La razón de la existencia de esta película, o lo que es lo mismo, del viraje hacia la dirección de Antón Álvarez, alias C. Tangana, la explica un poco el propio autor mirando a cámara desde una cierta distancia al principio del filme. Desde que vio por primera vez al guitarrista flamenco Yerai Cortés, en una fiesta donde el músico alicantino acompañaba a Montse Cortés, no pudo dejar de pensar en su figura, en las dualidades de un hombre que tanto gitanos como modernos consideraban firmemente uno de los suyos. Su guitarra flamenca, del mismo modo, se mueve en formas líquidas entre esos dos mundos tan diferentes, saliéndose por momentos de la tradición con elegancia, sin caer en los efectismos.
Cortés usa la música para indagar en esa identidad y en quien le ha hecho quien es; sobre todo en un disco, “La guitarra flamenca de Yerai Cortés”, todavía por publicar, del que la película (se estrena hoy) es, en cierto modo, singular making of. El repertorio tiene su clara y sincera inspiración en los seres queridos de Cortés, en gente como su novia cantante, La Tania, que se enfrentó a los prejuicios de su entorno para afirmar una relación. Tangana nos introduce en conversaciones de pareja que, a veces, no acaban de sonar del todo reales, como si los protagonistas lucharan un poco por olvidarse de la cámara. O quizá el director es consciente de ello, no le preocupa, y quiso seguir con todos sus riesgos la “puesta en situación” del Guerin de “En construcción” (2001): es decir, establecer “pequeños trucos para intentar que se produzca un momento de verdad; siempre con la condición de que lo que se produzca frente a la cámara sea un trozo de vida en directo, condicionado por ti, pero un trozo de vida”, como explicó el cineasta en esta misma revista.
Aunque Yerai Cortés aparezca en el título y esté en la raíz de todo, el retrato de la película es plural. Esta es, sobre todo, la historia de una familia y de un dolor antiguo, de un silencio roto para poder seguir el camino a la reconstrucción. Tangana indaga en la tragedia entrevistando, sin quitarse del plano, a los allegados del músico, a sus padres y amigos. Conocemos así a figuras inolvidables como su padre, Maikel Nay, la persona que colocó una guitarra por primera vez en las manos de Yerai. Maikel prefiere no hablar de María, la madre del músico, dado que ahora está con otra mujer y no quiere que esta conversación interfiera en su nueva relación. La propia María nos explica su mundo, su pasado y su vida ahora, ambos tiempos marcados por una verdad amarga que emerge como un giro final en una especie de true crime sentimental.
A nivel formal, Tangana busca sobre todo la visceralidad, quizá en parte para tratar de disfrazar lo construido de algunas situaciones. Parece hacerse suya la filosofía de Cortés sobre el flamenco: “En una verdadera fiesta flamenca hay ruido de por medio, se escuchan cuchicheos, toses, vasos que chocan, una silla que arrastran... Esa suciedad que lleva lo natural, lo orgánico, no tiene, para mi gusto, un componente negativo, sino lo contrario”. La cámara está casi siempre muy cerca de sus objetos de estudio, mezclándose en el ruido y el bullicio cuando es hora de capturar momentos musicales, como ese tan (cálidamente) impactante en la Plaza Argel de Alicante, donde Cortés jugaba de pequeño, donde se crio, o la impresionante seguiriya cantada por Remedios Amaya: “Es tanto lo que yo callo / que no paro de morderme / y tengo los labios hechos cachos”. Hay desde despliegues teatralizados con su punto de búsqueda del choque hasta paisajes más delicados, como ese final casi bucólico con La Tania cantando “Los almendros”. Todas las preciosas canciones se podrán escuchar, junto a algunas añadidas, en un disco que huele a Obra Importante. ∎