Libro

Juan Tallón

El mejor del mundoAnagrama, 2024

Si empezamos por donde toca, esto es, por el principio, lo que tenemos es el humor como recién planchado en seco de Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975), un féretro cubierto en pan de oro “para funerales exclusivos” cortesía de Ataúdes Ourense que se exhibe con pompa y circunstancia en Funermex, y un tipo sin escrúpulos al que lo peor que le podía caer encima no es ese apellido que pasea por el mundo como una maldición, como quien exhibe una terrible enfermedad hereditaria. Porque Antonio, el protagonista de “El mejor del mundo”, el Ulises turbio y contrahecho que vuelve a casa después de un viaje bárbaro (en todos los sentidos), se apellida Hitler. Sí, Antonio Hitler.

Si empezamos por el final, en cambio, lo que queda es el pelo enmarañado y revuelto y la sensación de haber emergido de una esas siestas olímpicas que lo dejan a uno desorientado y profundamente amnésico. ¿Qué diablos ha pasado? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay algo en su forma de mirar hacia delante que expresa que su destino es el cambio, que la naturaleza en el fondo de todos los hombres es cambiar, no ser durante mucho tiempo el mismo”, escribe Tallón.

Y eso sirve lo mismo para él, habilidoso funambulista poco dado a quedarse mucho tiempo en el mismo sitio, que para “El mejor del mundo”, novela que en realidad son dos: una primera levantada sobre el costumbrismo familiar, la sátira empresarial y el delicioso tira y afloja de la ambición babilónica, y una segunda derrumbada sobre las realidades alternativas, la fantasía abriendo en canal la vida cotidiana, y la caprichosa forja de la identidad. O, mejor dicho, de las identidades. En plural. Ya lo advierte el epígrafe de la novela, birlado de “El rey Lear” de Shakespeare: “¿Quién me puede decir quién soy?”.

Todo empieza aquí con Antonio Hitler, empresario (al fin) exitoso y heredero de una próspera fábrica de ataúdes que viaja a México para vender su obra maestra, un féretro de lujo para narcotraficantes y multimillonarios manirrotos, y regresa a España convertido en otra persona. Literalmente. En vez de vicepresidente de Ataúdes Ourense, por ejemplo, es director del museo de Bellas Artes de la ciudad gallega. Y su apellido no remite ya a un dictador genocida, sino a un pintor fracasado. Entre ambos mundos, a modo de bisagra, una noche demencial y ultraviolenta en un local clandestino de Ciudad de México y un “viaje alucinante” de DMT, una droga de la que nadie ha oído hablar.

A partir de ahí, la dimensión desconocida y las preguntas, casi todas sin respuesta, en esta novela de final abierto y aleteo constante. ¿Dónde situar los límites entre realidad y ficción? ¿Es posible ser uno mismo hoy en día? ¿Somos todos farsantes en nuestras propia vida, malos actores condenados a repetir una y otra vez el mismo papel? Veníamos, recuerden, de la monumental “Obra maestra” (2022), “mezcla constante de realidad e imaginación” a partir de la asombrosa desaparición de una escultura de Richard Serra de 38 toneladas del Museo Reina Sofía, y por más que “El mejor del mundo” no alcanza el mismo nivel, sí que confirma la maestría de Tallón a la hora de colarse por las grietas del absurdo cotidiano y sacar petróleo de esa extrañeza que puede convertir la más corriente de las vidas en una novela de ciencia ficción.

Al final, le ocurre a “El mejor del mundo” algo parecido a lo que pasaba con “Ocaso y fascinación” (2024), de Eva Baltasar: el cierre es tan desconcertante que uno no sabe muy bien si es una genialidad o una tremenda metedura de pata. Lo más probable es que no sea ni lo uno ni lo otro. ∎

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