Libro

James Salter

No guardar nadaSalamandra, 2025

Existe una tendencia algo morbosa por publicar absolutamente todo lo que escriben los grandes autores. El norteamericano James Salter (1925-2015), un escritor nada prolífico, es un claro ejemplo. A falta de más novelas y relatos, todo vale: cartas, notas, diarios, lo que sea. Incluso artículos diseminados en diferentes publicaciones a lo largo de los años. Puede que su valor estuviese en su carácter efímero, pero y qué. Hay que recuperarlos. ¿Para qué? Nadie lo sabe.

Ese es el caso de “No guardar nada” (“Don’t Save Anything”, 2017; Salamandra, 2025; traducción de Aurora Echevarría), libro que reúne escritos de Salter sobre literatura y vida publicadas en periódicos y revistas a lo largo de cuatro décadas. Nunca un título representó tan bien el contenido de un libro. Los admiradores del autor de “Años luz” (1975) estarán de enhorabuena. Porque todo fanático está predispuestos a leer cualquier cosa de su escritor favorito, por leve y anecdótico que sea. Está claro, “no guardar nada”.

En el libro, Salter se nos presenta como un escritor concienzudo, virtuoso, con gusto por la anécdota, tanto ajena como personal, pero sin gran capacidad de penetración en los temas que abre. Esto se ve sobre todo en la primera parte del libro, la dedicada a la literatura y a los perfiles de escritores. Arranca siempre en primera persona, y eso está bien, poniéndose frente a frente al escritor de turno a partir de un hecho que le ocurrió a él. Luego los presenta de forma algo superficial, más intrigado por su peripecia vital que por la comprensión de su estilo o pulsión narrativa. En este sentido, habla de D’Annunzio, por ejemplo, como lo haría un tiktoker, más interesado en contar sus batallas amorosas y destrezas en la cama que en sus poemas o escritos narrativos. Vivimos en la era de la parte por el todo, o lo que es lo mismo, la anécdota por la vida. El texto de Salter, por tanto, parece dar valor al escritor más por sus amantes que por sus libros.

Lo que deja claro el libro es que Salter es por encima de todo narrador, y cuando narra es maravilloso. Su valor se multiplica. Por ejemplo, las anécdotas que explica de los escritores no tienen profundidad, pero cuando habla de sí mismo esas anécdotas cogen tanta energía que parecen auténticas supernovas. Su recreación de cómo estuvo a punto de morir dos veces en un avión de combate sí que tiene eco y las palabras reverberan hasta acompañarte mucho después de leerlas.

La mejor parte del libro es la titulada “Hombres y mujeres”. En ella vemos al autor de “Años luz” y “Todo lo que hay” (2013) en todo su esplendor, al extraordinario analista de las dinámicas relacionales burguesas y sus ansias de sexo y amor, sus equilibrios entre deseo y frustración, pasión y decepción, y la ansiedad contemporánea que genera no conseguir lo que uno quiere. Salter es un maestro de la frase corta y certera, del golpe seco, de la lírica de los espacios reducidos y los primerísimos primeros planos. Si Hemingway decía que hay que narrar solo dejando ver la punta del iceberg, Salter parece dinamitar el agua levantándola en el aire y dejándonos ver todas las miserias ocultas. Son textos breves pero brillantes y llenos de luz.

El resto del libro, como cualquier texto de miscelánea, es irregular y depende de hasta qué punto te interese el tema del que habla. Te aburre cuando habla de generales del ejército y te divierte cuando habla de su vida. Es apasionado cuando narra desde sus experiencias y es algo más latoso cuando es más periodístico. Porque Michael Jordan era un gran deportista, quizá el mejor de todos los tiempos, pero que fuera un gran deportista no lo convertía de forma innata en un gran nadador, o atleta o boxeador. No hay que confundirse. Era un gran baloncestista, y lo demás, pues se le daría mejor o peor, pero nada extraordinario. Solo tenía sentido ir a ver a Jordan a un campo de béisbol porque era Jordan, no por el béisbol. Aplíquese eso a Salter. ∎

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