios para la comunidad LGTBIQ+. ∎

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