Lo que destaca de las últimas premios Nobel de literatura es la voz tan única y personal de sus ganadoras. Es facilísimo reconocer un texto de Olga Torkarczuk, así como lo es también reconocer uno de Annie Ernaux. Nadie las confundiría nunca. Como tampoco lo harían con un poema de Louise Glück y muchísimo menos con una novela de la autora que ahora nos ocupa, Han Kang (Gwangju, 1970). Todas son mujeres, pero todas son mujeres a su manera, con sus propios demonios, obsesiones, estilos, símbolos, delirios y deseos. En serio, parece que haya mil formas de ser mujer y escritora y solo una de ser hombre y escritor.
La última novela de Kang que llega a nuestras librerías es “Imposible decir adiós” (2021; Random House, 2024; traducción de Sunme Yoon), y en ella recupera todos los elementos que la han convertido en una de las Nobel más merecidas de los últimos años. Está el sueño como motor de la narración, de la mezcla de lo onírico e irracional con la vida real y sus devastadoras consecuencias, de la nieve y los motivos atmosféricos como descriptores de las tormentas interiores de los personajes y unos protagonistas perdidos a la deriva en la historia. Esto estaba en “La vegetariana” (2007) y está también en “Imposible decir adiós”.
Dicen que todos los escritores siempre escriben la misma novela. Sea cierto o no, lo único que importa es si esa única novela que intentan escribir es buena o no, y en el caso de Kang es sencillamente buenísima. En esta ocasión, la narradora surcoreana nos presenta a Gyeongha, una escritora en plena crisis que siente tanta pesadez vital que hasta le es imposible escribir su testamento. En este estado recibirá un extraño mensaje de una vieja amiga, Inseon, y tendrá que correr a socorrerla comenzado un viaje introspectivo y épico a la vez en donde la historia de lo personal y lo social se confundirán para siempre.
Gyeongha, una especie de alter ego de Kang, está obsesionada con la matanza de Gwangju, un brutal episodio de represión militar que acabó con la muerte de centenares de manifestantes prodemocracia y que ella ha intentado abordar desde diferentes perspectivas creativas. Kang ya habló de la masacre en su libro de 2014 “Actos humanos”, así que parece evidente que el shock de Gyeongha es el mismo que el suyo, y esto hace todavía más impactante la novela.
Nuestra protagonista tendrá que viajar a contrarreloj a la isla, ya que su amiga ha sufrido un accidente y le pide que vaya a su casa y salve a sus cotorras de una muerte segura si nadie va a socorrerlas. Una tormenta de nieve convertirá ese viaje de redescubrimiento en un espacio totalmente desolador y hará que llegar a esta moderna Ítaca se convierta en una historia de fantasmas, de imágenes imposibles de ignorar.
De ahí el título. Es imposible decir adiós a la historia, a la historia personal y a la del mundo, pues esta siempre viaja con nosotros. Por ello es importante enfrentarnos a ella, cueste lo que cueste, aunque nos avergüence, nos humille, nos atemorice o empequeñezca. Aunque nos destroce por completo. Somos todos nuestros pequeños mundos y hemos de enfrentarnos siempre a la imagen que reflejan en el espejo. Kang parece decir que hay que mirar a los ojos al abismo y reconocer por fin que somos el abismo, no somos ajenos a él, y por tanto no nos ha de asustar.
El libro, poético, profético casi, ahonda en los mismos temas que han convertido a Kang en una maestra de la literatura sensible, pausada y profunda. Gyeongha realiza el mismo viaje que deberíamos hacer todos frente a nuestra historia individual y colectiva.
En definitiva, uno de los temas del libro es ¿cuál es el poder del arte?: ¿el de sanar heridas?, ¿el de entretener conciencias?, ¿el de fundar mitos? No, es el de recordarnos que somos de diferentes puntos de vista, múltiples y multiplicados, eternamente presentes. Por tanto es ridículo intentar negar nuestra perseverancia con falsas estratagemas, con tontas novelas que nos dejen bien, con insípidas instalaciones artísticas que embellezcan el horror, con películas que lo vulgaricen o fotografías que sirven para ocultar y no revelar. El arte nunca nos esconde del enfrentamiento, sino que nos fuerza a él. Al menos el buen arte. Y el de Kang es de los mejores. ∎