Cantaron “Blueberry Hill”, y pasaron luego al góspel. “Just A Little Talk With Jesus”, “Lonesome Valley”, “I Shall Not Be Moved” (tras la cual Jerry Lee declaró:
“Vaya, esto es divertidísimo. Me gusta”), “Peace In The Valley” y “Down By The Riverside”. Después de que Elvis imitara breve y sarcásticamente a Hank Snow, volvieron al góspel. “Farther Along”, “Blessed Jesus, Hold My Hand”, “Jericho Road” y “I Just Can’t Make It By Myself”. A esto le sucedió un popurrí de canciones de Bill Monroe de finales de los años cuarenta –“Little Cabin On The Hill”, “The Summer’s Come And Gone”, “I Hear A Sweet Voice Calling”, “Sweetheart, You Done Me Wrong”–, seguidas por una versión del reciente tema de Wynn Stewart, “Keeper Of The Keys”, y unos cuantos compases del nuevo disco de Pat Boone, “Don’t Forbid Me”, canción al final de la cual Elvis comentó que había sido escrita para él, que
“estuvo en mi casa durante siglos, macho. Nunca la vi. Ya sabéis, demasiados trastos tirados por ahí en medio”.
Elvis había oído el disco de Jerry Lee, y cuando este cantó un fragmento de “Crazy Arms”, sonrió y dijo:
–Teníamos sentado ante el piano al hombre equivocado.
–La verdad es que tenía ganas de decírtelo –dijo Jerry Lee sonriendo a su vez y mirando a Elvis a los ojos, clavándole los suyos por un instante, sopesando lo que había detrás y luego rehuyéndolos–. ¡Hazte a un lado!