El asesinato de la moral. La ficción contemporánea se ha alimentado con insistencia del saqueo emocional del mundo moderno con personajes al borde de la quiebra ética. En su ajuste de cuentas con el 1%, o el 10%, los (anti)héroes han vuelto a pedir paso en el entramado audiovisual. Si en “Succession” (Jesse Amstrong, 2018-2023) las hienas se impacientaban alrededor del trono del infame patriarca, sus aprendices londinenses de “Industry” (2020-) se daban dentelladas en búsqueda de bonus millonarios y estatus y reconocimiento que no a todos les llegaba por línea sanguínea.
Siempre se vio a los lobos de la City como la respuesta inglesa al serial de Jesse Armstrong pero sin las repercusiones ni los parabienes de aquella. Muerto el padre (o sacado de la ecuación), parece que esos aspirantes a vendedores de almas, capaces de cualquier tropelía para subir en el ascensor social, han dado un empujón tremendo en su tercera temporada. Harper, Yas, Robert, Eric y compañía han crecido exponencialmente con la última tanda de capítulos.
Una última temporada que ha planteado su ejecución dramática en tres ejes: un parricidio, el lanzamiento a bolsa de esa compañía greenwashing liderada por un cabronazo emprendedor (interpretado con solvencia por Kit Harington) y las turbulencias financieras de un Pierpoint en el precipicio de Lehman. Pero el brillo ha llegado desde las inclemencias dramáticas personales que han ido fatigando a los personajes, con episodios centrados en sus arcos –casi siempre, aunque no todos, de signo negativo–. De hecho, si “Succession” impedía a veces el agarre empático con sus personajes –en buena medida por su misantropía absoluta, aunque con el tiempo los mostrará vulnerables–, la serie de Mickey Down y Konrad Kay siempre ha sido algo más compasiva con su camada. De entrada porque casi ninguno de ellos tiene blindado el accésit al lujo. Su desfachatez, promovida por la avaricia y la ambición, no deja de ser un rasgo que refleja el espíritu individualista y atroz del tardocapitalismo. Pero en el fondo sus guionistas y responsables juegan con la idea de un posible retorno. Todos quieren salvar el pellejo en esta temporada y eliminar de paso a sus rivales directos, pero aún bajo un atisbo de esperanza, el de salir algún día de la negrura de esos entornos vacíos de humanidad. Robert parece ahora mismo el mejor posicionado. Es él quien protagoniza un arco positivo en uno de los capítulos más memorables de la serie, el cuarto, cuando se da cuenta de que no es más que un peón del capitalismo más feroz. No se queda atrás el episodio centrado en un Rishi viviendo su particular jornada de “Diamantes en bruto” (Josh y Ben Safdie, 2019). O las idas y venidas entre Yasmin y Harper (quien alejada de Pierpoint parece haber perdido cuota de pantalla pero no incidencia dramática), que alcanzan su culmen en una violenta secuencia verbal del episodio seis, el capítulo que resuelve uno de los leit motiv de la temporada.
“Industry” ha seguido acotando con acierto y realismo esos entornos privilegiados pero abominables por los que se mueven estos individuos. Con una jerga incomprensible, atacados por operaciones bursátiles que solo interesan (y entienden) empleados de Goldman Sachs pasados de tusi, la serie ha mantenido su recorrido vertiginoso. Asimismo, ha definido mejor su pertinente retrato de unos personajes caminando peligrosamente por el alambre de un éxito representado por una irrevocable huida del capital ético a medida que crecen los ceros en la cuenta corriente.
Muchos daban por agotado el cóctel de sexo, drogas, carnaza emocional y degüellos inmisericordes con la segunda temporada, pero esta tercera ha demostrado que hay caudal para seguir destripando las miserias del mundo bursátil y empresarial. Así lo demuestra su renovación para una cuarta. Seguiremos disfrutando y sufriendo con las grescas entre ricos, siervos y aspirantes a nuevos ricos. ∎