La muerte de un niño es, sin lugar a duda, uno de los acontecimientos más dolorosos que pueden golpear a una familia. Es difícil imaginar qué se siente si no se ha vivido, como también lo es alcanzar a entender qué supone volver a ello en una obra artística, aunque sea más de cuarenta años después, como es el caso de “El hermano pequeño” (2022; Norma, 2024). JeanLouis Tripp (Montauban, 1958) ya había practicado lo autobiográfico en “Extases” (Casterman, 2017-2020), aunque es más conocido por colaborar con Régis Loisel (Saint-Maixent-l’Ecole, 1954) en “Magasin Général” (Casterman, 2006-2014; Norma Editorial, 2007-2015). En su obra más reciente se sumerge de lleno, sin reservas y sin distancia de seguridad, en la muerte de Gilles, su hermano de 11 años, víctima de un conductor imprudente durante unas vacaciones familiares en el verano de 1976.
Narrado desde el presente, pero con la facultad de transportarnos a aquel momento, el relato no escatima en detalles recuperados de una memoria familiar a veces no fiable, distorsionada en el mismo momento de los hechos por el tremendo shock, pero, también, por el paso de los años. Así, asistimos al accidente, al traslado al hospital, al anuncio insensible del fallecimiento –a la manera de los médicos de los años setenta–, al velatorio, al entierro y al juicio. Tripp se centra en la manifestación del dolor, especialmente durante el velatorio, en el que abundan las grandes viñetas con primeros planos de él y los miembros de su familia llorando la pérdida. Desde un punto de vista estrictamente formal, seguramente resulte excesivo porque acaba provocando el efecto contrario: una cierta desensibilización por sobreexposición. Sin embargo, no sería justo juzgar la obra por ello, porque también resulta evidente que para el autor la catarsis es más importante que ese posible efecto. Por eso tampoco puede evitarse cierta sensación incómoda de ser un voyeur que se asoma a momentos de una intimidad sagrada. La obra se construye desde el deseo –la necesidad, más bien– de contar lo que, durante décadas, ha llevado dentro. Tripp necesitaba dibujar esas páginas, expurgar no solo el relato de aquel accidente, sino también, y sobre todo, las imágenes.
Es ahí donde la obra ofrece más puntos de interés. Es cierto que una mayor variedad de recursos compositivos o metáforas visuales habría enriquecido el resultado final, pero la crudeza y sinceridad que destilan sus páginas, construidas desde un cierto clasicismo, se imponen a sus carencias. El uso de los grises, con algunos toques de color de valor expresivo y emocional, contrasta con otras páginas en color ambientadas en el presente. Nos traslada al terreno de los recuerdos. La recurrencia obsesiva de Tripp al instante en el que la mano de su hermano Gilles es arrancada de la suya por causa del choque con el coche representa el trauma y evidencia que nuestra memoria está hecha, principalmente, de imágenes. Resulta también muy interesante cómo en momentos puntuales el autor emplea el dibujo para representar lo no sucedido, lo que podría haber dicho o hecho justo antes del accidente, o cómo podría haber consolado a su otro hermano en determinado momento del presente. Demuestra, así, el poder restitutivo y sanador que el dibujo puede tener como forma de experimentar simbólicamente lo que no existió. Pero también resulta muy significativo que, en el contexto de lo que es, en esencia, una gran representación del pasado, se omita recrear un elemento visual: el dibujo que el autor introdujo en el nicho de su hermano. Ese dibujo quedó ahí, y no debe ser revelado.
Parece bastante probable que Tripp tuviera todas estas facultades del dibujo muy presentes durante la realización del cómic, e incluso que fueran el motor de su realización. En cualquier caso, la clave para entender “El hermano pequeño” está en percatarse de que no solo es una obra acerca del duelo familiar, sino también, y quizá sobre todo, acerca de la culpa. Algo que puede ser mucho más doloroso y difícil de aceptar –no importa si, como es el caso, no está justificada– y que solo con el paso del tiempo se puede llegar a confesar y compartir con los demás. De alguna forma, en última instancia es la historia de cómo cada miembro de la familia pudo llegar a perdonarse (o no) a sí mismo, y eso es lo que hace de este cómic una lectura desgarradora. ∎