Quienes hayan podido asistir a un concierto de Ella Fitzgerald (1917-1996) habrán tenido la ocasión de vivir una experiencia difícil de olvidar. Un acto cultural en toda regla. Cuando llegó a Europa en 1952 ya era una estrella. El empuje que dio al cancionero norteamericano no tiene parangón. Las grabaciones de las composiciones de Cole Porter, Rodgers y Hart, Duke Ellington, Irving Berlin, George e Ira Gershwin, Jerome Kern, Harold Arlen y Johnny Mercer encontraron en ella a la mejor embajadora posible. Y en su voz y su sentido del ritmo, una intérprete de excepción.
“Ella Fitzgerald. La cantante de jazz que transformó la canción norteamericana” (“Becoming Ella Fitzgerald. The Jazz Singer Who Transformed American Song”, 2023; Libros del Kultrum, 2024; traducción de Antonio Jiménez Morato) supone un genuino compendio de diez años de investigaciones llevadas a cabo por la historiadora y musicóloga norteamericana Judith Tick. La ensayista se centra en los ocho álbumes consagrados al cancionero norteamericano, editados por Verve entre 1956 y 1964, remasterizados en 1993 como “The Complete Ella Fitzgerald Song Books” y galardonados con el Grammy en la categoría de mejor grabación histórica. Para estudiar la vida y la obra de Fitzgerald, la autora ha accedido a muchas fuentes afronorteamericanas que en el pasado habían sido desdeñadas, como son los diarios ‘Baltimore Afro-American’ y ‘Chicago Defender’. Este hecho permite tener nuevas perspectivas personales y profesionales de quien sería conocida como “The First Lady Of Jazz”. Tick señala que la vocalista sureña derrumbó cualquier barrera de género, clase o color que conminara a su enclaustramiento.
En el debe de la biografía, notablemente documentada, está el uso intensivo de la literatura gris, que, mezclado con la narración periodística, provoca ralentizaciones en la lectura. En ocasiones, el análisis queda subordinado en favor de los detalles. Más allá de estos inconvenientes, “Ella Fitzgerald. La cantante de jazz que transformó la canción norteamericana” es una obra relevante, con información clarificadora de una mujer que vivía en la carretera –igual que B. B. King y Duke Ellington– y cada noche se subía a un escenario con la misión de agradar a la audiencia, fuera en un club o en un auditorio, al tiempo que lidiaba con su miedo escénico.
El deseo de la joven era bailar; sin embargo, ganaba los concursos de aficionados para cantantes en salas de Harlem como el Apollo y el Savoy Ballroom. Fitzgerald había crecido en la otra punta de Nueva York, en el segregado Yonkers, ahora una ciudad pero entonces un barrio colindante con el Bronx, aunque fuera de las lindes de la gran ciudad. Siendo todavía menor de edad, se convirtió en la voz principal de la orquesta de Chick Webb, que, en un principio, fue reticente a su contratación. El batería consideraba que las vocalistas femeninas empobrecían el jazz.
Más allá de la competencia con coetáneas como Billie Holiday, Sarah Vaughan y Carmen McRae –todas ellas contribuyeron a la era dorada del jazz vocal–, Ella Fitzgerald ya poseía el conocimiento suficiente para dejar una huella permanente. Piezas como “Judy”, “A-Tisket, A-Tasket”, “The Object Of My Affection”, “Goodnight My Love”, “Mack The Knife”, “Let’s Do It (Let’s Fall In Love)”, “Body And Soul”, “Oh, Lady Be Good”, “The Lady Is A Tramp” o “You’re The Top” son un reflejo de ello. Sus conciertos retransmitidos por radio y sus apariciones televisivas se volvieron constantes. La cantante irradiaba artistry. Ya fuese junto a combos con Oscar Peterson, Tommy Flanagan o Joe Pass, o como jazzwoman en las orquestas de Duke Ellington o Count Basie.
Fitzgerald supo transitar desde el swing a un rompedor bebop en los años cuarenta, aceptando con naturalidad distintos rangos melódicos. El trompetista y compositor Dizzy Gillespie estuvo ahí para ella. También su entonces marido, el contrabajista Ray Brown. La técnica vocal del scat ofreció un sinfín de soluciones y posibilidades tonales a la que ya entonces era una baladista de primer orden. Su fecunda trayectoria profesional, iniciada en 1934, la avalaban para ello y sus grabaciones con Louis Armstrong en la década de los cincuenta lo certificaron. Judith Tick describe los nuevos éxitos y la tirantez con el empresario y fundador de Verve y luego de Pablo Records, Norman Granz. Ambos realizan grabaciones históricas y exitosas giras, como la de “Jazz At The Philharmonic”. En 1956, la intérprete apareció en televisión al lado de Elvis Presley. Y en 1958 en el show de Sinatra, con quien trabó una larga amistad.
Galardonada en 1992, con la Presidential Medal Of Freedom, la mayor distinción civil que se concede en Estados Unidos, por su contribución a la cultura, Ella Fitzgerald fue una mujer ambiciosa que asumió el riesgo como método de trabajo, cuyo centro de expresión fue la espontaneidad musical, convirtiéndose en una voz transformadora, como muestra el documental “Ella Fitzgerald: Just One Of Those Things” (Leslie Woodhead, 2019). Falleció a los 79 años el 15 de junio de 1996, en su casa de Hollywood, rodeada de los suyos. El libro incluye un apéndice de singles, una bibliografía y un índice onomástico. ∎