Un tipo más largo que un día sin pan (no en vano lo llaman Largo Reina) acude a una funeraria (que también es un bazar chino) para probar un dispositivo que permite al usuario simular una experiencia post mortem con la esperanza de volver a ver a su novia fallecida. Así arranca “El designio” (2024), con la marcha puesta en Philip K. Dick. No será el único santo protector de este artefacto fuera de su tiempo orquestado por Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965) y Laura Pérez Vernetti (Barcelona, 1958), pareja artística improbable que, en realidad, solo ha tardado demasiado tiempo en juntarse. Que Pérez Andújar, un escritor que ama profundamente los tebeos, nunca hubiera escrito uno en toda su carrera era un elemento extraño en su bibliografía. Con “El designio” se ha quitado la espinita, y de qué manera. Gozoso y arrabalero (tanto por el compadreo en las peñas flamencas como por el Grupo Pánico), el de Sant Adrià construye un folletín plagado de referencias pop con diálogos vacilones marca de la casa, entre el juego de palabras tontorrón (¿cuántos chistes se pueden hacer usando la palabra “lanza”?) y la sentencia sublime (sobre un triste peluco dorado de dudoso origen, “por dentro es de una riqueza incalculable. El tiempo es oro”).
El texto juguetón de Pérez Andújar le ofrece a Vernetti un marco mental, más que físico. La Barcelona de “El designio” –como la de “La noche fenomenal” de Pérez Andújar (Anagrama, 2019)– está aquí y está allá, habitando un espacio liminal que la dibujante de “El toro blanco” (La Cúpula, 1989) está acostumbrada a frecuentar en sus escarceos poéticos con Arrabal (Fernando), ya lo advertimos antes, o Luis Alberto de Cuenca. Su blanco y negro de poso xilográfico casa bien con los estrafalarios personajes que pueblan el tebeo, desde el ya mencionado Largo pasando por el exorcista padre Elías, la manca Pat, Goyo el enano o la muerta Maravillas (Valle Inclán estaría orgulloso de semejante reparto, desde luego). Sabedor de los puntos fuertes de su compañera de viaje, Pérez Andújar ofrece a Vernetti un par de secuencias donde lucirse: un retablo con la vida de Santo Tomás y unas aleluyas de gustillo medieval que sirven al lector como florido resumen de lo acontecido en el relato.
Decididamente raro y alambicado, poco complaciente pero traviesillo, quizá “El designio” no sea un tebeo para todos los públicos pero, a estas alturas de la película, lo cierto es que eso es lo menos que se le puede pedir a cualquier obra que aspire a ser algo más que la siguiente novedad en el catálogo editorial. ∎