Al final de “Madame Bovary” (Gustave Flaubert, 1856), Charles Bovary, todavía de luto por la muerte de su mujer, está en un banco con la hija de ambos. En la relación que se establece entre padre e hija ves claramente que la niña tratará al desgraciado de Bovary con el mismo desprecio que su mujer y también se aprovechará de su pasiva bondad. La historia del hombre mediocre arrasado por la mujer soñadora volverá a repetirse.
Roland Baines, el protagonista de “Lecciones” (“Lessons”, 2022; Anagrama 2023; traducción de Eduardo Iriarte), la última novela de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948), no es más que otro Charles Bovary, un hombre sin atributos, incapaz de aprender nada de la vida y que se limita a dejarse arrastrar por el devenir de los tiempos. Si Flaubert nos dejaba entrar en la mente y el corazón de una mujer caprichosa, soñadora y quijotesca en cuestiones de amor, McEwan nos deja entrar con sumo detalle en la mente y corazón de un hombre mediocre, sin emociones exacerbadas y de pasividad desconcertante.
La historia arranca como si del mismísimo “Moderato cantabile” (1958) de Marguerite Duras se tratara. Roland tiene 14 años y está en un internado en una clase de piano. Nuestro protagonista no es alguien muy dotado y le cuesta concentrarse. La profesora se muestra exigente y severa. Sin venir a cuento, al final de la clase la mujer le pellizcará en la entrepierna y aquí arrancará una extraña relación entre los dos que derivará en un traumático despertar sexual.
¿Qué ocurrió realmente? ¿Qué lecciones sacar del incidente? ¿Fue una aberración, una loca historia de amor o una anécdota intrascendente? Roland tendrá toda una vida para reflexionar sobre el tema y nosotros con él, ya sea en los sesenta y la crisis de los misiles de Cuba, en los ochenta y Chernóbil, en los 2000 y las Torres Gemelas o en la actualidad en época de pandemia. “¿Somos hijos de nuestro tiempo?”, se pregunta McEwan, y la respuesta parece ser “NO”, pues Roland Baines vive ajeno a todo y a todos, pasmado ante su propia circunstancia. No es más que un personaje pasivo-agresivo en la estela de los Frank Bascombe –de Richard Ford– o William Stoner –de John Williams–, pero sin la poética de la derrota que trasudan estos.
La Madame Bovary de la novela es Alissa, la esposa de Roland, que abandonará a su marido y a su recién nacido para convertirse en la mejor escritora del mundo. Si Madame Bovary nunca cumplió sus sueños, aquí la mujer contemporánea los cumple todos. Y, al parecer, cumplirlos o no es intrascendente.
Los tiempos cambian, claro, y McEwan no se ha atrevido a describir a una mujer caprichosa deslumbrada por el amor, sino a una mujer ambiciosa con la necesidad de explotar todo su talento y no convertirse en su triste madre. Del sueño del amor romántico se pasa al sueño de la autorrealización, y los dos son claramente mirajes absurdos. Los tiempos cambian, repito, pero la novela llega a la conclusión de que lo único que cambia es el color y la forma de los pantalones. McEwan es un gran escéptico. Eso sí, se nota que tanto “Madame Bovary” como estas “Lecciones” las han creado hombres, porque las dos mujeres son descritas como personajes terribles.
La novela cubre toda una vida. McEwan, como buen representante del llamado dream team inglés, es un amante del gusto por el detallismo psicológico henryjamesiano. De esta forma, describe a nuestro protagonista y a todos los personajes satélite que gravitan alrededor con suma penetración. Demasiada. El relato tiene tanta profundidad psicológica que acaba por ahogar a los personajes. “Prosa generosa”, dicen los que no se atreven a criticar a los maestros, y McEwan lo es. La escritura es deliciosa, por supuesto, pero tan abigarrada y digresiva que acaba por transmitir tedio.
En todo caso, nadie puede negar la ambición de McEwan. Ha querido marcar a fuego a los hombres de su generación, los nacidos a la sombra de la Segunda Guerra Mundial. Lástima que para ello haya decidido usar un personaje sin corazón, puesto que la narración ha quedado irremediablemente así, sin corazón. Todavía no tenemos a la “Madame Bovary” masculina. Seguiremos buscando. ∎