Libro

Leyre Marinas

Fucked Feminist Fans. Los orígenes del #metoo desde la cultura pop musicalDos Bigotes, 2024

El debate musical especializado se convierte en un patio de colegio cuando solo gira en torno a lo que se entiende por calidad musical, en los campeonatos-comparativas entre artistas o en la ordenación de proyectos artísticos en una misma cronología. Las narrativas antropológicas de la música son más sustanciales. Sobre todo si vienen de perspectivas menos evidentes, aunque su foco de análisis siga siendo lo que la industria musical ha decidido constituir como mainstream. Y sí, hablo de decisiones, aunque en ocasiones también se podría hablar de casualidades derivadas de otras estructuras de poder. Superado el susto de este tiroteo teórico inicial, vamos a lo que nos atañe.

Leyre Marinas (Alicante, 1993), profesora, doctora en periodismo y fan girl en la connotación más reivindicativa del término, revisita en “Fucked Feminist Fans. Los orígenes del #metoo desde la cultura pop musical” (2024) la visión que se ha tenido de las feminidades a lo largo de la historia de la cultura pop, hablando en clave anglosajona. Las enmarca junto a las concepciones del término “mujer” que se tenían en ese momento, los hitos sociales que visibilizan las violencias de género y sus reacciones en masa, dando ejemplos de prácticas útiles frente a la inanición del sistema colonial. Una historiografía de tres décadas de mutaciones en torno a faltas de derechos muy parecidas, pero también con avances a gran escala.

Marinas, que previamente ya había publicado “Queen Bitch: David Bowie, el glam rock y la redefinición de la feminidad en las subculturas inglesas de los 70” (2018), un trabajo académico sobre el glam rock y la performatividad femenina de los cantantes del género durante los setenta, es muy consciente del uso que se hace de las feminidades al servicio del comercio cultural. Introduce esta mercadotecnia a través de la invención del fenómeno fan y su posterior mutación a la idea de groupie, con sus connotaciones entre lo maternal y lo sexual, reproduciendo la ya agotadisima dicotomía entre santa y puta, propia del pensamiento binarista, que lleva coartando las narrativas femeninas a lo largo de varios siglos, y que no, no es la única a la que nos podemos suscribir.

A través de estas páginas podemos acceder a una cultura popular feminista más certera, extendiendo sus raíces como si de un acto de mitosis se tratara. Unos últimos 30 años de movimientos feministas –o feminizados, que no es lo mismo– exponiendo de frente la tokenización de lo femenino por parte del sector industrial. Una guía clave para entender por qué el “feminismo” blando se etiqueta curiosamente como girl power, mientras que las cantautoras pop con un mensaje menos amable para el patriarcado recibían el sobrenombre de angry young woman. También es útil para aprender a diferenciar conceptos clave como boy band, girl band y girl group, con sus propios estigmas. O muy clarificador que materias tan graves como el abuso infantil o las violaciones en el ámbito familiar hayan contribuido a estéticas tan polémicas como los looks babydoll de Courtney Love y las apócrifas del grunge.

Un repaso que se extiende a partir de la tercera ola feminista, que se inaugura con el caso de Anita Hall y las reivindicaciones de las riot grrrls en los noventa, la tradición de las acciones performativas iniciadas en esta parte del globo por las W.I.T.C.H. –Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell– de finales de los sesenta, las Guerrilla Girls, las Pussy Riot o el colectivo Lastesis. Todas ellas expertas en el “artivismo” (arte + activismo) y ligadas de alguna forma a la práctica musical. Siguiendo por toda la retahíla de hashtags desde el #MeToo al #MeNOmore, #SeAcabo, #YoEstabaAhí, #Balancetonporc, entre muchos otros, que explican algunas de las estrategias públicas que han servido para hacer frente a las violencias que hasta ese entonces permanecían ocultas o normalizadas.

El tratamiento que le han dado los medios de comunicación a estos movimientos rupturistas es clave para entender su falta de legitimación, poniendo algunos ejemplos invisibilizados como la reacción de Ad-Rock de Beastie Boys a las agresiones de Woodstock 99 en su discurso de los MTV Video Music Awards de ese mismo año. Sin ánimos de hacer más espóilers sobre todo el material que Leyre Marinas recoge tan esmeradamente en este análisis, apuntar que no es un temario que nos queda muy lejos. Hay capítulos tan significativos como “En el ‘indie’ también se viola” y se comenta la labor de colectivos actuales que siguen reaccionando a ello. Las violencias de género son una cuestión tan cotidiana que es necesario trazar una historiografía de cómo se han tratado desde los movimientos culturales más pop para entender a qué tipo de sociedad nos enfrentamos ahora. Quizá esta es la verdadera historia de la música que deberían enseñar en las universidades, la más útil, al menos, para atender con qué herramientas podemos subvertir el presente. ∎

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