Hay autores que, de forma puntual o de manera más elaborada, han fabricado otras identidades tras las que se han escondido para realizar determinadas obras. Los heterónimos de Fernando Pessoa, por ejemplo. John Carpenter firmó el guion de su película “Están vivos” (1988) como Frank Armitage, apellido tomado del protagonista de una novela de H. P. Lovecraft, “El horror de Dunwich” (1929). Para alimentar el equívoco, Carpenter inventó una biografía falsa del tal Armitage y la dejó caer en las notas de prensa y en varios textos. Internet era entonces una herramienta incipiente. Hoy, con las redes sociales y las páginas web, este tipo de felices maquinaciones artísticas, de engaños y autosuplantaciones, puede resultar muchísimo más convincente.
De esta idea surge “El enigma Pertierra”, elaborada fantasía sobre un dibujante español que nunca existió. Debemos recalar antes en “El silencio se mueve” (2010), uno de los últimos libros del novelista y guionista bilbaíno Fernando Marías (1958-2022). No solo gira en torno al enigmático dibujante llamado Joaquín Pertierra, sino que el libro incluye varios bocetos de este ilustrador y un cómic interior de treinta y dos páginas titulado igual que la novela, formulado como un relato autobiográfico que el artista lega a su hijo. Al publicarse el libro, apareció un blog en internet dedicado a Pertierra con supuestos dibujos originales, portadas de novelas y recortes de prensa. Se convirtió entonces en alguien real, objeto de culto fantasmático. El juego fue llevado al límite: los bocetos y el cómic insertado en la novela son de Javier Olivares, pero este se mantuvo en el anonimato. En los créditos puede leerse “Asesor gráfico: Javier Olivares. Cómic: Joaquín Pertierra”. Olivares es amante de este tipo de experimentos especulares: la adaptación que ha realizado con el guionista Santiago García de “La guerra de los mundos” (2022) le da la vuelta al texto de H. G. Wells y convierte a los violentos humanos en invasores de un pacífico planeta alienígena.
Poco importó entonces –y ahora– que el estilo del supuesto Pertierra fuera tan parecido al de alguien tan real como Olivares, aunque bien es verdad que entonces, en 2010, aún no había publicado con García las obras que lo han encumbrado, “Las meninas” (2014) y “La cólera” (2020). “El enigma Pertierra” compila en cuidada edición todo el material en el que Olivares fue Pertierra, o Pertierra iluminó a Olivares pese a su inexistencia. Están el cómic “El silencio se mueve”, aunque con una página menos que en la novela de Marías y con el color ligeramente realzado; una preciosa historieta corta titulada “El silencio de un hombre. Pertierra en París”, en la que se cuenta la relación entre el dibujante imaginario y el cineasta Jean-Pierre Melville en el París de 1968, y todo el ingente y evocador material que Olivares creó y desperdigó por internet para hacer más creíble, más buscado, más mítico, a Pertierra: portadas de novelas de Jack London, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Gustavo Adolfo Bécquer, Chester Himes, Georges Simenon o Ray Bradbury, algunas de ellas imitando el estilo de colecciones ya existentes; cubiertas de discos de jazz y música clásica y de revistas de diseño, ciencia o pulp; unas ilustraciones sobre el Capitán Nemo de Jules Verne; bocetos preparatorios y dibujos terminados que se utilizaron para las exposiciones que llegaron a hacerse en diversas ciudades españolas sobre Joaquín Pertierra. El cómic complementa y engrandece el proyecto literario original de Marías. Lo único que no aparece en “El enigma Pertierra” son los dibujos “estudiadamente” apresurados, y hechos en hojas cuadriculadas arrancadas de un cuaderno, que jalonan las páginas de “El silencio se mueve”, así como una ilustración de Pertierra para su hijo que es en realidad una prueba para la portada falsa de “La llamada de lo salvaje” (1903), de London.
Quizá “El enigma Pertierra” destroce la falsa ilusión que alguien pudiera tener aún sobre Joaquín Pertierra. Pero, en el fondo, trazado con tanto ingenio a partir del creíble y tan sugerente sistema estético de Olivares, el precioso equívoco puede seguir existiendo. ∎