Libro

James Ellroy

PerfidiaLiteratura Random House, 2015
Si tuviese un lanzallamas a mano, seguro que ya hubiese calcinado la mitad del condado de Orange, pero, en vez de eso, James Ellroy (Los Ángeles, 1948) se ha propuesto arrearle una nueva dentellada al lector para dejarlo ahí, inmovilizado y aturdido, hasta que caiga el telón de “Perfidia” (“Perfidia”, 2014; Literatura Random House, 2015), la última y delirante prueba de que existe la novela policial y el thriller histórico y luego, dos o doscientos pasos por delante, lo que hace el autor estadounidense.

Porque “Perfidia” lo tiene todo para ser una novela demencial, un imbricado laberinto de personajes convertidos en carne de precuela –aquí están, más jóvenes y algo más maleables, muchos de los nombres que desfilan por “L.A. Confidential” (1990) y “Jazz blanco” (1992)– formando un infranqueable cordón humano alrededor de la corrupción policial, el racismo, los trapicheos a cualquier escala imaginable, la conspiración política y, en fin, los celos bien mezclados y agitados con tragos largos y vaharadas de opio.

Una desmedida y monumental lección de historia de la perversidad con la que Ellroy regresa a Los Ángeles, su cielo e infierno particular, para recrear los veinte días que siguen al bombardeo japonés de Pearl Harbour. Una cicatriz en la memoria estadounidense que el autor de “Mis rincones oscuros” (1996) emponzoña un poco más desatando una oleada de paranoia racista y abriendo en canal a una familia japonesa antes incluso de que explosione la bomba.

Una trama compleja y absorbente que, siempre servida entre latigazos y punzadas, como si Ellroy no necesitase más que un picahielos para dar forma a sus historias, ayuda lo suyo, sí, aunque el gran tesoro de “Perfidia” está en sus protagonistas; los Dudley Smith, Lee Blanchard, Kay Lake –su diario es de lo mejorcito del libro– y Hideo Ashida que atraviesan Los Ángeles soltando chispas y chocando los unos con los otros. Unos personajes tan espléndidos que hay que volver una y otra vez al libro para asegurarse de que siguen ahí, de que no han salido por patas y se están emborrachando en el bar de la esquina o le han abierto la crisma al camarero chino del barrio tras confundirlo con un japonés. Unos personajes rodeados de maldad y, claro, perfidia, que no acabaron de tomar el timón de la farragosa “Sangre vagabunda” (2009), despedida y cierre de la Trilogía Americana, pero que se transforman aquí en gloriosos confidentes de un Ellroy en estado de gracia. Lo dicho: soberbia y monumental. ∎

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